Psicosis

Caso 19. El holocausto de Camille Varoni

Día 0

Moldavia.

Volaron los helicópteros en el cielo. El agente a cargo estaba seguro de que ese sería su día de gloria. Había batallado arduamente en conseguir esta aprensión, y aunque las manos le temblaban en el arma, sus ojos se concentraban en arrasar con el viñedo al frente suyo.

La residencia era enorme, justo como él tantas veces se la había imaginado. Casa hermosa, campos y terrenos de sueños, empleados que se encontraban recibiendo con horror a la policía y a los soldados, pero adentro y a la cabeza de toda aquella riqueza, un hombre de los peores sentimientos y actos se hallaba oculto y disfrazado de un millonario común.

—¡Vacío! —comenzó a gritar el equipo, y esto, cada vez fue decayendo en los oídos del superior como una maldita realidad.

El hombre recargó su arma contra el pecho, apoyó el codo en una de las paredes y se llevó la mano a la cara evitando maldecir en medio de gritos.

—No hay nada, ese desgraciado se ha ido.

—Lo perdimos.

—Me temo que sí. Seguramente a estas alturas, el maldito ya está fuera del país.

—La pregunta es… ¿a dónde?

—No lo sé, pero si de algo estoy completamente seguro, es que a donde quiera que ese malnacido vaya a parar, las autoridades deben estar preparadas. No es fácil lo que van a vivir.

Entonces, su compañero se acercó al calendario de pared.

—Tienen aproximadamente un año para que todo vuelva a repetirse.

Día 1

Moscú, Rusia.

Camille se enderezó, estaba a punto de vomitar y logró contenerse. Le producía asco sentir esa sensación salada y maloliente. El hombre enorme y gordo cayó rendido en la cama, estaba por quedarse dormido, sin embargo solo se quedó respirando pesadamente. Desde luego que ella no era una asesina, ni en sus peores pesadillas había imaginado arrebatarle la vida a alguien, pero esto realmente lo ameritaba. Conteniendo la culpa y el miedo, tomó valor para empuñar la pequeña y discreta daga que le había costado casi cinco años conseguir.

—¡Espera! —el hombre alcanzó a mirarla. Intentó levantarse pero su peso era sobrehumano.

Camille levantó la cuchilla y comenzó a apuñalarlo una y otra vez hasta que éste perdió por completo la vida. La chica estaba aterrada, las manos le temblaban y en contra de su pánico, hurgó en el cuello del sujeto encontrando, colgada de una cadena, una pequeña llave que le daría libertad a su vida.

Una ventisca de viento le pegó en la cara al abrir la puerta, frente a ella había varios pasillos en negro y rojo que atribuían la falsa elegancia a su prisión. Camille Varoni llevaba años encerrada en un burdel de muerte atendiendo y complaciendo las fantasías sexuales de los hombres más inenarrables que la mente pueda idealizar, pero afortunadamente, esa misma noche todo estaba por terminarse.

Salir no le fue nada sencillo, tuvo que esconderse de los guardias, de las mismas mujeres que también estaban obligadas a trabajar, pues si bien algo había aprendido en todos los años de su secuestro, fue que con tal de ganarse la lastima de los jefes, éstas harían lo que fuese. Luego de más de una hora, subiendo y bajando en los pasillos, escondiéndose detrás de los arreglos y apretando con fuerza sus dos “cualidades especiales”, logró salir. Era aire puro, aire de libertad el que después de tanto tiempo al fin pudo respirar. Lloró como nunca, pero no era momento de quedarse atrás, si lo hacía corría el riesgo de que alguien la viera y alertara al resto.

Día 2

Pasó gran parte de la madrugada caminando en los campos desérticos, y cuando sentía no poder seguir, una línea de concreto le dio una esperanza. Que corriera, que lo hiciera porque su libertad se aseguraba cada vez más. Al llegar a la carretera no dio tiempo a que su pereza le ganara, siguió adelante hasta escuchar el sonido seco de ocho llantas continuas. Un camión de remolque se acercaba a ella. Desesperada levantó la mano para hacer auto-stop y cuando el enorme camión se detuvo, el rostro de grata inocencia que cargaba la mujer pudo verse iluminado. Confiada, Camille subió a bordo, le dio una, dos, tres y muchas más veces las gracias a su “salvador”, pero cuando la mujer estaba por quedarse dormida debido al agotamiento y el miedo, el infame conductor aprovechó para intentar abusar de ella.

Camille no era tonta, como pudo logró defenderse, dándole una patada en los testículos y huyendo, huyendo otra vez, pero ahora todo dependería de la fuerza que tuvieran sus piernas para caminar.

Día 125

Su vida se había convertido en una gigantesca noria de altos y bajos. Para Camille la vida en libertad no fue nada, nada sencilla. Olvidémonos de las pesadillas, los ataques de miedo y ansiedad, ese terror al salir y ver a un hombre acercarse a ella, y aunque el sujeto no iba con mala intención, su instinto reaccionaba en defensa. Con el tiempo y ayuda misma fue superando su pasado, volvió a la realidad en donde por fin comenzó a adaptarse. Ahora, ahondaremos directamente en lo sucedió con ella luego del escape. Durante algunas semanas, Camille se halló sola, deambulaba por las calles, dormía en las bancas de los parques y recogía las sobras de comida de los contenedores para basura. La mujer era un desastre, y así hubiera seguido por mucho más tiempo hasta que conoció la casa de ayuda a desamparados. Ahí le prestaron una cama, le regalaron ropa, le permitieron bañarse y la alimentaban al menos dos veces por día, permitiéndole adentrarse al mundo y valerse por sí misma. El problema, y vaya que esto representó un verdadero problema para ella, es que Camille portaba dos particularidades perfectas en su cuerpo. Los mandos del burdel en el que había vivido su secuestro sentían especial interés por ella, ya que a Camille le faltaban ambas piernas. Normalmente ella utilizaba prótesis que se amoldaban a su cuerpo en la parte de la rodilla; esto, aumentando el hecho del morbo por parte de algunos aberrantes clientes, volvían a Camille un fenómeno interesante de circo.




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