Psicosis

Caso 20. Perseguida

Día 1

Zaida Sinclair.

Se apretó tan fuerte la tela de la falda que sus nudillos se le pusieron blancos. Sentía deseos de vomitar, desmayarse y gritar, y no era para menos. Zaida, una mujer de treinta y dos años de edad, se hallaba sentada en la sala de su casa. Al fondo, su padre y madre y algunos tíos cercanos hablaban entre ellos y esperaban una llamada, la cual podría acabar con la estabilidad emocional de toda una familia entera. Finalmente el teléfono sonó y a la mujer se le pusieron los cabellos de punta. Estaba indecisa: quería levantarse y preguntar qué era lo que estaba pasando, pero sabía perfectamente que debía retener cualquier impulso que le desataría nuevamente una crisis de pánico de las peores.

—Zaida —su madre y padre se acercaron a ella.

La mujer no necesitó preguntar para saber lo que le dirían.

—Va a salir, ¿verdad? ¡Contestemente mamá! Quiero saber si ese desgraciado va a salir.

Su madre le acarició las mejillas.

—Sí, amor. Va a salir en libertad.

—Maldita sea. ¡Dios, no!

Nolan Mulford, o también conocido como “El asesino de Andü”, fue —en sus mejores momentos— uno de los peores hombres que había pisado la faz de la tierra. A este hombre le encantaba asesinar todo tipo de mujeres: jóvenes, ancianas e incluso niñas. Se presentaba ante ellas como un vendedor deambulante, un hombre en apuros o herido, y cuando éstas se descuidaban, las asfixiaba sólo lo suficiente para que perdieran la conciencia y poder secuestrarlas. Lo que Nolan hacía con ellas era aberrante. La tortura física y sexual era tan cruel, tan bruta que en menos de dos días lograba terminar con sus vidas. Hay que volver a repetirlo, imaginen esto en una mujer mayor de sesenta años, en una niña menor de diez años y en una mujer de cualquier edad. Todo y tanta crueldad detallaba perfectamente la categoría de un asesino en serie y torturador sádico sexual.

En conclusión, la policía archivó un total de doce mujeres asesinadas y encontradas, pero durante su juicio de condena, Nolan aseguró que fueron más de setenta las mujeres que con sus propias manos había torturado hasta su muerte. Zaida fue su víctima número once —al menos en los expedientes de la policía—, fue una mujer afortunada de alguna manera, pues cuando su verdugo la mantenía amarrada a una tabla en donde pensaba mutilare los senos y la parte íntima con un picahielos, Zaida logró liberarse de los amarres y huir por una ventana atravesando desnuda todo el campo. Claramente esto hizo de enfurecer a Nolan, quien juró terminar lo que empezó de una u otra manera.

Nolan Mulford fue condenado a cadena perpetua por todos los crímenes, sin embargo solo permaneció diecisiete años en prisión. Apenas hace unos días la noticia de que se realizaría un juicio en el que se le reconocía su buen comportamiento dentro de la cárcel, y que éste podría quedar en libertad, le dio un vuelco total al estómago y vida de Zaida. El juicio se llevó a cabo y el miedo más grande de la mujer se hizo real, él estaba libre.

Día 2

Dejó de comer, dejó de dormir, ya no sentía ganas de vivir y el mismo sentimiento de hace años regresó, pero con mucha más fuerza. Las personas le decían que no era para tanto, que intentara seguir con su vida y se olvidara de todo, pues al fin y al cabo Nolan se había olvidado de ella. Pero esto no era cierto.

Zaida jamás se casó, no tuvo hijos y ni siquiera intentó una relación, vivió toda su vida con sus padres conservando un empleo atendiendo las llamadas de emergencia. Aquella mañana su pesadilla estaba a punto de regresar. El teléfono sonó en la línea catorce, cuando la mujer levantó el auricular, una respiración le heló la sangre.

—¿Quién habla? —preguntó con horror.

—Hola Zaida, hola querida Zaida —se burló el infame hombre y colgó.

Por supuesto que no se quedó el resto del día en su trabajo, por supuesto que huyó en cuanto tuvo la oportunidad y su padre llegó por ella, por supuesto que vomitó y gritó eufórica en el bañó antes de salir.

—¡Me llamó por teléfono, papá, sabe en donde trabajo! —gritó dentro del auto.

—Hija, cálmate. Iremos a la policía.

—¿La policía? ¿Y en qué me van a ayudar esos inútiles? Ellos mismos lo pusieron en libertad. Un asesino nunca debe ser puesto en libertad, al menos no si no es inocente.

La llegada a casa fue peor. Su madre los esperaba con la puerta bien cerrada, pues mientras Zaida regresaba a casa, un repartidor de correo vino a dejar un extrañísimo paquete, que aparte de ser raro, era carísimo por todas las cosas que contenía.

—¿Por qué lo recibiste, mamá?

—No sabía quién lo enviaba hasta que vi la nota.

—¿Qué dice?

Pero su madre optó por quedarse callada, miró al señor y volvió a los ojos de Zaida.

Por su parte, Zaida se apresuró a revisar rápidamente la fina caja decorada en colores oro y plata. Dentro había un único chocolate Delafee, una sola Rosa Juliet y una nota. Pero al abrir la nota, las lágrimas salieron descontroladas, su saliva le quemó la lengua y un súbito mareo casi la envía al suelo.

Querida Zaida:




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