Día 1
Zaida Sinclair.
Se apretó tan fuerte la tela de la falda que sus nudillos se le pusieron blancos. Sentía deseos de vomitar, desmayarse y gritar, y no era para menos. Zaida, una mujer de treinta y dos años de edad, se hallaba sentada en la sala de su casa, al fondo, su padre y madre y algunos tíos cercanos hablaban entre ellos y esperaban una llamada, la cual podría acabar con la estabilidad emocional de toda una familia entera. Finalmente el teléfono sonó y a la mujer se le pusieron los cabellos de punta. Estaba indecisa; quería levantarse y preguntar qué era lo que estaba pasando, pero sabía perfectamente que debía retener cualquier impulso que le desataría nuevamente una crisis de pánico.
—Zaida —su madre y padre se acercaron a ella.
La mujer no necesitó preguntar para saber lo que le dirían.
—Va a quedar libre, ¿verdad? —pero no hubo respuesta—. ¡Contéstame, mamá! Quiero saber si ese desgraciado va a salir.
Su madre le acarició las mejillas.
—Sí, amor. Va a salir en libertad.
—¡Maldita sea!
Nolan Mulford, o también conocido como El verdugo del picahielos, fue en su época dorada uno de los peores asesinos en serie que han pisado la faz de la tierra. A este hombre le encantaba asesinar todo tipo de mujeres, ya fuesen jóvenes, ancianas e incluso niñas. Se presentaba ante ellas como un vendedor deambulante, un hombre en apuros o herido, y cuando estas se descuidaban, las asfixiaba solo lo suficiente para que perdieran la conciencia y así pudiera secuestrarlas.
Lo que Nolan hacía con ellas era totalmente aberrante. La tortura física y sexual era tan cruel y tan cruda que en menos de dos días lograba terminar con sus vidas. En conclusión, la policía archivó un total de doce mujeres asesinadas y encontradas, pero durante su juicio de condena, Nolan aseguró que fueron más de veinte las mujeres que con sus propias manos había torturado hasta su muerte. Zaida fue su víctima número once, o al menos en los expedientes de la policía, fue una mujer afortunada de alguna manera, pues cuando su verdugo la mantenía amarrada a una tabla en donde pensaba mutilarle los senos y los genitales con un picahielos, Zaida logró liberarse de los amarres y huir por una ventana atravesando desnuda todo el campo. Claramente esto hizo de enfurecer a Nolan, quien juró terminar lo que había empezado.
Nolan Mulford fue condenado a cadena perpetua por todos los crímenes, sin embargo solo permaneció diecisiete años en prisión. Apenas hace unos días la noticia de que se realizaría un juicio en el que se le reconocía su buen comportamiento dentro de la cárcel, y que este podría quedar en libertad, le dio un vuelco total al estómago y vida de Zaida. El juicio se llevó a cabo y el miedo más grande de la mujer se hizo real, pues él estaba libre.
Día 2
Dejó de comer, dejó de dormir, ya no sentía ganas de vivir y el mismo sentimiento de pánico que se arraigó en ella hace varios años, reapareció como una sensación de desesperación y asfixia. Las personas le decían que no era para tanto, que intentara seguir con su vida y se olvidara de todo, pues al fin y al cabo, El verdugo del picahielos se había olvidado de ella. Pero esto no era cierto.
Zaida jamás se casó, no tuvo hijos y tampoco intentó tener una relación, vivió toda su vida con sus padres conservando un empleo como operadora telefónica de llamadas de emergencia. Por desgracia, aquella mañana su pesadilla estaba a punto de regresar. El teléfono sonó en la línea catorce, y cuando la mujer levantó el auricular, una respiración le congeló la sangre.
—¿Quién habla? —preguntó con temor.
—Hola Zaida. Hola querida Zaida —se burló el infame hombre y colgó.
Por supuesto que Zaida no se quedó el resto del día en su trabajo, por supuesto que huyó en cuanto tuvo la oportunidad y su padre llegó por ella, y por supuesto que vomitó y gritó eufórica en el baño antes de salir.
—¡Me llamó por teléfono, papá, sabe en dónde trabajo! —gritó dentro del auto.
—Hija, cálmate. Iremos a la policía.
—¿La policía? ¿Y en qué me van a ayudar esos inútiles? Ellos mismos lo pusieron en libertad. Un asesino nunca debe ser puesto en libertad.
La llegada a casa fue peor. Su madre los esperaba con la puerta bien cerrada, pues mientras Zaida regresaba a casa, un repartidor de correo vino a dejar un extrañísimo paquete, que aparte de ser raro, era carísimo por todas las cosas que contenía.
—¿Por qué lo recibiste, mamá?
—No sabía quién lo enviaba hasta que vi la carta.
—¿Qué dice?
Pero su madre optó por quedarse callada, miró a su esposo y volvió a los ojos de su hija. Por su parte, Zaida se apresuró a revisar rápidamente la fina caja decorada en colores oro y plata. Dentro había una caja de chocolates DeLafée, una rosa roja de la marca Juliet y una misiva escrita con una letra bastante bonita. Pero al leerla, las lágrimas de inmediato abandonaron sus ojos desconsolados.
Denver. 17 de Julio, 2008.
Querida Zaida:
Te diré lo que estoy haciendo en este preciso momento, te diré que aunque han pasado ya muchos años, jamás dejé ir tu recuerdo. Hasta el día de hoy, el aroma de tu cabello y tu piel siguen impregnados en mis manos, y la verdad es que no he dejado de olerlas mientras estoy pensando en ti.
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Editado: 11.11.2024