Día 1
Ángeles Kingsley.
Seattle, Washington.
La voz de Avril Lavigne sonaba en los altoparlantes de su pequeño reproductor, mientras ella cantaba al ritmo de la canción y desempacaba la última caja de libros que había traído consigo; cuando de pronto, el teléfono comenzó a sonar.
—¿Qué tal todo por allá? ¿Ya llegaste? —era Tory, su mejor amiga.
Ángeles, una joven estudiante de veintitrés años se había mudado a Seattle. Con sus pocos ahorros pudo adquirir un modesto departamento en la calle Strauss 210, y si bien el complejo apartamental no era la gran cosa, sí era lo suficientemente tranquilo; perfecto para una joven que vuelve a la ciudad para concluir su penúltimo año de universidad. Anteriormente, Ángeles alquilaba un departamento más lujoso, pero la inesperada muerte de su padre recortó por mucho el presupuesto con el que ella solía vivir.
—Hasta el momento lo encuentro agradable —la chica caminó hasta la ventana y recorrió un poco la cortina—. Es lindo, amplio y la constante lluvia me recuerda, que a pesar de que todo ha cambiado, sigo en el mismo lugar.
—Creí que ya te habías acostumbrado a la lluvia.
—Comienzo a hacerlo. Pero es que el color del cielo le da un aire más lúgubre y siniestro.
—Perfecto, ¿no lo crees?
—Yo lo llamaría aterrador.
—Yo sigo esperando ver a mi futuro esposo vampiro caminando por la calle —y entonces las dos amigas estallaron en carcajadas.
—Voy a seguir desempacando y te marco luego.
—Me parece perfecto. Yo llego en dos días.
Después de dejar el teléfono, Ángeles volvió al suelo en donde apilaba y clasificaba sus últimos libros; cuando de pronto, su gato blanco brincó a sus piernas provocándole un fuerte susto.
La chica le acarició el pelaje mientras el felino maullaba.
—Tú qué opinas, Gordon, ¿crees que nos gustará vivir aquí?
Ángeles había pasado dos días dentro del departamento, había calado sus gustos y experimentado con el clima, finalmente y luego de hallarle una muy buena solución a los contras, decidió quedarse y abrir sus expectativas a un nuevo estilo de vida.
Día 2
Era la mañana del primero de agosto, y cuando Ángeles despertó, no le pareció ver nada fuera de lo común; en la ventana las gotas de lluvia formaban vapor y algunas se divertían danzando sobre el cristal. La chica desayunó un pan tostado con mermelada y una taza de café, pero al ver que la alacena pronto escasearía de comida, decidió tomar su sombrilla y dirigirse hacia uno de los supermercados más cercanos a su departamento.
En la salida se encontró, que en su buzón de correspondencia, se hallaban presentes varios sobres con publicidad de televisión y una rosa casi marchita. Esto claramente no le dio ninguna señal de advertencia, pues estaba acostumbrada a que muchas veces en los hoteles, de varios de sus viajes turísticos, el personal de aseo dejaba rosas o notas de bienvenida en las puertas de los dormitorios. Algo así como un agradecimiento por su hospedaje. La joven nunca imaginó que este suceso no tendría nada qué ver con lo pensado y que solo era el preludio de su interminable pesadilla.
Tenía los audífonos puestos, caminó entre todos los estantes, escogió productos y finalmente volvió a casa con solamente lo necesario, sin embargo y aquí comienza, sin que ella se dé cuenta, su narrable historia de horror. Y no, no hace falta explayarnos entre lo que es verdad y lo que es mentira, sino en ese sentimiento de ser observado; ese sentimiento puro, el frío que te cala los huesos cuando presientes, adivinas o intuyes que algo no anda bien. Pero a la misma vez, esa calma que se da al momento de que los nervios disminuyen y se van. Ángeles sintió todo ese remolino de sensaciones cuando cruzó desde la entrada del complejo hasta su departamento. Pocos segundos antes de abrir su puerta y resguardarse del frío, la chica entornó la mirada, y aunque revisó todo a su alrededor, no pudo hallar la fuente de tan súbito escalofrió.
Algo rondaba en sus pensamientos, algo le advertía que la estaban observando, y sobre todo, algo le decía que las cosas no estaban bien.
Día 3
Como bien ya lo mencionamos, el departamento era lo suficientemente amplio para una sola persona, pese a esto, la cama de Ángeles se hallaba pegada totalmente contra la pared derecha de su dormitorio. La chica había terminado de lavarse los dientes y ya estaba lista para irse a dormir, pero justamente a las dos cuarenta y cinco de la madrugada, extraños ruidos le hicieron abrir los ojos de golpe. Los claros sonidos iban desde golpes a la pared, hasta ruidosos gemidos de hombre que al parecer venían del mismo lado de la habitación.
—Esto no puede estar pasando —la joven gruñó. Se puso de pie y cambió de lugar su cama, creyendo que a esa distancia los sonidos dejarían de molestarla. No obstante, estos eran tan fuertes que la mantuvieron despierta hasta altas horas de la mañana.
Ese mismo día, pero durante el transcurso de las doce, la lavadora estaba encendida y el sonido que producía al lavar era tan fuerte que no dejaba escuchar ni un solo sonido ajeno a ella. Faltaban pocos días para que Ángeles regresara a la universidad, y en ese poco tiempo ella quería ver reluciente su espacio para evitarse preocupaciones adicionales, así que, lanzando los últimos dos pares de calcetines, recordó las sucias playeras de ejercicio que había dejado sobre los sillones.
#541 en Thriller
#176 en Suspenso
#248 en Misterio
miedo terror y suspenso, muertes tortura secuestros, asesinos violencia historias
Editado: 11.11.2024