Psicosis

Caso 21. Apartamento 7

Día 1

Ángeles Kingsley.

Seattle, Washington.

—“She had a pretty face, but her head was up in space. She needed to come back down to earth” —cantó al ritmo de la canción. Ángeles terminaba de desempacar la última caja de libros cuando el teléfono comenzó a sonar.

—¿Qué tal todo por allá? ¿Ya llegaste? —era Tory, su mejor amiga.

La joven estudiante de dieciséis años se había mudado a Seattle. Con sus pocos ahorros pudo adquirir un modesto apartamento en la calle Strauss 210. Y si bien el complejo apartamental no era la gran cosa, sí era lo suficientemente tranquilo; perfecto para una joven que vuelve a la ciudad para concluir su penúltimo año de universidad. Anteriormente, Ángeles alquilaba un apartamento mucho más amplio y lujoso, pero la inesperada muerte de su padre recortó por mucho el presupuesto con el que la joven solía vivir.

—Hasta el momento lo encuentro agradable —Ángeles caminó hasta la ventana y recorrió un poco la cortina—. Es lindo, amplio y la constante lluvia me recuerda, que a pesar de que todo ha cambiado, sigo en el mismo lugar.

—Creí que ya te habías acostumbrado a la lluvia.

—Comienzo a hacerlo. Pero es que el color del cielo le da un aire más lúgubre y siniestro.

—Perfecto, ¿no?

—Yo lo llamaría aterrador.

—Yo sigo esperando ver a mi futuro esposo vampiro caminando por la calle —entonces las dos amigas se soltaron a reír.

—Voy a seguir desempacando y te marco luego.

—Me parece perfecto. Yo llego en dos días.

Después de dejar el teléfono y a Tory, Ángeles volvió al suelo en donde apilaba y clasificaba sus últimos libros; de pronto, su gato blanco brincó a sus piernas provocándole un fuerte susto.

La chica le acarició el pelaje mientras el felino maullaba.

—¿Tú qué opinas, Gordon, nos gustará vivir aquí?

Ángeles había pasado dos días dentro del apartamento, había calado sus gustos y experimentado con el clima, finalmente y luego de hallarle una muy buena solución a los contras, decidió quedarse y abrirse a un nuevo tipo de vida.

Día 2

Fue en la mañana del primero de agosto; cuando Ángeles despertó, no le pareció ver nada fuera de lo común, en la ventana las gotas de lluvia formaban vapor y se divertían bailando en el vidrio. La chica desayunó un pan tostado y una taza de café, pero al ver que la alacena pronto escasearía de comida, decidió tomar su sombrilla, y como la mujer independiente que había decidido ser, la joven salió a uno de los supermercados más cercanos a su apartamento.

En la salida se encontró con que en su buzón de correspondencia se hallaban presentes varios sobres con pura publicidad de televisión y una rosa casi marchita. Esto, claramente no representó ninguna señal de alerta, Ángeles estaba acostumbrada a que muchas veces en los hoteles de varios de sus viajes turísticos, el personal de aseo dejara rosas o notas de bienvenida en las puertas de los dormitorios, algo así como para agradecer su hospedaje. La joven nunca imaginó que este suceso no tendría nada qué ver con lo pensado.

Tenía los audífonos puestos, la misma canción de su llegada se repetía una y otra vez. Caminó entre todos los estantes, escogió productos y finalmente volvió a casa con solamente lo necesario, sin embargo y aquí comienza —sin que ella se dé cuenta— su historia de horror. Y no, no hace falta envolvernos entre lo que es verdad y lo que no lo es, sino en ese sentimiento de ser observado, ese sentimiento puro, el frío que te congela los huesos cuando presientes, adivinas o intuyes que algo no anda bien, pero a la misma vez, esa calma que se da al momento de que los nervios disminuyen y se van. Ángeles sintió todo ese remolino de sensaciones en el momento en el que cruzó desde la entrada del complejo hasta su apartamento. Pocos segundos antes de abrir su puerta y resguardarse, la chica entornó la mirada, y aunque revisó todo a su alrededor, no pudo hallar la fuente de tan súbito escalofrió. Algo rondaba en sus pensamientos, algo le advertía que la estaban observando, y sobre todo, algo le decía que las cosas no estaban bien.

Día 3

Como bien ya lo mencionamos, el apartamento era lo suficientemente amplio para una sola persona, pese a esto, la cama de Ángeles se hallaba pegada totalmente contra la pared de su dormitorio. La chica había terminado de lavarse los dientes, se preparó para ir a dormir con todo y el pijama puesto; cuando, justamente a las dos cuarenta y cinco de la madrugada, específicos ruidos le hicieron abrir los ojos de golpe. Los claros sonidos iban desde golpes a la pared, hasta ruidosos gemidos de hombre que al parecer venían del mismo lado de la habitación.

—¿Es en serio? —la joven gruñó.

Se puso de pie y con todas las fuerzas de su coraje logró cambiar de lugar su cama, no obstante los ruidos siguieron por unas horas más, deteniéndose justo a eso de las cinco de la mañana.

Ese mismo día, pero durante el transcurso de las doce, la lavadora estaba encendida, el sonido que producía al lavar era tan fuerte que no dejaba escuchar ni un solo ruido ajeno a ella. Faltaban pocos días para que Ángeles regresara a la universidad y en ese poco tiempo ella quería ver reluciente su espacio y sus cosas listas para evitarse preocupaciones adicionales; así que, lanzando los últimos dos pares de calcetines, recordó las sucias playeras de ejercicio que había dejado sobre los sillones. Bajó la velocidad del aparato y caminó a la sala; pero entonces, una larga serie de imparables y violentos gritos se pudieron hacer perfectamente presentes.




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