Psicosis

Caso 22. Residencia Parrish (1/3)

Día 0

Tristan Greek.

Poltava, Ucrania

—Con un demonio, Barry, cómo le puedes llamar a esto “la mejor inversión de nuestras vidas”.

—¿No tienes sentido común? ¿En qué vienen los tesoros piratas? En cofres, Sam, en cofres. ¡Piensa!

Dos hombres: uno de cuarenta y otro de treinta; los dos habían participado en una subasta local, y tras ofrecer setecientos dólares por un gran cofre de madera; viejo y maltratado, Barry imaginó que dentro podrían hallar oro y joyas, pues el tipo seguía viviendo en las antiguas películas de piratas.

—Hazte a un lado, Sam, tengo que abrirlo.

Barry levantó el hacha y dejó caer todo el peso de la cuchilla sobre el candado que se trozó por la mitad. El polvo acaparó la mayor parte de la habitación, pero cuando los dos hombres levantaron la tapa de madera, dentro no pudieron encontrar un tesoro que valiera dinero, sino un total de 13 cintas VHS cubiertas de telarañas y polvo.

—¿Qué diablos es eso? Barry, dijiste que íbamos a encontrar oro, no esta porquería.

—No sé qué sucedió. Nuestro tesoro debía estar allí dentro.

—Ya ves que no, idiota. Desperdiciamos setecientos dólares para nada.

—Espera, Sam, quizá en las cintas nos muestren la ubicación exacta del verdadero tesoro.

Mientras Barry limpiaba uno de los videos y lo colocaba en la videocasetera, Sam luchaba por abrir las ventanas y que todo el polvo abandonara la habitación.

—No se te ocurra reproducir eso. No sabes qué tipo de cosas puede haber ahí dentro. Es común que la gente abandone su pornografía en baúles como estos —pero su compañero no le respondió—. ¿Barry? Oye, ¿qué te pasa?

Pero cuando Sam se acercó al televisor, pudo ver la causa del pasmo de su amigo. En la pantalla se podía ver un video en donde un hombre era torturado sexualmente. La víctima se hallaba amarrado a una Cruz de San Andrés, gritaba, lloraba y de varias partes de su cuerpo la sangre salpicaba el suelo. Es verdad que el masoquismo es rudo y quienes lo practican pueden ser violentos durante las sesiones, pero lo que ahí se estaba mostrando no iba para nada ligado a lo que el verdadero masoquismo significaba. Eso era tortura, era en contra de la voluntad de la víctima, e incluso se podría decir que el dominante planeaba asesinarlo.

—¿Qué demonios es eso?

—No lo sé —Barry apagó el televisor—. Debemos llamar a la policía.

Día 1

—Buenos días, señor Parrish, ¿me permite hacerle una entrevista?

»Buenos días, señor Parrish, ¿me permite hacerle una entrevista?

»Buenos días, señor Parrish, ¿me permite hacerle una entrevista?...

—No te desgastes tanto, hijo, cuando llegues ante ese señor olvidarás todo lo que has repetido —el taxista se burló.

Tristán Greek suspiró y dejó caer sus libros al otro lado del asiento. Miró por el retrovisor y observó al enorme hombre que manejaba el auto.

—Tengo que repetirlo, de otra forma echaré a perder mi primera entrevista.

—¿Primera entrevista? ¿Qué estudias?

—Soy estudiante de telecomunicación en el hospicio de Gordon Cox…

De la nada, el conductor comenzó a reír.

—¿Hospicio?

—Sí señor, soy huérfano. Mis padres fallecieron en el huracán de hace doce años, y desde entonces he vivido en Gordon Cox.

—Vamos hijo, no me malentiendas. Mis padres también se fueron cuando yo tenía doce, y desde entonces he aprendido a ganarme la vida. Y dime, ¿a dónde vas?

—Como proyecto final me pidieron una entrevista sobre alguien importante, y me enviaron a la Residencia Parrish.

—¿Entrevistarás al viejo Parrish? Espero que estés preparado. Hay muchos rumores sobre él.

—¿Como qué tipo de rumores?

—Como que el viejo es un caníbal, pedófilo, torturador y le gustan las mujeres jóvenes. También afirman que salió con la Condesa de Santa Esmeralda. En fin, en boca de la sociedad su vida se ha convertido en una pésima montaña rusa.

—¿Caníbal, pedófilo y torturador? —Tristán comenzó a temblar.

—Sí, y también que salió con la Condesa de Santa Esmeralda. Pero anímate, son solo rumores. Si logras entrar a la residencia, tu futuro allá afuera estará asegurado.

Finalmente la casa apareció en el horizonte de la mañana. Tristan bajó y dejó su maleta en el suelo.

—¡Recuerda no llorar, hijo! ¡Hasta luego!

El mentón de Tristan le comenzó a temblar. Cuando el chico se dio la vuelta, vio ante él los enormes muros y alambrados que rodeaban la propiedad. Sus dedos flacos tocaron el timbre y una voz computarizada comenzó a hacerle preguntas sobre su visita; le pidió que mostrara ante la cámara el documento que confirmaba su entrada, y una vez confirmado, las barras de acero se abrieron permitiéndole pasar.

—¡¿Hola?! —Tristan llamó y esperó la presencia del señor Hadeon Parrish. Sin embargo, la persona que llegó a su encuentro no fue precisamente él, sino un extravagante hombre vestido con medias negras, sin playera, llevaba los ojos maquillados de negro, estaba extremadamente delgado y tenía un color de piel que más bien lo hacía ver enfermo. También en el cuello cargaba una gargantilla oscura con una pequeña placa que tenía el apellido Parrish grabado en ella.




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