Psicosis

Caso 2. El chico de mi clase (2/2)

Día 10

A Yadira le hubiera gustado seguir viviendo momentos como aquellos, pues de un tiempo a la fecha aquella amistad quedó consolidada y se volvió más fuerte. Crecía con cada día que pasaban juntos y la confianza también se extendía. La mente de Edward le contaba inimaginables cuentos de terror y suspenso, le narraba relatos, pensamientos, e incluso los dos llegaron a ver juntos películas de terror dentro de la casa de ella. Los padres de Yadira al principio no se vieron tan contentos al ver la llamativa apariencia del joven, sin embargo, y al estar en trato con él y sentirse con la misma confianza que su hija, lo comenzaron a tolerar.

Aquella noche, luego de que el televisor se apagara al concluir la película, Edward estiró los brazos, se encimó la chamarra negra y le cuestionó algo que la hizo pensar un par de segundos.

—¿Quieres ir a dar la vuelta conmigo?

—¿A esta hora? No creo que me den permiso.

—No necesitas pedirlo, ahí tienes la ventana.

—Olvídalo Edd, si mi padre nos ve saliendo, no quiero pensar en lo que podría decirme. Me prohibiría volverte a dirigir la palabra.

—Pensé que eras diferente.

—¿Diferente en qué aspecto? —en los ojos de la chica apareció un sentimiento de pánico. No quería perderlo como había perdido a sus viejos amigos de los estados y países que dejó atrás.

—No lo sé. Sólo pensé que no eras como las demás chicas. Pensé que te gustaba el riesgo y que no te preocupaba el futuro. Ya sabes, una mujer sin límites. Pero no importa, respetaré tu decisión porque eres mi amiga. Nos vemos mañana.

—Espera, Edward —Yadira tomó un suéter del armario, se puso un par de botas para la nieve y ambos bajaron hacia el techo del cobertizo.

Edward la montó dentro de su auto y se ofreció a colocarle el cinturón de seguridad a pesar de que Yadira le dijera que no hacía falta. El chico le dijo que no refutara nada y se lo puso, le acomodó el cabello detrás de la oreja y le robó un beso rápido en la frente. La joven se puso colorada.

Edward manejó alrededor de las carreteras desoladas, los lugares en donde comenzaban los campos y bosques, los pinos y las reservas naturales. La luna apenas y tenía tiempo de iluminarles el camino, por lo que Edward tuvo que encender los faros delanteros para poder ver y no tener un accidente.

Cuando casi se llegaron los primeros minutos de la madrugada, el muchacho manejó de vuelta a casa.

—¿Te has divertido? —le preguntó, apagando el motor del auto para que el padre de Yadira no se diera cuenta.

—Me ha dado un poco de miedo, pero me gustó.

—¿Miedo? ¿Por qué?

—No lo sé, tal vez de que nos fuera a salir un loco y nos asesinara.

El joven rio a carcajadas.

—Descuida —se inclinó para retirarle el cinturón de seguridad—, no vivimos en una película de asesinos.

—Lo sé, y también sé que contigo a mi lado nada malo me puede suceder.

“Por supuesto”.

Día 16

Durante varios días seguidos las visitas continuaron, desgraciadamente estas se volvieron un poco más… empalagosas y continuas. Edward parecía ya no querer salir de la casa de los Harris, pues desde que las clases terminaban hasta que las horas de la noche se llegaban, el muchacho se la pasaba metido dentro de la recámara de la joven. Las actividades se volvieron aburridas y mecánicas, las películas y series se repetían, y aquello provocó que se volviera un tormento para la familia, en especial para la señora de la casa, a quien se le atribuía tener un temperamento desesperado.

—No sé qué te vas a inventar para evitar que tu amigo venga, pero esta tarde no lo quiero aquí. Tu padre y yo hemos invitado a personas de nuestro trabajo y necesito que estés presente.

—Edward no es malo —Yadira untó mermelada sobre su pan.

—Nadie dijo que lo fuera, pero esto comienza a fastidiarme. Anoche intenté hablar a solas contigo, y no pude hacerlo porque aquel muchacho te siguió.

—No lo puedo correr así de la nada, mamá, sería una grosería.

—No me importa, un día de visita es bien aceptado, dos, tres, incluso cuatro o la semana entera, pero ya casi vive aquí. ¿Sus padres no se preguntan en dónde puede estar su hijo?

—No lo sé, no los conozco.

—Pues deberías —su madre cerró la puerta de la cocina y todo se quedó en silencio.

Una vez en la escuela, Yadira se quedó alrededor de quince minutos observándolo sin decirle ni una sola palabra. Lo vio jugar un videojuego en su teléfono y reír mientras su soldado asesinaba a los enemigos que intentaban dispararle. Al final, Yadira suspiró:

—¿Ed, qué planes tienes para hoy?

Y sin importar que su personaje pudiera morir, Edward levantó la mirada hacia ella.

—Estar en tu casa. Vamos, no me veas así, traje todas las películas de Swan. Verás que vamos a divertirnos —el muchacho le entregó su mochila y Yadira pudo ver los DVD´s en su interior, pero al ella intentar sacarlos, un espantoso olor de podredumbre le golpeó la cara.




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