Día 3
Le gustaba que sus libros estuvieran en orden porque era un amante de la estética y la limpieza. Mikey terminaría de acomodar sus libros y apuntes dentro de su diminuto casillero y después se reuniría con sus amigos en la cafetería para tomar el almuerzo. Sin embargo, cuando terminó su faena de apilarlos por el orden que necesitaría más tarde, un par de enormes manos lo sujetaron y lo intentaron meter dentro del pequeño espacio metalizado. Por supuesto, Mikey intentó defenderse, su cuerpo era demasiado grande para aquel lugar, y aunque el chico terminó lastimándose las piernas y los brazos, no desistió de su pelea.
Al ver que no podría meterlo, Eddie Gibson lo lanzó al suelo.
—Quítate de mi camino, jodido hocico de púas —le dijo pisándole los zapatos y tratando de pararse encima de su cuerpo—. O prefieres que te arranque otra vez los dientes. Encontré una forma divertida, el otro día vi a mi padre utilizar sus pinzas especiales para arrancar los alambres del jardín. Te aseguro que van a encantarte tanto como a mí.
Al principio Mikey se tragó su coraje, no le dijo nada y solo se limitó a mirarle y darle lo que Eddie Gibson amaba sobre todas las cosas: miedo. Pero el fuego se asomó en su mirada cuando el Boss se agarró sus propias partes íntimas por encima del pantalón y le sonrió.
—Deberías prestarme a la zorra de tu amiga, no sabes cuánto me gustaría llenarle su espantosa boca con mi verga.
Y entonces Mikey se levantó. Arremetió contra Gibson y lo empujó tan fuerte que el cuerpo del Boss se estrelló contra uno de los casilleros al punto de hacerle una abolladura.
—¡Con ella no te metas! —le gritó el chico—. Si fueras tan hombre como tanto presumes, tendrías el valor de respetarla.
Nadie pensó que algo malo estaba ocurriendo, ni que una sombra de agonía estaba cerniéndose sobre Over Long. El almuerzo transcurrió en silencio, y aunque en los pasillos de la preparatoria ya se comenzaba a hablar de la aparatosa confrontación que Mikey había tenido con Eddie, ni Kimberly, ni Iván, ni Irving se dieron por enterados. No hasta que Kimberly sintió su ausencia.
—¿Alguien ha visto a Mikey?
Iván e Irving se miraron.
—¿No tuvieron clase juntos?
—Me dijo que iría a dejar unos libros a su casillero y que me vería aquí con ustedes… No creerán que…
—Demonios.
Lo trágico se hizo evidente y el presente se convirtió en una paranoia de miedo y muerte. Los tres chicos salieron corriendo de la cafetería, fueron hasta su casillero pero no encontraron nada más que un montón de hojas regadas y libros maltratados. Pero entre tanto desastre, un chico del grupo de ajedrez, se acercó a Irving y le susurró tan bajo como si temiera que las paredes fueran a oírle.
—Se ha peleado con Eddie y se lo han llevado a la fuente del jardín.
Desesperados, atravesaron los pasillos y se dirigieron a la imponente fuente de piedra. Desde lejos pudieron avistar al menos a cuatro Boss y al propio Eddie Gibson, sujetando a Mikey dentro del agua llena de sangre.
—¡Dios mío, Mikey! ¡Déjenlo!
Eddie y compañía echaron a correr sin decir nada, pero cuando Irving consiguió llegar y sacar a su amigo del agua, se dio cuenta de que habían llegado demasiado tarde.
—¡No! ¡Mikey, despierta! ¡Despierta, por favor! ¡Mikey!
Hicieron de todo para poder despertarlo: lo abofetearon, le gritaron y lo movieron, pero el chico no volvió a abrir los ojos.
Estaba muerto.
Día 8
Se ha pasado una semana, y decir que todo mejoró, que las autoridades policiacas y los directivos del plantel respondieron ante lo sucedido y que los responsables pagaron por el atroz crimen, sería una mentira monumental.
No hubo ni un solo detenido y no hubo expulsados. El padre de Eddie Gibson tuvo el dinero suficiente para comprar a las autoridades y liberarlo de todos los cargos. Sin embargo, lo que resultó realmente indignante y ruin, fue que las autoridades consideraron únicamente el supuesto testimonio de supuestos testigos, los cuales, y por si existen dudas, eran los amigos de Gibson. Los demás Boss que lo acompañaban y que fueron tan culpables como él, dijeron que Mikey había resbalado a la fuente, pero que cuando Eddie consiguió llegar a él para ayudarlo, ya era demasiado tarde. El chico se había ahogado por su propia imprudencia.
—Es un maldito —gruñó Irving, pasando el vidrio roto de una botella sobre la pared de su habitación. Junto a él se hallaban Kimberly e Iván empinándose varias botellas de bebidas alcohólicas y fumándose unos porros de marihuana.
—Como me gustaría que la pared fuera el pecho de Eddie. Pasarle el vidrio sobre la carne y verlo retorcerse de dolor —comentó Kimberly.
—Pero no podemos tocarlo. Su padre nos acabaría —señaló Iván.
—¿Y? El que nos hiciera algo no cambiaría las cosas, no habría manera de revivir a su hijo.
Entonces, en un acto de valentía incontrolable, Irving sostuvo con mayor fuerza el vidrio de la botella rota y la levantó.
—Por Mikey —dijo—. Hay que vengar su muerte. Que esto no se quede como una anécdota más en Over Long.
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Editado: 11.11.2024