Psicosis

Caso 4. Sangre en Over Long (3/3)

09:45 P.M.

Kimberly los vio cuando entraban. El grupo entero de jugadores regresaban a sus recámaras junto con el escuadrón de porristas que lucían unos diminutos trajes de baño. La tarde, y a diferencia de cómo lo había planeado Irving, ni Eddie ni el resto de su grupo estuvieron practicando lanzadas de balones o tacleadas con las enormes y pesadas hombreras que les impedían lastimarse. Todo lo contrario, habían improvisado una escandalosa fiesta en el lago cercano.

«A los zorros los atrae todo lo que se mueva y gima de agonía…»

Kimberly se hallaba escribiendo frases en una libreta que solía cargar a todas partes y que utilizaba como diario personal. Al final de la hoja, cubierta por restos de sus lágrimas y pequeñas gotitas de sangre que provenían de sus uñas, las cuales por cierto nunca dejaba de morderse, la joven escribió:

«Tal vez esta sea la única oportunidad que tengo de despedirme de mis padres, porque sinceramente no cuento con que pueda volver. Yo sabré que todo habrá valido la pena cuando el mundo nos conozca, cuando al fin alguien escuche lo que esos bastardos nos hicieron. Tal vez hoy muera, todo dependerá de lo que Irving decida luego de ejecutar nuestro plan. Si es así, déjenme decirles que el mundo es una porquería. O al menos visto desde adentro de las paredes de aquella preparatoria».

Después la escondió bajo su cama.

10:40 P.M.

—Bien, nos quedan diez minutos. Vi a Eddie Gibson encerrarse en el salón de reuniones con el resto de los Boss y las porristas. Que su última fiesta comience —alrededor de su cintura, Irving se aseguró un cinturón de cuero negro, al cual cargó de municiones, explosivos y armas que iban desde pequeñas pistolas hasta navajas y cuchillos de caza.

Iván por su parte, y ayudado por Kimberly, rellenó con gasolina un enorme bidón que hurtó de las bodegas de mantenimiento. En la boquilla circular enroscó la manguera y el otro extremo fue a parar a la válvula de expulsión del lanzallamas casero que un amigo de Kimberly les había ayudado a fabricar. Aquel mismo contenedor lo amarraron con cinturones a la espalda de Irving, quien ya se había puesto su ropa de soldado.

Iván y Kimberly también terminaron de vestirse. Iván arrancó de un tirón las mangas de la playera, se enroscó el pantalón hasta media pantorrilla y se ajustó la gorra sobre su espeso cabello negro. Por su parte, Kimberly se maquilló una última vez la boca con labial negro, se corrió el rímel de los ojos a propósito mientras se miraba al espejo y después se puso su ropa de imitación militar.

—Disfruten de su zorra, quizá esta sea la última vez que la vean —sonrió al mismo tiempo que se ajustaba el cinturón con todas las armas y los cuchillos.

Juntos, los tres chicos dieron pie a la ejecución de lo que sería por mucho tiempo, la matanza más grande y sanguinaria de todo el condado y del instituto Over Long.

—Andando, ya saben cómo marchará nuestro plan. ¡Esto es por ti, querido amigo!

El primer pasillo que tomarían sería el de la salida de emergencia. Se trataba de un largo corredor solitario con innumerables señales de evacuación y consejos para intentar sobrevivir a una catástrofe. Por desgracia, y debido a que era un lugar bastante oscuro y solitario, también podía volverse el sitio preferido para todas aquellas parejitas hormonales que deseaban tener un momento de privacidad.

Al verlos, Irving decidió que ellos debían ser los primeros. El muchacho se paró frente a la pareja, les apuntó con la boquilla del lanzallamas y accionó el gatillo. La flama los envolvió por completo, creando así dos gigantescas bolas de lumbre que corrían y aullaban desesperados.

—¡Bien! ¡Está funcionando! —Irving gritó, viendo su cometido como si fuese el logro más importante de su vida.

Después de recorrer el pasillo de emergencia, los tres se dirigieron al salón de entrada. Este era prácticamente una estancia de entretenimiento; con sillones de terciopelo, mesitas con juegos de mesa y un dispensador de bebidas con nada de alcohol.

Kimberly fue la primera en entrar, y justo cuando sus pies tocaron la alfombra, la ira le subió por el pecho a velocidades inimaginables. En una de esas mesitas se hallaba una joven hablando con otro chico. Kimberly la detestaba con las entrañas, ya que fue una de las que se prestaron para repartir los volantes en donde supuestamente ella aparecía desnuda.

No lo pensó más y se acercó.

—Mónica —y al darse la vuelta, Kimberly le disparó, reventándole el pecho y provocando que el caos se disparara.

Los pocos estudiantes que se hallaban ahí dentro intentaron correr y protegerse, pero en su intento, Iván bloqueó la entrada, dando tiempo a que Irving y Kimberly siguieran disparando.

Los cuerpos comenzaron a caer y tanto la moqueta como las cortinas se llenaron de sangre y pólvora.

—¡Disparen! —Irving se reía a carcajadas, viendo con deleite y placer cómo los estudiantes gritaban, agonizaban y suplicaban para no ser los siguientes en morir.

Dentro del salón de reuniones, Eddie Gibson no estaba ni cerca de imaginar lo que le sucedería. Las puertas estaban cerradas y la música resonaba en los altoparlantes, impidiéndoles escuchar las detonaciones y los gritos de auxilio.




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