Los siguientes días y noches quedaron nada más como un pensamiento de posible paranoia. Sabrina no quiso hacerse la idea de que el hombre hablara en serio, y si lo recapacitaba bien, sus palabras se asemejarían mucho a una película de terror que ella ya conocía.
Se hallaba lavando los platos de la comida mientras Nate dirigía una reunión de trabajo por medio del computador. Y mientras tallaba el cochambre de algunas ollas, la señora se dio cuenta de que las siembras habían crecido demasiado rápido. Las milpas ya alcanzaban sus perfectos metros de altura asemejándose mucho a un espeluznante mar verde. Y como era de esperarse, los cuervos también aumentaron su número, pronto se convirtieron en cientos, miles y miles de aves oscuras que graznaban y surcaban los cielos en busca de poder picotear algo.
Abajo y entre todo ese mar verde, el espantapájaros trataba de cumplir su función. Quieto y taciturno, con su figura de trapos y su sombrerito de palma.
Sabrina terminó de fregar los trastos, cerró las cortinas y se dispuso a esperar a que su esposo terminara la reunión para ver una película.
—¿Y bien? —preguntó Nate al tenerla sentada entre los cojines de la cama—. ¿Qué quieres que veamos?
—¿Te parece si vemos Jeepers Creepers?
El hombre entrecerró sus ojos.
—Una película de ese tipo no me hará cambiar de opinión sobre la compra de esta casa.
—No lo hago con esa intensión, pero tampoco estaría mal persuadirte para que nos vayamos.
Día 61
La noche transcurrió tranquila, sin embargo y cuando el reloj de la mesa estaba marcando las 3:50 de la madrugada, los ojos de Sabrina se abrieron repentinamente. La mujer sintió deseos de acudir al sanitario, apartó las sábanas cuidando de no despertar a Nathaniel y se levantó. Fue y regresó, caminó hasta la ventana y estiró sus manos para cerrar las cortinas.
—¡Por Dios, Nathaniel, se ha movido!
El hombre abrió los ojos de golpe.
—¡¿Qué, qué te pasa?!
—¡Esa cosa de allá se ha movido!
Sabrina corrió de regreso a la cama y Nate corrió hacia la ventana, pero por más que escudriñó el lugar y se asomó, no consiguió ver nada.
—Sabrina, ¿qué fue lo que viste?
—El espantapájaros, se ha movido. Lo vi caminar.
—Cariño, aquí no hay nada. Ven, no tengas miedo, acércate.
Efectivamente, todo estaba en silencio y el muñeco seguía estando en su sitio.
—Te juro que se movió. Yo lo vi, estaba caminando.
—Cielo, cálmate, tal vez tu mente te ha jugado una broma.
—Yo lo vi, Nathaniel. Esa cosa se movió.
—Está bien, amor, está bien. Qué te parece si mañana pedimos que la policía venga para que nos acompañe y revisemos esa cosa.
—Iré a cerrar las puertas y las ventanas.
Día 62
Por la mañana, el auto patrulla del comisario local, Gideon Cage, se estacionó frente a la casa de los Clester. Nate y Sabrina salieron a su encuentro, y tras saludarle, Nathaniel le dio la explicación de lo que aparentemente había sucedido.
—Piensa usted, señora Clester, que… ¿vio moverse a esa cosa?
—No lo pienso, lo vi. Estaba caminando, se bajó de su base de madera y caminó entre la milpa.
El comandante respiró aburrido.
—Está bien, si usted lo afirma entonces tenemos que ir a visitar al extraño ser.
—¿Acaso se está burlando de mí?
—De ninguna manera, señora. ¿Le parece si en lugar de perder más mi valioso tiempo, vamos a ver lo que sucede?
Caminaron algunos metros hasta el fondo, se internaron en la milpa y al final quedaron frente a la tétrica presencia del espantapájaros.
—¡¿Para qué ha sacado eso?! —Sabrina se escondió detrás de su esposo cuando Gideon extrajo de su cinturón una navaja.
—Para saber qué tan vivo está nuestro espantapájaros caminante —y sin más, el hombre apuñaló al muñeco justo por encima de la pierna, pero al retirar la cuchilla, lo único que salió fueron trozos secos de paja y arena—. Lo ve, señora, no hay nada extraño con este espantapájaros.
—¡Oigan! —el grito de Bartho resonó por todo el terreno. Corría con todas las fuerzas que sus ancianas piernas le permitían—. ¡¿Qué le están haciendo a mi espantapájaros?!
—Cálmate, anciano —Gideon le sonrió—. Anoche la señora Clester tuvo una pesadilla y pensó que tu muñeco caminaba entre tus siembras.
—No fue una pesadilla —refutó Sabrina—. Lo vi moverse.
—Eso quiere decir que ya cobró vida.
—No le hagan caso —interfirió el comisario tras el comentario de Bartho—. A los lugareños les encanta inventar historias de terror.
—Eso no es cierto, tú y todo el mundo sabe que él nos visita cada año.
—Basta, vejete, no sigas espantando a la pobre mujer. Señora, señor Clester, estén tranquilos que aquí no sucede nada malo.
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Editado: 11.11.2024