Día 65
Nate se tomó el tiempo para leer cada una de las noticias, las comparó con otros periódicos viejos e incluso buscó un poco de información en el internet, pero todo indicaba que Bartho no estaba mintiendo.
—Vámonos, Nate. Yo ya no estoy tranquila, ahora menos que un violador y asesino puede hacernos daño.
—Sabri, esto es… es lo más aterrador que he leído en mi vida, pero sinceramente yo no creo que sea algo paranormal ni que tenga que ver con el espantapájaros de los maizales.
—¿Me estás llamando loca?
—No. A lo que me refiero es, los casos son reales, pero no es obra de un espantapájaros, sino de un asesino que tiene un modus operandi de matar cada año.
—Por lo que sea, ¡hay que largarnos!
Nate se asomó a la ventana.
—¿Por qué crees que aparezca solo cada año y en agosto? —le preguntó su esposa desde el sillón.
—La verdad no lo sé —luego se giró hacia ella—. Dormiremos esta noche aquí y mañana nos iremos.
—¿De verdad? —los ojos de Sabrina brillaron. Estaba contenta, pues por fin se marcharían y todo aquello pasaría al olvido como si nunca hubiera existido.
Aquella noche y después de que Sabrina estuvo segura de haber cerrado cada una de las puertas y ventanas de la casa, se acostó buscando el pecho cálido de su esposo y solo así consiguió quedarse dormida. Lamentablemente a las dos treinta de la madrugada, esa tranquilidad se vio alterada.
—Nate —exclamó, levantándose de golpe—. Nate, despierta, despierta.
—¿Qué pasa, cariño? —pero el hombre seguía en duermevela.
—Hay alguien en la casa.
—¿Qué?
—Hay alguien en la casa, Nathaniel.
—Cariño, estás equivocada, nadie puede entrar. Pusimos más de veinte candados, intenta dormir.
—Nate, te digo que hay alguien en la casa. Escuché pasos en la sala de abajo.
—Sabrina, no hay nadie. Duérmete.
La mujer se dio la vuelta, hundió la cara entre las sábanas e intentó controlar su respiración. Las cosas permanecieron un rato más en silencio, cuando de repente…
—¡¡¡NATHANIEL!!!— Sabrina dio un alarido de espanto, la cama se movió con brusquedad y aquello bastó para que Nate abriese sus ojos.
—¡¿Qué demonios?! —los colores le huyeron del rostro al ver a la espantosa criatura que yacía postrada bajo el umbral de su habitación.
El espantapájaros era real. Tenía vida y el rostro cubierto con un costal marrón.
—¡¿Qué es lo que quieres?! —el hombre se puso a la defensiva, salió de la cama y se interpuso entre su esposa y la verdadera amenaza.
El espantapájaros dio un silencioso paso hacia ellos y luego, sin decir absolutamente nada, mostró una enorme cuchilla de mango dorado que guardaba en la bolsa trasera del pantalón. No obstante, en aquel acto, Nate y Sabrina pudieron darse cuenta de algo. La mano que sostenía el cuchillo era humana. No había nada paranormal en esa cosa, ya que solo se trataba de un jodido hombre disfrazado de espantapájaros.
De cualquier forma, Nathaniel estuvo consciente de una sola cosa. Protegería a su esposa hasta su último aliento.
El espantapájaros se abalanzó sobre ellos y Nate le hizo frente con su cuerpo mientras le gritaba a su esposa que corriera.
—¡Nate! —Sabrina pasó por encima de la cama, empujó la mesita de noche y echó a correr hacia la puerta. Detrás de ella, Nate hacía todo lo posible por alcanzarla.
—¡Sabrina, vete de la casa! ¡Vete!
La mujer bajó corriendo las escaleras con los pies desnudos, cruzaba los pasillos desesperada y temblaba. No quería dejarlo atrás, pero necesitaba salir y pedir ayuda, ya que de otra manera nadie sabría lo que en realidad estaba pasando, y una vez más la tomarían a loca después de que ella narrara la historia del espantapájaros.
Sabrina llegó hasta la puerta, y a pesar de que estrelló su voluptuoso cuerpo contra la madera, una y otra vez, no consiguió hacer nada para abrirla. Los candados seguían puestos, lo que significaba que el espantapájaros había entrado por otro lado que ellos no conocían.
Gritó y golpeó con ambas manos la puerta, dando de vueltas a la perilla y pateando la madera con la intención de romperla. Pero entonces todo se quedó en un abismal y abrupto silencio.
El miedo era enorme, pero el amor que Sabrina sentía por su esposo era tal que se armó de valor y comenzó a caminar de regreso a la habitación. Quizá en el fondo y tras haber leído tanta trágica noticia, sabía que tenía todas las posibilidades de morir.
—¿Nate? —lo llamó con los ojos escurriendo de lágrimas—, ¿Nate? Amor, estoy aquí... ¡Dios, no! ¡NO!
Nathaniel estaba en el suelo, solo, con el pecho y la boca cubiertos de sangre y una tremenda agonía que le impedía gesticular frases completas.
—Vete… tienes… tienes que irte —la sangre lo estaba ahogando.
Sabrina corrió hasta él, colocó su cabeza sobre su regazo y le acarició la frente. No lo dejaría, aunque eso implicara que el espantapájaros la asesinase también a ella.
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Editado: 11.11.2024