Año de 1985
Owen Wesley.
Oriana Wesley siempre le había dicho a su joven hijo de ocho años que no tenía permiso de salir a jugar sin antes haber terminado sus deberes. Y seguramente Owen Wesley hubiera obedecido las indicaciones de su madre, si tan solo esta se limitara a llamarle la atención con un simple regaño. Pero no. A la mujer le encantaba golpearle la espalda desnuda con el cable del televisor mientras le repetía lo mal que se había portado.
Owen la aborrecía, la despreciaba con todo su ser, sobre todo después de ver a su padre llorando, cuando en una noche de discusión, Oriana le vertió aceite hirviendo en la mano. El hombre soltó un tétrico alarido de dolor, se vendó la quemadura con algunos retazos de tela que había en la casa y al día siguiente se marchó. Se fue y abandonó a su esposa y a sus tres hijos, entre ellos a Owen.
—¡Ya basta! —aquel día, algo cambió dentro del niño. Algo se agitó con una violencia vibrante y le dio la valentía necesaria para darse la vuelta e interponer una de sus manos entre su cuerpo y el golpe letal del cable.
—¡TE DIJE QUE TE CALLARAS! ¿POR QUÉ NUNCA OBEDECES LO QUE TE DIGO? —ella le gritó e intentó sujetarlo.
—¡Déjame! —Owen volvió a gritar y entonces se echó a correr.
Sabía que su madre iría por él, sabía que en cuanto lo alcanzara, los golpes se multiplicarían y entonces todo terminaría en un dolor insoportable.
Corrió con los pies descalzos sobre la arena suelta de la calle y con su espalda desnuda bajo los fuertes rayos del sol. Su esperanza era llegar al otro lado de la calle y perderla de vista. Corrió y atravesó las rejas alambradas, pero justo cuando atravesaba la calle, la desgracia sucedió…
Un auto lo atropelló.
Año de 2008
Día 1
—¡Bonnie! ¡Tu desayuno está listo, ya puedes bajar!
Sus zapatitos de charol hicieron eco en las escaleras, llevaba su cabello rojo recogido en una coleta alta y su uniforme escolar estaba impecable. Hoy era su primer día de clases y por nada del mundo querría perdérselo. Bonnie Wesley era una niña preciosa, risueña, pecosa y de hermosos ojos celestes que se asemejaban mucho a los de su padre.
—¿Estás entusiasmada, cariño?
—Sí, mami.
Su madre, Isabella Wesley, le besó la mejilla y un segundo después vio a su esposo aparecer, con el periódico bajo el brazo y una taza de café en la mano.
—¡Ya estoy lista, papi! —gritó la niña al verlo.
—Qué hermosa has quedado —Owen Wesley, su padre, se acercó a ella y le llenó de besos la esponjosa melena roja.
Los tres desayunaron juntos, ambos padres llenaron de cumplidos y buenos deseos a su hija y finalmente Owen se levantó de la mesa. La noche anterior quedó con su esposa de que él llevaría a la niña al colegio en el tráiler que manejaba, y justo después se dirigiría a la carretera de Trarón para llevar la carga correspondiente.
—Cuídate mucho —la mujer le dio un largo beso.
—Regresaré en unos días, no te preocupes por nada —y entonces se marchó.
Después de acudir a la guardería y dejar a su hija al cuidado de las educadoras, Owen se dirigió a la carretera. El sol ya le daba de lleno en la cara, llevaba la radio a un volumen considerable y a su alrededor no había más que pastos secos y enormes parajes alejados de la sociedad.
Condujo durante varias horas, y no se detuvo hasta que consiguió avistar, en el horizonte de la carretera, una parada en la que los camioneros se detenían, ya fuese para llenar los tanques de gasolina, o para refrescarse con las fuentes de agua que funcionaban todo el día.
Owen detuvo su enorme monstruo de hierro, bajó y se encendió un cigarrillo. No obstante, una mujer de escote pronunciado y que se hallaba en las fuentes llamó su atención.
El hombre frunció los labios, miró su cigarrillo que estaba a punto de terminarse y se maldijo a sí mismo en su fuero interno. Detestaba cuando la cabeza comenzaba a dolerle. Recordó que el invierno ya estaba cerca y pronto el Lago de Perales se convertiría en ese aterrador manto congelado del que él tanto disfrutaba.
El hombre tiró la colilla de su cigarro al suelo, la pisó con su enorme bota de camionero y después se acercó a la mujer con la inofensiva mentira de quien se acerca a beber un poco de agua.
—Hoy está haciendo un calor endemoniado, ¿no cree?
Al principio la mujer le lanzó una mirada de rechazo, pero apenas consiguió verlo, una coqueta sonrisa afloró en sus labios. Owen Wesley era el tipo de hombre guapo y musculoso con el que muchas mujeres soñaban. El sujeto medía un metro con noventa centímetros, tenía una complexión fornida, de ojos celestes, cabello rojizo y cautivadora sonrisa. Sin duda alguna, era el imán perfecto para sus víctimas.
—Vaya que sí —contestó ella.
—¿Ha sido largo tu viaje?
—Un poco, por eso decidí detenerme a refrescarme.
—¿Te apetece un cigarrillo?
—Si me lo invitas no tendría ningún problema.
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Editado: 11.11.2024