Día 1
Pueblo de Villa Grazdo.
Era el once de marzo del año 2001 cuando Arely Pardo y su pequeño hijo de tan solo tres años, Jake Thomas Pardo, acudieron al centro comercial con la intención de comprar los regalos navideños. La mujer sabía que mantener a su hijo cerca de ella mientras realizaba dichas compras podría arruinar la sorpresa, ya que a esa edad, el pequeño Jake seguía creyendo que los regalos los dejaba Papá Noel bajo el enorme pino. No obstante, en el centro comercial que Arely estaba visitando, existía una pequeña área con brincolines y diversos juegos para que las mamás dejasen a sus pequeños mientras ellas recorrían el recinto.
Arely tomó a Jake y se encaminó hasta allí. Era la primera vez que lo dejaba solo, pero al ver que a su alrededor había más niños jugando, gritando y formando grupitos, pensó que dejar a Jake no le causaría ningún problema.
—Regreso pronto, ¿está bien, cariño? —Arely le besó la frente, le acomodó el chalequito de lana que el niño tenía puesto y después se marchó.
Atrás de ella, Jake comenzó a jugar con las pelotas del suelo mientras los niños se acercaban a conocerlo. Una hora después, las alarmas del centro comercial comenzaron a sonar, llegaron los policías y todo el personal se puso en alerta. Jake Thomas Pardo había desaparecido.
***
Cuando los periódicos dijeron que Gerard Conrad Poulsen tenía a la muerte representada en los ojos, las personas dijeron que estaban exagerando. Nadie, hasta el momento, lo había visto directamente, ni siquiera los medios de comunicación habían logrado hacer alguna fotografía o tan siquiera entrevistarlo, pero todo eso cambió cuando su juicio se llevó a cabo. Ese día, las autoridades permitieron la entrada de los medios y de algunos curiosos morbosos, no obstante, muchos de ellos quedaron aterrados al verlo entrar, esposado y con el uniforme naranja de la prisión.
Gerard Conrad Poulsen era alto, delgado, rubio, su largo cabello lacio le llegaba hasta la espalda y, efectivamente, en sus ojos no había rastro de vida o emoción más que una oscuridad perpetua y amedrentadora.
Poulsen fue encontrado culpable y condenado a cadena perpetua. Sus delitos desfilaban en una amplia lista de ilegalidades repulsivas, entre las que destacaban el lavado de dinero, venta de drogas, distribución de una gran cantidad de pornografía infantil, el asesinato de una niña de diez años y la creación de manuales para ayudar a los pederastas a enmascarar sus deseos y atraer víctimas.
Cuando Poulsen se levantó de la silla, la sala del tribunal estalló en abucheos e insultos. Algunas personas le arrojaron bolas de papel cubiertas de saliva y otros utilizaron los bolígrafos como proyectiles. No obstante, arrinconado en una de las esquinas se hallaba un taciturno agente que, por extraño que pueda parecer, creía firmemente que Gerard Conrad Poulsen era inocente.
Día 1
9 años después.
A casi una década de la desaparición de Jake Thomas Pardo, los vecinos y ciudadanos se juntaron para organizar una pequeña misa conmemorativa en su nombre. Actualmente Jake tendría doce años, no obstante y aunque la policía nunca dio por cerrado el caso, jamás pudieron obtener alguna pista que les permitiese encontrarlo. Su desaparición se convirtió en un total misterio que hasta el día de hoy parecía no tener respuesta.
Pero entonces, las interrogantes que alguna vez existieron, de la nada comenzaron a multiplicarse. Después de la misa, Arely regresó a su casa. Ella y su esposo Richard, se habían separado dos meses después de que su hijo desapareciera, pues a pesar de que Richard intentó mantenerse fuerte, no podía evitar que el dolor y el miedo lo consumieran al grado de tildarla a ella de ser la única responsable.
—¿Por qué lo dejaste? ¿Por qué no lo llevaste contigo? ¿Por qué no me llamaste para que yo lo cuidara? ¿Por qué, Arely, por qué lo dejaste solo? —no importa cuántos años tuvieran que pasar, las preguntas y los reclamos seguían presentes. Siempre estarían ahí cómo el fantasma de la culpabilidad.
De pronto, Arely detuvo sus pasos. Su rostro se puso pálido, las manos le temblaron y su corazón dejó de latir. Frente a ella, sentado en el pórtico de la casa, con las piernas estiradas y un rostro cubierto de mugre, tristeza y temor se hallaba un joven muchacho.
—¿Mamá?
La mujer no supo cómo reaccionar. Se acercó al joven y le tocó el rostro. Estaba congelado, llevaba puesta una chamarra más grande que su cuerpo y sus zapatos estaban rotos. Ese joven de risos rubios, ojos oscuros y mejillas arreboladas se sentía tan familiar, tan añorado, tan querido, tan…
—¿Jake? ¿De verdad eres tú? —la voz de Arely fue apenas un susurro. Las lágrimas escurrieron de sus ojos y le rodaron hasta el cuello— ¿En dónde… en dónde has estado todo este tiempo?
El joven se abrazó a ella. Decidió que era momento de olvidarse de las palabras y comunicarse más con el cuerpo.
La noticia llegó a los medios. Arely estaba feliz, se sentía la mujer más feliz del mundo, porque luego de casi diez años de búsqueda y de noches en vela, por fin su hijo había vuelto a sus brazos. Sin embargo, cuando Richard acudió al llamado y abrió la puerta de la casa para rencontrarse con su hijo, una mueca de confusión se extendió por todo su rostro.
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Editado: 11.11.2024