Día 13
Ese día la vio salir. La pequeña Esmeralda vestía una falda de tablillas que le llegaba hasta el tobillo, llevaba zapatos de charol con calcetas blancas y una blusa blanca de manga larga y cuello de tortuga. Su cabello lo llevaba sujeto en una coleta alta y esta vez lo tenía adornado con un listón de color verde.
Zizzo la observó desde su ventana, escondido detrás de la cortina y pensando en lo terrible que tendría que ser para una niña, con movimientos gelatinosos, tener que ir vestida de semejante manera bajo el sol de una mañana calurosa. La observó hasta verla regresar con un jugo de botella bajo el brazo. Entendió que la niña había acudido a la tienda y por ende en algún otro momento tendría que regresar a ella.
Aquellos segundos fueron perfectos. Se sintió contentó. Cerró la tela y suspiró pegando su frente a la pared. Hoy la había visto, y solo unos pocos segundos bastaron para saciar su hambre.
Día 14
Llevaba toda la mañana esperando por ella. La vio pasar a las primeras horas del día, ser llevada por la mano de su madre al colegio mientras la niña cantaba estrofas de iglesia. Inmune a la paciencia, Zizzo se revolcó en su miseria mientras esperaba a que las horas pasaran y la niña retornara a casa.
Esmeralda regresó a eso de la una y media de la tarde, vestía el uniforme escolar, con la falda hasta el suelo y un listón rojo en el cabello. El hombre la miró, escondido detrás de su ventana la espiaba como un adolescente enamorado en busca de su amor juvenil, sin embargo, un recuerdo cayó sobre él tan contundente y demoledor como el pánico mismo.
El martillo del juez cayó sobre la base de madera. Al fondo, una mujer lloraba y lo maldecía por el resto de su vida. El señor Theodore se hallaba sentado frente al tribunal mientras escuchaba la sentencia, y a su lado, su abogado tensaba la mandíbula.
—El acusado pasará dos años en la Prisión estatal…
—¡NO! —la mujer volvió a estallar en gritos—. ¡Ese desgraciado merece estar preso por lo menos cincuenta años!
—Guarde silencio, por favor —exigió el Juez con voz autoritaria—. Una vez concluido este periodo, el sentenciado deberá reubicarse al menos quinientos setenta kilómetros del lugar en el que se cometió el delito. Se cierra la sesión.
La mujer, que hasta entonces no había dejado de gritar, logró liberarse de los guardias y corrió hasta donde un policía esposaba al señor Theodore.
—Nunca encontrarás paz —le dijo, con los ojos llenos de lágrimas y llenos de furia—, y a donde quiera que vayas, siempre alguien podrá reconocerte y sabrá la asquerosa condena que cargas encima. No importa cuántas veces cambies de nombre o de dirección, siempre sabrán que eres un asqueroso y despreciable ser humano.
Ese mismo día, el señor Theodore fue encarcelado en la prisión estatal, lugar en el que no duró mucho tiempo, pues a casi un año de cumplir su sentencia, fue puesto en libertad por buena conducta. El hombre se mudó a otro estado, se cambió el nombre y comenzó una nueva vida bajo el nombre de Zizzo Urgel.
Zizzo estaba condenado a existir como tantas veces lo habían llamado. Como un peligroso monstruo que acechaba en las sombras. Durante las noches, y cuando el hombre se hallaba acostado en su cama, con las sábanas hasta el pecho, mantenía conversaciones con su propia cabeza. Ella le aconsejaba salir al jardín, pararse con una manguera de agua en la mano, y mientras disimulaba regar las flores, podría ver a su tan querida Esmeralda.
Podría saludarla y olerle el cabello a distancia, podría perderse en sus ojos y en sus pecas tan añoñadas. Pero entonces se descubría a sí mismo arrepintiéndose. No era el miedo quien lo hacía desistir de sus ideas, sino su propia razón, su propia cordura de la realidad que lo abofeteaba y le clavaba cuchillos en el pecho para evitar que siguiera avanzando.
Zizzo era un hombre cuarentón mientras que Esmeralda solo tenía nueve años de edad.
—Si es verdad la historia que muchos hombres cuentan, que Dante Alighieri se enamoró de Beatriz cuando ella tenía la misma edad que mi joven amada, entonces, ¿será pecado imponerme ante mis propios sentimientos? Porque como solía decir Humbert: mi propio deseo me ciega cuando ella está cerca —se dijo, convenciéndose a sí mismo de que no estaba haciendo nada malo.
Le faltaría mucho para entender que a los niños NO se les toca.
Día 15
Él la describía como niña joven y de buena apariencia que sobrepasaba cualquier límite de belleza temprana y sobrevalorada protección. Le gustaba escribirle pequeños versos en una libreta maltratada, gastada y amarillenta, de esas que muchas veces las personas arrojan a la basura porque piensan que no tendrán ninguna otra utilidad.
Por otro lado, a Zizzo es claro que se le puede describir como un gran calculador y pensador de futuras desgracias. Pensaba que si algo le llegaba a suceder, por ejemplo, que algún día inesperado, una mañana, una tarde o en una posible noche tranquila, saliera de su casa, echara llave a la perilla y por cosas de las que nadie puede explicar, un ladrón se atravesara en su camino para picarle el pecho con su navaja hasta matarle.
La policía seguramente llegaría, primero examinarían el cuerpo frío y luego irían en busca de su casa, encontrarían la libreta y entonces la sociedad ya no lo vería como una víctima, sino como un depravado hombre que anda cazando niñas indefensas.
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Editado: 11.11.2024