Psicosis

Caso 7. Esmeralda (3/3)

Día 22

Ese listón amarillo, por el momento, había llenado su vida de retorcidas fantasías y uno que otro recuerdo para nada agradable. Se había vuelto su compañero al despertar y también había remplazado los libros de historias fantásticas. Zizzo comenzó a romper la regla que para él había definido su nueva vida, la vida que él decidió comenzar después de que el juez se apiadara de su persona y le permitiera salir en libertad.

Se estaba obsesionando más de la cuenta, y aquello por supuesto le rompería el corazón de una manera malditamente cruel.

—¡Señor Zizzo! —El hombre se hallaba regando sus jardineras cuando Marieta cruzó la calle hasta llegar a él—. ¡Señor Zizzo!

—Dígame, señora, ¿en qué puedo ayudarla?

—Buenos días y lamento verme demasiado inoportuna, pero al no tener noticias suyas en días, he querido tomarme el atrevimiento de saber cómo se encuentra.

—Me encuentro muy bien, más del que me podría imaginar.

—Eso me alegra demasiado. Me gustaría pensar que esta vez deje el acto de cotizarse y me acepte un café. Preparé un pastel de frutillas y esperaba probarlo en su compañía.

Pero el hombre ya se había negado en repetidas ocasiones. ¿Hasta cuándo Marieta iba a entender que él no planeaba tener nada con ella? Más bien, no tener nada con ninguna mujer que no representase la dulzura infantil de una flor que apenas y comienza a crecer. Esta vez iba a ser su quinto rechazo, de no ser porque Esmeralda llegó gritando y dando insultos hacia la mujer.

—¡Vieja bruja! ¡Espero que el infierno del que tanto se me ha hablado la obligue a trabajar en sus confinamientos de agonía!

—¡Indignación! ¿Cómo es que me has llamado?

Esmeralda lloraba.

—Señora Marieta, cálmese, seguramente todo tiene una explicación —sus palabras eran unas, sin embargo, lo que pensaba la cabeza de Zizzo era algo muy diferente. Sentía deseos de tomar por el cabello a la mujer y lanzarla lejos de su indefensa—. Esme, ¿qué te ha sucedido?

—¡Mató a mi gato! ¡Maldita bruja! —y como si se tratase de una salvaje, Esmeralda lanzó varios arañazos al vacío y después echó a correr de regreso a su casa.

—Lo que hace esa niña no es más que dar infamias. No tiene idea de cómo anhelo el momento en que cumpla los doce años de edad y se largue con la iglesia que imparte juicio sobre su madre.

—Ha matado al gato —Zizzo la miró con un negruzco rencor calcinante.

—Ese animal también era una peste. Se colaba por mi jardín para morder mis flores. ¿Usted cómo tomaría eso?

—¡No tenía derecho de matarlo y arrebatarle la felicidad a una niña!

Los ojos de Marieta se abrieron de par en par, y por un segundo sintió pánico por el hombre que le hablaba.

—Señor Urgel, ¿cómo se ha atrevido…?

—Cómo es que usted se atreve a coquetearme como una descarada cuando no hace más que crear tragedias a su alrededor. Aléjese de mí, señora, que lo único que yo he sentido por usted desde el primer día que se postró en mi patio, es un aberrante asco. Es una mujer vieja y hetaira, usted sería la última femenina con la que pensaría relacionarme.

Zizzo había explotado. Con la rabia escurriendo por su boca entró a su casa, se dejó caer en el suelo y apretó con todas sus fuerzas el listón amarillo contra su pecho. Lloraba por la cara destruida de Esmeralda, lloraba por las salvajadas que había gritado y lloraba también por el gato.

Día 25

El a favor y el en contra se estaban convirtiendo en sus alimentos de todos los días. Primero venían los sueños mágicos, los sueños que le hacían ver a Esmeralda cerca de él; acostada sobre sus piernas y leyéndole cualquier cuento que entretuviera a sus oídos. Pero después llegaban las culpas monstruosas; sentirse asqueado por él mismo, guardar rencor a la mujer que lo engendró y a la vida que le dio los bastardos sentimientos de la pedofilia.

Odiaba escuchar las maldiciones del tribunal y la espantosa voz del juez repitiendo esa maldita palabra que la llevaba herrada en la piel.

Una noche antes de este amanecer, se había molestado tanto que arrojó todos sus libros, libretas y lápices fuera de su escritorio. Había gritado odiar al conejo blanco, y durante sus sueños miró a un hombre con cabeza de conejo diciéndole muy cerca del oído: «Tú no eres Alicia, y este no es el país de las maravillas».

Hoy todo estaba decidido, se iba a ir antes de que su gusto por Esmeralda lo llevara a cometer los peores actos inhumanos que un adulto puede tener contra un niño.

—¿Se va, señor Zizzo? —para su mala suerte, Lorraine pasó cerca de donde él montaba las cajas de mudanza dentro de su coche. Y para el colmo de las cosas trágicas, la mujer llevaba a Esmeralda de la mano.

—Buenos días, señora, me temo que sí. He encontrado un trabajo lejos de aquí y me gustaría poder respirar otros aires.

—Es una lástima, usted es un magnífico vecino.

—Y no necesita quedarse para escuchar todo lo que la vieja bruja de Marieta ha dicho sobre usted —de inmediato, Lorraine cubrió la soplona voz de su hija.

—¿Marieta? ¿Qué ha dicho de mí que no sean dignos mis oídos de escuchar?




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