Día 13
Es de ley que los globos van a estar presentes en cualquier fiesta infantil, o en todo caso en las fiestas de los adultos. Esto era el mayor terror de Kurthis, no los payasos, no las guirnaldas de colores, no las personas, no los libros, sino los globos. Ese ruido tan aterrador y maldito que comienza cuando se están inflando, el sonido chillón que producen cuando los estrujan entre las manos y el zumbido tan espantoso que dejan en los oídos al reventar. La ansiedad que una persona con ligirofobia puede llegar a sentir al tenerlos cerca gira muchas veces en un pánico irracional o temor súbito acompañado de sudores, irritación o incluso enojo, aunque muchas veces los síntomas pueden variar. Esto era el verdadero terror para este hombre. Repito, no los payasos, no las guirnaldas de colores, no las personas, no los libros, sino los globos, esos malditos globos que no sabes en qué momento van a estallar, y cuando lo hacen, retumban como bombas.
—Es horrendo, doctor —dijo Kurthis, ya para ese momento tenía la frente perlada de sudor—. No sabe cuánto deseo evitarlos, pero hay veces que me veo obligado a estar cerca de ellos. Los aborrezco, de verdad que los aborrezco.
Desde el baño, en la libreta de Lowell se apuntaba: ligirofobia.
Día 20
El color muerto y el hedor que antaño había caracterizado al cuarto de vidrio, ahora había desaparecido. Su nueva versión imitaba el estilo de una colorida fiesta infantil en la que sólo hacía falta la presencia de un payaso. Globos de colores, grandes, pequeños y a punto de reventar se hallaban alrededor de todas las paredes y el suelo. Nueve días se habían pasado desde que Taylor conoció al joven Kurthis Becker, y aunque su secuestro fue demasiado pronto para lo que normalmente Lowell acostumbraba, pensó que no tendría problemas.
Engañó al joven como normalmente lo hacía con sus demás víctimas. Lo citó en el mismo cuadro de bodegas y almacenes, pero esta vez utilizó un punto diferente. Lowell conocía ya todo ese territorio, se movía como serpiente y cazaba como lobo, no le era difícil espiar antes de llegar y convencerlos de subir, no obstante aquel día se daría cuenta de que no tenía todo controlado.
El hombre no pensó en que la fuerza de Kurthis no se podría comparar a la suya, pues si bien el joven había alcanzado los veintinueve años de edad, era delgado y su fuerza y agilidad eran impresionantes. Y es que hay un detalle que Taylor Lowell pasó por alto, ya fuese porque solo le importaba anotar lo que generaba la fobia, o porque se perdió de escuchar mientras se hallaba afuera del baño hablando con algún otro paciente o con los hombres de la limpieza. Kurthis Becker era un marine del ejército.
Pero no solo eso, el joven también era inteligente y bastante desconfiado. Acudió a la cita tal y como el secretario se lo había indicado, pero al ver que en el auto venía únicamente el secretario sin el psicólogo, sintió una desconfianza terrible y se negó a subirse.
Esto definitivamente molestó a Lowell, quién se volvió más y más insistente.
—Entienda, no sé qué demonios está sucediendo aquí, pero sea lo que sea no es nada bueno.
—Ya se lo dije, el doctor Graham lo atenderá en su casa.
—¿Y cree que yo me tragaré el cuento de que Graham vive en un lugar como este? Aléjese de mí, o ahora mismo interpondré una denuncia en contra suya y la de ese supuesto doctor.
Lowell se rehusó a todo, a ir a interrogatorio con la policía, a que descubrieran su otra cara, y sobre todo a perder su pieza con todo y sus cuartos de experimentación. Semejante escándalo se armaría cuando la policía encontrase a todos esos cadáveres enterrados debajo de sus suelos.
—No lo harás —Lowell cogió un pesado bate y salió desaforado para correr detrás del hombre que se le escapaba.
Por suerte, y gracias a su arduo entrenamiento en la milicia, Kurthis pudo detectar sus pisadas.
—¡Maldito enfermo! —gritó el joven desesperado por resistirse al secuestro.
—¡El enfermo eres tú, necesitas ayuda!
Kurthis peleó con todas sus fuerzas, pero cuando pensó que había logrado reducir a su atacante, este le picó el rostro con una aguja que llevaba escondida entre los pliegues de su saco. Kurthis retrocedió adolorido, el ataque casi le había perforado un ojo, pero más tarde se lamentaría el haber bajado la guardia, pues apenas se concentró en atender el estado de su globo ocular, Taylor cogió el bate y lo golpeó con una fuerza tan bruta que consiguió derribarlo.
Cuando Kurthis Backer despertó, se hallaba dentro del cuarto de vidrio, rodeado de globos que le llegaban hasta el cuello.
—¡Qué demonios! ¡Sáquenme de aquí! —gritó e intentó caminar hasta la pared de cristal para romperla, pero dos globos de su lado izquierdo reventaron y él se vio obligado a retroceder.
El pánico le recorrió el cuerpo como si fuese su propia sangre.
—Eso es, sigue caminando, sigue reventándolos —habló Taylor a través de los mismos altoparlantes que había utilizado con Rachelle.
—Maldito loco. ¡Libérame!
Kurthis le temía a los globos, sin embargo su nivel de fobia le permitía controlar su miedo. Por más que los globos reventaban, por más que los oídos le zumbaran y la cara comenzara a perlársele de sudor, la suerte que este hombre presentó fue que los globos no podían matarle, ni del lado de su pánico ni como arma que actuara por sí misma. La única forma para que Lowell lograra asesinarlo, era que él mismo entrara y lo asfixiara con el hule del globo.
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Editado: 21.11.2024