Cuando Samantha despertó, se dio cuenta de que había sido amordazada y atada a una silla vieja de madera. Tenía la ropa húmeda y unas ganas terribles de vomitar y gritar, sin embargo, poco pudo hacer porque unos segundos más tarde, su secuestrador se hizo presente.
—Despertaste.
—No necesito preguntarte quién eres, ¿verdad? —dijo ella.
—Si eres lo suficientemente lista, ya sabrás quien soy. La pregunta es —Mortiz le sonrió mientras se acercaba y abandonaba el anonimato de las sombras—, ¿quién, eres, tú?
Samanta le mostró sus dientes.
—Me has llamado por mi nombre y te metiste a mi casa, es lógico que sabes quién soy. Ahora permíteme preguntarte, ¡¿qué es lo que quieres?! ¡¿Para qué me has encerrado aquí, maldito loco?!
Pero entonces Mortiz estalló en carcajadas.
—Tienes razón, sé que eres policía, pero ¿sabes qué es lo que realmente me sorprende? Que uses términos tan bajos como esos.
—Entonces dime lo que eres, porque solo a un lunático se le ocurriría secuestrar a una persona y después meterla en un lugar como este.
—Y volvemos con los términos erróneos. Por el momento, señorita F. quédate con la idea de que soy tu peor pesadilla. Como fui la de ellas.
El rostro de Samantha se puso todavía más pálido. Ya no tenía dudas; era él el asesino que, ella, Harris y toda la policía de Manantos estaban buscando.
—La policía va a encontrarte, y te juro, que pagarás muy caro todas esas muertes.
—Permíteme reírme, oficial. ¿De verdad piensas que algo tan sencillo como la policía va a jugar en mi contra? Yo soy más que ellos. Yo soy todo; lo bueno y lo malo. Soy el depredador, el amo y señor, soy la esperanza y a la misma vez puedo ponerme el traje de la desgracia. Soy el hambre, soy la sed, la tortura y el heraldo de la muerte. Y tú, oficial, serás mi mejor prueba de ello. Todos allá afuera piensan que por ser adolescentes es que pude corromper sus mentes, pero cuando vean lo que he hecho contigo, entenderán que me han subestimado.
—¿Tienes miedo?
—El miedo soy yo.
—Pierdes tu tiempo conmigo —Samantha se hizo la valiente—. Tú mismo lo has dicho, soy una oficial y estoy entrenada para resistir todo lo que intentes hacerme.
Mortiz sonrió.
—Te diré un secreto —el hombre se acercó a ella, inclinó su cabeza y le habló casi al oído. Samantha sintió que el vello del cuerpo se le erizaba. Su voz era una aborrecible mezcla entre seducción, amenaza y desprecio—. A la que realmente quiero ver sentada en esa silla, es a Anneliess Rice.
—¿Quién es Anneliess Rice?
Esta vez, Mortiz la miró de frente.
—Es hija del gerente del banco central. ¿Sabías que sólo tiene catorce años?
—¿Por qué…?
—¿Por qué tiene catorce años?
—¡¿Por qué te diviertes rompiendo familias y matando mujeres?!
—¡Porque todas esas familias están podridas!
Bajo esa mirada carente de sentimientos, Samantha pudo ver reflejadas a las cuatro muchachas fallecidas.
—Mala suerte que tú hayas tomado ese lugar —Mortiz se alejó unos centímetros de ella—. Me tragaré tu mente, Samanta, y te puedo asegurar que hagas lo que hagas, cuando salgas de aquí no podrás olvidarme.
Día 15
El juego apenas comenzaba. Mortiz tenía exactamente una semana para destruirla, y después de lo sucedido con Trixie, su ego y seguridad crecieron a pasos agigantados. Cuando terminara su cometido, la fuerza de Samanta sería la encargada de decidir si la oficial vivía, o prefería darse por vencida y morir.
Dentro de su cabeza, las gotas de agua parecían sonar como campanas. Una a una caía sobre ella y la mantenían colgando entre el sueño y la realidad. Samantha Friston se hallaba bajo una sarrosa regadera circular, no llevaba ropa y a su cintura la cubría únicamente su delgada pantaleta.
—¿No se te hace injusto? —Mortiz se paseó a su alrededor.
—¿Qué cosa?
—Este no era tu lugar. En este sitio en el que ahora estás parada debió haber estado otra mujer. Pero henos aquí. ¿No te da coraje pensar en eso?
Ella titiritaba, el frió le azotaba el cuerpo y las ganas de responder, pero ya lo había hecho antes y aprendió, a base de golpes, que no era buena idea permanecer en silencio cuando él la cuestionaba.
—No. Todo es mejor sí lo hago yo.
El hombre esbozó una sonrisa.
—Eso es lo más estúpido que he escuchado.
—Prefiero ser yo quien reciba tus castigos, a que lo haga otra mujer.
—Te entrenaron para defender a la sociedad, ¿no es cierto? Pero ¿qué ha hecho la sociedad por ti?
—No me importa.
—Por supuesto que te importa, y mucho. Nada de lo que te está pasando es justo. Al menos ellas estaban podridas, pero tú… —Mortiz cogió un mechón de cabello rubio y lo enroscó en su dedo— ¿Qué hay de ti, Samantha? ¿Acaso tienes secretos que merezcan este castigo?
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Editado: 11.11.2024