Día 17
Mortiz le frotó la espalda con la esponja y el jabón y después le dejó sobre la piel un corto beso.
Samantha se revolvió ante su tacto.
—Háblame de Trixie Moore.
—¿Qué quieres que te cuente? —le preguntó él.
—Háblame sobre su madre; la señora Treena Moore.
—Que el insulto al llamarla perra, le queda corto —Mortiz sonrió—. ¿Tú y Richard Harris pensaron que de verdad podrían frustrar mis planes?
—Por un momento… pensamos que así había sido.
—Qué tontos. Te seré sincero, no necesité de mucho para destruirla —una frase que sabía mucho a mentira—. Su madre ya de por sí la trataba como basura. Aquella mañana, ella estaba dispuesta a lanzarse, y lo hubiera hecho, me había visto entre la gente y mi orden seguía clara en sus oídos, pero entonces aparecieron ustedes y lo echaron a perder.
—Estuviste ahí.
—Siempre estuve ahí. Con todas ellas, yo presencié lo que hicieron.
—¿Y no te daba miedo saber que te podrían arrestar si ella confesaba?
—Para nada. De hecho, estaba tan seguro de que ella no diría nada así como de que lo volvería a intentar. Me hago una idea de lo que sucedió, y a veces siento que he acertado…
Treena Moore escuchaba atenta las indicaciones de la enfermera, sin embargo, su mente se hallaba a kilómetros de aquella escena. Cuando la enfermera se marchó, Treena se acercó a su hija, la observó y finalmente se sentó en el pequeño banquito que había a un lado de la cama.
—Mamá…
—¿Te das cuenta de lo que provocaste? Los reporteros no dejan de preguntarme qué ha sucedido, incluso mis compañeros me han ido a visitar con la idea de obtener una primicia. Nos hemos vuelto la atracción del año.
—Tengo miedo, mamá —Trixie comenzó a llorar—. Me hizo cosas horribles.
—Peor todavía. Tú sabes que el morbo vende, ¿cuántos periodistas, mi misma compañía, no comenzarán a presionar para que hagas declaraciones? No solo me has arruinado el trabajo, sino también la vida.
—No era mi intención causar todo esto.
—Por supuesto que lo era, lo fue desde el primer momento en el que decidiste desobedecerme. Cuando regreses a casa, te compraré un billete de avión y te enviaré lejos. Al menos hasta que todo este circo mediático termine.
—Él va a encontrarme, no estoy segura en ningún lugar.
—Y si te encontrara, mucho mejor.
Así fueron los siguientes días; llenos de reclamos, insultos y menosprecios. Trixie estaba harta, dolida y desconsolada, fue entonces cuando decidió terminar con todo.
—Durante ese tiempo —Mortiz suspiró—, Treena Moore ya tenía bastante influencia en el periódico local, y fue ella quien desapareció hasta la última nota que hablaba de nuestro caso. Nos volvió invisibles y fue una de los que silenciaron nuestros gritos.
Día 18
Era el último día de su cautiverio y Samantha lo sabía, pero en lugar de alegrarse, aquello resultaba ser una noticia nada grata. Posiblemente mañana, o en esa misma noche, Mortiz decidiera soltarla para saber si su plan de quebrarla había funcionado, o por el contrario, si la fuerza de la oficial seguía siendo superior.
La puerta de la bodega se abrió y Mortiz Sanders entró, llevando consigo un objeto largo, delgado y cubierto por una bolsa de manta que le llenó de pánico los pulmones a la mujer, sobre todo cuando la voz de Nancy Peyton resonó en su cabeza como si la forense realmente estuviera allí.
—Encontré, alojados en su cavidad rectal, restos de lo que a mi parecer eran residuos de madera.
Samantha estuvo a punto de vomitar. Su expresión debió haber sido horrible, pues antes de que la oficial pudiera cuestionarlo, él se acercó a ella, le acarició el cabello rubio y le sonrió.
—¿Recuerdas que durante estos días te he venido hablando de un obsequio? ¿Quieres saber de qué se trata ese obsequio?
Samantha se apresuró a negar.
—Vamos, oficial, no seas cobarde. Te escogí precisamente por las agallas y el reto que representas —Samantha se negaba a responder—. Te lo diré de todas formas. Es bien sabido, pero poco reconocido, que el pecado y el placer más grande de la vida es el sexo. Pero tranquila, que no pienso tenerlo contigo. Digamos que para eso, tendré una pequeña ayuda.
Samantha se quedó al borde del desequilibrio Aquello se trataba de una larga estaca de madera
—Ven aquí —le dijo él y la sujetó de la cuerda que apresaba sus manos.
—Si te sigues comportando así de bien como en estos días, te daré un obsequio, que sé que te encantará. No puedo decírtelo, por ahora no, pero sí te prometo que te hará ver la vida de otra manera, y entonces me entenderás.
—Abusaron de ti, ¿no es cierto? —Samantha intentó hablarle. Necesitaba romper sus escudos y alterarlo, pero aquello era una tarea extremadamente difícil debido a todo el estrés y el miedo que golpeaba su pecho.
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Editado: 11.11.2024