Día 6
Después de varias horas escuchando un poco de música, Aramza decidió apagar la radio y tomarse un respiro. Ella había pedido manejar, por lo que Ximena se hallaba en el asiento próximo, fotografiando los paisajes y revisando algunas publicaciones en su teléfono.
—No es justo. ¿Por qué cada vez que estás a punto de sacar un libro, insisten en joderte?
—No lo sé, pero te prometo que terminaré esta reunión pronto. Hablaré con el agente que me ha citado y luego, tú y yo nos perderemos por unas largas semanas.
—De verdad espero que sea pronto. Yo tenía planeado llegar a Morales para tu cumpleaños.
—Mi cumpleaños es mañana, y créeme que para entonces ya habremos llegado.
Tal y como Aramza lo había previsto, llegaron a Kiralvo por la tarde, aparcaron en un espacio cercano al centro policial y entraron.
—¿Qué está haciendo él aquí? —Ximena la encaró. En el portal de entrada, un hombre de saco y corbata se acercó a ellas.
—Yo le pedí que viniera —le contestó Aramza.
—¿Para qué?
—El agente que se comunicó conmigo me pidió traer un abogado.
—¿Y lo decidiste traer a él?
—Es el único de confianza que tengo.
El abogado, de nombre Óscar Olvera, se acercó a ella y la saludó con un tierno apretón de manos y un beso en la mejilla.
—Óscar, gracias por venir.
—No lo agradezcas, te sacaré de esto tan fácil y rápido como lo he hecho con los problemas pasados. Tú déjamelo todo a mí.
Y apenas Aramza comunicó a los directivos su presencia, el agente de investigación, Rodolfo Laurean, salió disparado de su oficina.
—Señora Mecer, es un placer conocerla —el hombre era alto, fornido y bastante joven. Lucía un traje caro y un gafete con las iniciales del FBI.
—El gusto es mío, agente Laurean. Le presento a mi representante, el licenciado Óscar Olvera. Y ella es mi esposa, Ximena Hughes.
—Es un gusto conocerlos a todos. ¿Podríamos pasar a mi oficina? Le prometo no robarle mucho tiempo.
La oficina del agente especial resultó ser bastante espaciosa. Como bien ya se mencionó al principio, Aramza ya había tenido encuentros cercanos con la policía. Oficiales a los que les quedaba la duda de que si sus libros eran producto de su imaginación, o si de verdad había presenciado los homicidios; policías que deseaban sobornarle cierta cantidad de dinero aunque esto presentase una grave violación de la ley; o inclusive policías que encontraban cualquier error insignificante en las autorías. Lo cierto es que Aramza nunca había entrado a un tipo de oficina como aquel. Ese sitio estaba pulcro, estrictamente ordenado y los diplomas en marcos de madera que colgaban de la pared, delataban el alto cargo que ocupaba el agente.
Aramza sabía que debía permanecer en silencio para no verse comprometida, sabía que Óscar estaba a su lado y que por nada del mundo permitiría que la policía intentara sonsacarle dinero, o algún problema innecesario. No obstante, apenas vio al agente Laurean sentarse en su silla, no contuvo las ganas y exclamó:
—Y si todo esto es por el libro, permítame comentarle que tengo todos los permisos en orden y las autorías ya están registradas. Si gusta lo puede corroborar con mi abogado aquí presente.
El agente levantó la mirada.
—No la hemos citado aquí por eso, señora Mecer.
—Sería bueno que dejase tanto misterio y fuera al grano, agente —Óscar ya había entrado en su papel, sin embargo, algo en la mirada pétrea del agente le ponía los nervios de punta.
—El tema de esta reunión no es precisamente la publicación del nuevo libro, sino una relación existente con un ejemplar pasado. Trataré de explicarlo para que la noticia no sea tan desagradable —y al continuar, se dirigió exclusivamente a Aramza—. Mire, señora Mecer, desde que su carrera como escritora despegó, usted ha dedicado la mayor parte de su tiempo para hablar sobre ciertos personajes que regularmente no son bien vistos en la sociedad. Le ha presentado al público verdaderos hombres y mujeres de terror, y eso de alguna forma ha tenido una atención masiva, no solo de los lectores y de algunos estudiantes con intereses en el campo de lo criminal, sino también de los mismos protagonistas.
Los protagonistas eran los propios asesinos.
—¿Qué me quiere dar a entender, detective?
—Se llama Francisco Manuel Escobedo y está cumpliendo un total de ciento cuarenta años por el asesinato de nueve adolecentes. El problema, señora Mecer, es que por más que la policía y los grupos colectivos los han buscado, nunca hemos podido hallar los cuerpos. Tuvimos suerte para atraparlo porque una de sus hermanas denunció su paradero, no obstante, él se rehúsa a cooperar y decirnos en dónde enterró los cadáveres de las nueve jóvenes desaparecidas.
—¿Y en qué momento entra Aramza? —cuestionó el abogado Óscar. Él ya sabía hacia dónde se movían las palabras del agente, y más que asustado, estaba preocupado.
El detective Laurean la miró a ella. Nunca había dejado de mirarla.
—Nos ha dicho que solo a usted le revelará las ubicaciones.
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Editado: 11.11.2024