Antes de que el agente Laurean la dejase sola en la habitación, ella le había preguntado porque estaba ahí y qué contenía.
—Son libros —había respondido el agente—. Libros que usted ha escrito y Escobedo guarda recelosamente en su celda. Pidió que le permitiésemos tenerlos para que usted pueda verlos, pero no se preocupe, señora Mecer, ya los hemos revisado y le aseguro que no contienen nada que ponga en peligro su vida.
Aramza se quedó observando la caja, y no apartó la mirada hasta que el hombre volvió a hablarle.
—Me he encargado de conseguirlos todos. Me gustaría poder mostrártelos, pero como te puedes dar cuenta, esos infelices me tienen encadenado como un perro —Rodolfo no confiaba en la aparente serenidad del recluido, y por eso mismo optó por encadenarle las manos a una argolla de la mesa. Aramza Mecer era su última oportunidad de encontrar los cuerpos, y por nada del mundo podía correr peligro.
La escritora no dijo nada, simplemente se levantó y comenzó a sacarlos uno por uno. La pulcritud y el buen estado de los ejemplares le sorprendieron demasiado.
—¿Cuántos son?
—Todos los que has publicado —Escobedo la observó ojearlos y acariciar la portada—. Sé a lo que has venido.
Aramza lo miró, dejó los libros sobre la mesa y procedió a sentarse.
—Bien, entonces sobraría explicarte el resto. Dime, Manuel, ¿en dónde están todas esas mujeres?
—Fueron varias, pero las recuerdo perfectamente. Tu libro se ha equivocado conmigo —Aramza cogió uno de los libros; El silencio también engendra demonios. El libro de él—. Ahí mencionaste que fueron solo cinco adolescentes a las que asesiné, cuando en realidad fueron nueve. Otra cosa importante que olvidaste detallar, es lo que hacía con ellas mientras estaban bajo mi secuestro. Tus detalles no son nada comparados con la realidad de lo que vivieron.
—Será porque no lo hice pensando precisamente en ti. Este escrito fue algo que se inventó mi imaginación. Es verdad que tu persona influyó un poco en su creación, pero nunca procuré que fuese tu historia.
—Quien lo ha leído, seguro pensará lo contrario.
—Le dijiste a la policía que solo a mí me dirías en dónde están los cuerpos.
—Sí, lo hice.
—Entonces dime en dónde están.
—Escúchate lo que me estás pidiendo y analízalo con cuidado. Quizá tú no te des cuenta y podrías estar cometiendo un terrible error al preguntarlo.
El estómago de Aramza se puso frío. Era cuestión de tiempo para que Escobedo comenzara a jugar con ella.
—¿A sí? —aparentó estar relajada—. No será que, en realidad, dicha información tiene un costo.
—Te dije que no me decepcionarías. Por supuesto que todo tiene un costo, y el decirte a ti en dónde abandoné los cadáveres, también lo tendrá.
—Vaya, y yo que pensé que con el simple hecho de tenerme aquí ya era pago suficiente.
Escobedo soltó una terrorífica carcajada.
—No te confundas. El tenerte aquí es apenas un pequeño pago de lo que realmente deseo. ¿Sabes? No te mentí cuando dije que eres una mujer bastante hermosa. Me hubiera encantado conocerte cuando matar me era tan fácil. Matarte hubiera sido la mejor excitación de mi vida.
—Romperías tu patrón —Aramza le volteó la moneda—. Tus víctimas eran jóvenes, muchachas de preparatoria o universidad, y yo estoy muy lejos de serlo. Tengo casi cuarenta años.
—Tienes razón, tu edad juega una función importante que reprime esa satisfacción que me daba el asesinato.
—Nos hemos salido del tema, Manuel, y la verdad es que no tengo mucho tiempo. Háblame sobre los cuerpos.
—Te lo diré, por supuesto que te lo diré. A ti te diría todo, eres el juez con el que me siento bien al confesarme, pero, y escucha muy bien el pero que estoy a punto de decirte —afuera, todos los agentes y el propio Óscar se hallaban casi apoyados sobre el vidrio y las bocinas de la habitación—. Te diré el nombre y el lugar exacto en el que la policía puede encontrar los cadáveres de las nueve mujeres que maté, pero, solo te diré el de una de ellas cada año. Únicamente el veinte de abril. Son nueve mujeres de las que estamos hablando, por lo tanto estarás comprometida a encontrarte conmigo los siguientes nueve años de tu vida.
Aramza se puso pálida. Ahora sí ya no había ninguna muralla que escondiera su temor.
—Piénsalo, Aramza, hoy es diecinueve, tienes hasta mañana para darme tu respuesta.
Día 7
No supo si interpretar lo que le estaba sucediendo como una oportunidad para brindar su ayuda, o como un desagradable momento del que tenía que alejarse. La madrugada se había llegado, y aunque lo intentó, no pudo conciliar el sueño. En un determinado momento, Ximena se quedó dormida, dejándola a ella sola y con cientos de pensamientos que revoloteaban a su alrededor como mariposas.
Aramza recibió el amanecer frente a la enorme ventana del hotel en donde se hospedaba. Envuelta por una bata gruesa, observó a los primeros autos atravesar la carretera y seguir con sus vidas. Pensó, qué afortunados debían de ser solo por el simple hecho de no cargar con una responsabilidad semejante sobre sus hombros.
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Editado: 11.11.2024