Día 2
Sí, era verdad que el pueblo tenía cosas buenas, y es que precisamente una de ellas era justo eso; que al tratarse de un pueblo tan escaso de habitantes, todos se conocían con todos. Para Paul no fue difícil encontrar la casa de Maclovia, lo difícil vendría cuando intentase hablar con ella, ya que quien lo recibió en la entrada y le abrió la puerta, fue Margaret; la misma mujer que avisó del disturbio. Paul no la conocía, pero ella a él sí.
—¿Se te ofrece algo? —preguntó, con la puerta a medio cerrar y una sonrisa falsa que más bien enmascaró su desagrado.
—Quiero hablar con Maclovia.
—Bueno —Margaret le lanzó una mirada furiosa—, ¿tú no te cansas? Anoche iniciaste un verdadero espectáculo en el bar, ¿y ahora vienes con la intención de hacer lo mismo? El disturbio de anoche fue suficiente.
—¿Alguien murió, algo se quemó, vino la policía? ¿No, ninguno? Entonces no le llamemos disturbio de grandes rasgos.
—Aléjate de aquí y de nosotras, ¿quieres?
—Lo que quiero es ver a Maclovia. Escucha, yo sé que anoche me comporté como un idiota arrogante y engreído, pero hoy estoy lúcido. Te prometo que si tengo la oportunidad de hablar con ella, me marcharé enseguida.
Margaret lo pensó, se tensó un poco y al final decidió abrirle la puerta. En el interior, la sala olía exquisito; un aroma a comida sazonada y buenas especias salían de la cocina en una nube de humo invisible. Paul escudriñó el lugar rápidamente. Oxten le había mencionado que Maclovia había estado casada, pero por más que buscó, no encontró ni un solo retrato del esposo, o de algo que confirmara su existencia.
—Espera un momento, iré por ella. ¡Y no toques nada!
Margaret subió las escaleras. Frente a un gran ventanal de cristal azul que reflejaba la amadrinada mañana, Maclovia se cepillaba el cabello con un cepillo de cerdas doradas.
—El tipo insoportable de anoche está aquí.
—¿Lo dejaste entrar?
—Sí, me dijo que se marcharía después de verte.
La mujer sonrió ante semejante seguridad, y lo que era mejor, ante semejante mentira.
—¿Y tú le creíste? —Maclovia enarcó una ceja.
—Solo… habla con él para que se vaya. No me agrada nada ese sujeto.
—¿Te digo algo, querida Margaret? A mí sí comienza a agradarme.
—Maclovia —Margaret la sujetó del brazo—, espero y no sea lo que estoy pensando. Aparte de que lo dejaste entrar aquella noche, tú jamás te acercas a ninguno de los hombres que merodean la barra. Ten cuidado con lo que haces, porque te recuerdo que contigo podríamos caer todas.
—Tranquila, querida amiga, recuerda que algunos hombres le tienen miedo al poder, y para su desgracia, las mujeres estamos llenas de eso. Paul Keaton no está acostumbrado a ser sobrepasado por ninguna mujer, y lo único que intenta es menospreciarme.
—¿Y piensas solamente jugar con él sobre cual ego aguanta más?
—Tal vez. Déjame hablar con él para descubrirlo.
***
Recostado en el sofá más largo y cómodo de la sala, y con sus pesadas botas sobre la mesa de centro, se hallaba Paul Keaton esperando por ella.
—Espero y tengas un muy buen motivo para venir a mi casa, de lo contrario podría acusarte de acoso.
—Vamos preciosa, ven aquí, los dos sabemos que no harías eso.
—¿Qué te hace estar tan seguro?
—Porque entonces no hubieras bajado a saludarme. Aquello lo puedo tomar como una muestra de que te gusto, y que sencillamente te niegas a admitirlo por pena o por miedo.
—¿Miedo? —la carcajada de Maco retumbó en los vidrios. Se acercó al sofá individual y tras sentarse cruzó sus piernas—. ¿Miedo de qué?
—Mmmm, no lo sé, tal vez miedo a que tu reputación se vea aplastada por un hombre tan atractivo como yo. Estoy seguro que nadie en este maldito pueblo ha podido conquistarte, por lo que yo represento ahora un peligro para ese frío y poroso corazón.
—No me lo puedo creer —ella sonrió—. Eres un maldito imbécil que se cree el centro del universo.
—Soy el centro de absolutamente todo, y he venido para regalarte la oportunidad de salir conmigo esta noche. ¿A qué hora paso a recogerte?
—No voy a salir contigo. Tendrías que atraer demasiado mi atención para aceptar una propuesta tuya. Ahora, sé tan amable y vete de mi casa.
—¿De verdad me vas a correr?
—Lo estoy haciendo.
—Bien, ya que insistes tanto en que consiga atraer tu atención, entonces lo haré. ¿Qué le pasó a Estéfano?
—¿Estéfano? Vaya, eso sí que es una sorpresa.
—¿Te sorprendí?
—De hecho, me sorprendió saber qué tan rápido vuelan los chismes en este infame lugar. ¿Qué te han dicho de él?
—Bueno, sé que era tu esposo y que te mudaste con él hace un par de años. Pero no tienes nada de qué preocuparte, preciosa —Paul se levantó del sofá y se acercó a ella—, cuando una mujer me interesa, no hay nada que me atemorice. Es simple curiosidad mía.
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Editado: 11.11.2024