Esa misma noche, Irina volvió a sumergirse en las sábanas de su cama y suspiró. Haley y Raldo se hallaban de pie en la puerta; ambos estaban al tanto de todo lo que Irina y Nissa habían hablado, y estaban decididos a apoyarla.
—¿Segura que vas a estar bien, mamá? —preguntó Haley.
—Tengo que aguantar lo más que pueda dentro de ese sueño. No me despiertes, Haley, así veas que me revuelco y grito.
—Pero tampoco la vamos a dejar mucho tiempo, podría hacerse daño — le advirtió Raldo.
—Haré mi mayor esfuerzo.
Después de casi media hora en la que Irina pudo conciliar el sueño, las imágenes comenzaron a tomar forma. Al principio no había nada y la anciana dormía plenamente en la misma cama de la pesadilla anterior, pero de pronto vino el desastre. Una mano huesuda empujó la puerta y el esqueleto asomó su cabeza, después le indicó con su dedo que lo siguiera.
Irina salió de la cama y caminó descalza por el pasillo hasta la misma puerta en donde había comenzado la pesadilla anterior.
—Ayúdame —la voz de Jamia resonó alrededor de ella—. Él está sobre mí, ayúdame.
Irina se obligó a seguir, las manos le sudaban y la piel se le estaba congelando, pero debía hacerlo. Debía conocer lo que realmente sucedió para contárselo a Nissa y juntas pudieran cerrar el caso. De pronto, Irina vio al hombre que yacía sobre la joven y la sometía bajo su enorme peso. En el lado derecho de la espalda, logró verle un tatuaje con la imagen de una corona.
—Vamos, date la vuelta, maldito, quiero ver tu rostro —Irina se recargó sobre la puerta.
—¡Ayuda! —Jamia intentaba patalear mientras una mano masculina subía por sus piernas—. ¡No lo dejes tocarme! ¡Me hace daño!
—Date la vuelta, maldito.
Pero de repente y en un súbito susto inesperado, el esqueleto se paró detrás de ella, la sujetó de los hombros e intentó morderla. De la nada le había aparecido una boca enorme que acercaba dientes humanos hacia las mejillas de la anciana.
***
—¡Mamá! —Haley le arrojó un vaso con agua y luego la abrazó.
—¡¿Qué pasó?! ¡¿Qué pasó?!
—Lo mismo te pregunto, te comenzaste a apretar el cuello.
—¿Y Raldo?
—Está con los niños tratando de calmarlos.
—Tengo que hablar con la comandante Nissa. Le vi la espalda, Haley, tiene una corona tatuada.
Día 5
Irina se limpió las lágrimas con un trozo de papel, junto a ella, su hija la tomó de la mano y le dio un beso en la frente.
—No pude aguantar más tiempo dormida, perdón.
—¿Bromea? —Nissa le sujetó la otra mano—. Irina, esto que nos ha dicho es de mucha utilidad. Enviaré a una unidad con una orden para que revisen a todos los integrantes de esa casa. Si alguien de ahí tiene una corona tatuada, podría ser nuestro principal sospechoso.
Las palabras de Nissa se cumplieron al pie de la letra. Los policías ingresaron a la casa de los Grey e investigaron a todos los familiares. Al principio estos se mostraron recelosos y hasta molestos, pero finalmente accedieron a cooperar.
—¿Una… corona tatuada en la espalda? —la madre de Jamia se llevó las manos a la boca y comenzó a llorar.
—¿Usted conoce a alguien que lo tenga?
De pronto, la voz de un hombre cortó el abrumante silencio de la sala.
—Yo lo tengo —al fondo y sentado en un sofá pequeño, el padre de Jamia contuvo el aliento—. Yo tengo una corona tatuada en el omoplato derecho.
El hombre fue esposado y conducido a la salida mientras su mujer lloraba e intentaba abrazarse a su cuello. Detrás de ella, los tres hermanos de Jamia, todos ellos varones, también luchaban por controlarse. Y es que nadie lo podía creer, ni siquiera el propio padre.
De regreso a la comisaría, Irina fue convocada para declarar y señalar al sospechoso, pero cuando Nissa la colocó frente al espejo de doble vista, la anciana sintió un aterrador escalofrío que le recorrió el pecho.
—No, no es él —exclamó.
—¿Qué? No puede ser. Él es el único que tiene una corona tatuada en la espalda, tal y como lo describiste. ¡Que se dé la vuelta!
Los guardias ordenaron que el detenido se quitara la camisa y se diera la vuelta para mostrar su espalda descubierta. El tatuaje estaba ahí, pero para Irina aquel hombre no era el mismo de su sueño.
—Nissa, no es él.
—Irina, trate de recordar lo más que pueda. Cierre los ojos, tal vez eso le ayude.
—Te digo que no es él. Ese no era el tatuaje que yo vi.
Nissa suspiró y se retiró el cabello de la frente.
—Está bien, ya veremos qué hacer.
—Nissa —Irina la encaró—, llévame a la casa de Jamia. Necesito conocer su cuarto.
—¿Estás segura?
—Por supuesto.
Los demás policías, y la propia Haley, no tardaron en hacerse serios cuestionamientos de por qué Irina deseaba visitar la casa de los Gray, no obstante, nadie dijo nada y decidieron apoyarla.
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Editado: 11.11.2024