Después
Después de un tiempo, el profesor Adrien Cohelo abandonó la institución para dedicarse enteramente a sus experimentos, pero a los pocos años, la policía lo detuvo. Uno de sus conejillos de indias, o bien, Prototipo045 como él solía llamarlos, escapó después de morder el brazo del profesor cuando este intentó sujetarlo. Desesperado y aterrorizado, el niño salió descalzo a la fría calle en donde gritó con todas sus fuerzas, atrayendo la atención de los transeúntes y de un oficial de tránsito que le prestó ayuda. Adrien Cohelo fue enjuiciado y enviado a un hospital psiquiátrico. Por su parte, Tobías se graduó con reconocimientos honoríficos y comenzó ejerciendo en un pequeño hospital que poco a poco le fue regalando nuevas oportunidades. Pero para el año de 1993, el caso del profesor Cohelo volvió a ser abierto e investigado por la policía, la cual le imputó varios cargos más. Gracias a esto y a la insistencia de los periódicos, Tobías, luego de varios años de silencio, decidió hablar con su padre y contarle la verdad de todo lo sucedido. El joven describió el sentimiento de narración como si se tratase de lo más vergonzoso e incómodo que jamás había experimentado.
Un nuevo juicio determinó que Adrien estaba en todas sus facultades mentales para enfrentar una sentencia digna de sus crímenes. Los agentes que llevaban de primera mano el caso se sintieron hambrientos de información. Deseaban con todas sus fuerzas condenar y castigar a todo individuo que hubiese conocido la existencia de la experimentación con infantes. Incluso si eso implicaba encadenar a un hombre que en su momento fungió como testigo.
Sintiéndose oprimidos por los señalamientos, y huyendo de un posible arresto, Tobías y su padre viajaron desde la ciudad francesa de Nantes que había sido su hogar durante muchos años, hasta la ciudad fronteriza de Nuevo Laredo, Tamaulipas, en México, la ciudad natal de su padre, y por ende el único lugar que podía resguardar su bienestar.
El departamento francés en donde anteriormente habían vivido, se quedó totalmente vacío; la vitrina de orugas fue abandonada, pues al saber que debían marcharse, Tobías esperó a que las crisálidas eclosionaran y así las mariposas pudieran volar libres. Dentro de la casa, las luces se apagaron, el letrero de la vitrina cayó y las puertas se cerraron.
Para 1997, el padre de Tobías murió debido a una fiebre cerebral que no tuvo sanación. Cansado, solo y con un sentimiento reprimido de tristeza, el hombre siguió probando suerte en varios hospitales del estado, hasta que finalmente consiguió un pequeño empleo en el Hospital quirúrgico general, lugar en donde trabajó los siguientes ocho años.
A finales del año 2005, el gobierno nacional lanzó una alerta por cuarentena debido al extraño brote de una plaga viral, la cual empezó a cobrar vidas rápidamente y provocó la caída de varios niveles económicos y sociales. El caos se expandió rápidamente, empeorando cuando las organizaciones de salud dieron la orden de que todos los médicos aledaños, se presentaran ante los centros de cuidado y hospitales a brindar servicios de urgencia.
Esta nueva crisis de salud que azotó a la nación mexicana sirvió para que Tobías, ya entonces convertido en un experimentado médico, diera pie a su estudio e interés profundo por todas aquellas enfermedades que sumieron al mundo entero en una terrible sombra de muerte. Entre ellas a la famosa Peste Negra, naciendo así una creativa y muy bien elaborada réplica de la icónica máscara en forma de cuervo.
Todos estos acontecimientos nos envían directamente al año 2007. Una vez que la enfermedad fue controlada, no todos recibieron noticias agradables; los servicios de Tobías fueron cancelados dentro del hospital por recorte de personal, alegando que la epidemia había enviado abajo las posibilidades de un salario digno.
El hombre de entonces cuarenta años, se sumió en una angustia y preocupación tangible. Su calmado estilo de vida se vio reducido a miseria luego de la pérdida de su trabajo. Muchas veces pensó en viajar a la capital o a algún otro estado, pero ciertamente eran sus limitados gastos lo que se lo impedía.
Ya había llorado lo suficiente, tenía la nariz y los ojos rojos y le molestaba el limpiarse las mejillas. Recargado en la mesa, pensaba y se arrepentía de haber abandonado a Cohelo en su disparatado experimento. Su desesperación lo llevó a imaginar un mundo en donde aquel pensamiento hubiera llegado lejos, tanto que se habrían documentado y reconocido a los hombres capaces de corroborar una de las teorías, de ese momento, más inimaginables. Se podía ver a sí mismo sosteniendo un premio galardonado entre sus manos, firmando con revistas científicas y aplaudido por la comunidad de grandes descubridores. Desgraciadamente para él, esto no era nada más que una triste fantasía que a Cohelo le fue castigada con cárcel.
Las cosas en su vida hubieran seguido así por mucho más tiempo de no ser por la llegada del año 2009, cuando la crisis envolvió a millones de familias y las orilló a una única salida que sonaba tan cruel como el sacrificio mismo.
Tobías comenzaba a gastar su tiempo y esfuerzo en conseguir unas cuantas monedas diarias que le ayudaran a subsistir. Levantó un pequeño consultorio casero en el que recibía a un indefinido número de personas. Pedía poco, daba poco y recibía poco porque así lo permitían las circunstancias. La gente no tenía dinero para pagar; Tobías tenía mucho que ofrecer, pero su presupuesto no rendía lo suficiente para conseguir medicamentos de calidad.
Entre partos de emergencia, operaciones pequeñas y nada riesgosas, atendimientos de gripe o temperatura, el hombre se mantenía en pie y alimentado.
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Editado: 11.11.2024