Psicosis

Caso 14. Orugas de invierno (3/3)

Año 2017

El grupo delictivo que respaldaba al infame médico fue derrocado en el año 2017, dejando muchas interrogantes y enemigos potencialmente peligrosos. Nívidro no lo pensó en su momento, él seguía creyendo que su vida se mantendría flotando en una enorme nube de dinero y poder, pero claramente eso no iba a durar para siempre.

Entre las sombras de una oscuridad casi perpetua, se sintió el fino aroma de un perfume de mujer, los cascabeles sonaban llevando a cuestas su nombre y por los grandes contrabandistas era reconocida. Por primera vez en la historia de su vida, una mujer se atrevió a mirarle a los ojos con un aire retador. Capturado, amordazado y golpeado, Tobías Coleman llegó al interior de un sótano en donde el sonido de unos tacones se acercó a él.

—Con que usted es el doctor que ha enriquecido al cártel de Centla Alta, ¿no es así? —ella estaba fumando.

—No tengo idea de qué me está hablando, señora.

—No se haga el idiota conmigo, que sin máscara, es usted más vulnerable de lo que imagina.

—Entonces máteme si en realidad cree que soy tan vulnerable.

—Ese es el punto, yo no lo creo, yo lo aseguro. Pero le diré que no quiero desperdiciar una fuente importante de talento.

La dama ordenó a sus hombres que le retiraran los amarres.

—Su cártel está perdido —la desconocida expulsó el humo de su cigarro—. Ya delo por extinto.

—¿Qué quiere, señora?

—¿Sabe cuáles son sus habilidades?

—Soy médico cirujano.

—¿Sabe cómo meter droga en un cuerpo, que no sea través de pastillas en el recto?

—Le repito: ¿qué quiere?

—Lo quiero a usted, de otra forma ya lo hubiera matado. Si usted sale de aquí sin aceptar mi propuesta, será un hombre muerto, no por mí, sino por todos aquellos que buscan a su maldito creador.

La mente de Nívidro viajó a esos años de olvido. Dentro de él, su pensamiento le repetía: Mi creador ya fue juzgado en un centro condenatorio.

—¿Y si me quedo?

—Yo seré feliz —le sonrió.

—No tengo nada más que perder. Me he cansado, me he desplazado de un lado a otro sin tener un rumbo fijo, he birlado basura de los botes con la esperanza de comer y no perderme en la locura. ¿Usted cree que le puedo temer a algo más?

—No lo sé. ¿Qué me dices tú, existe el pasado de un temor escondido?

¿Adrien Cohelo sigue existiendo? Se preguntó así mismo. Más allá de ofenderse por el atrevimiento al tute, el médico se sintió intrigado.

—Propóngame sus ideas, señora.

—¡Muy bien! ¡Que así sea! —la mujer le extendió la mano mientras se sacaba el cigarrillo de la boca—. Es un gusto conocerle y permítame presentarme. Mi nombre es Estefanía Torres, pero todos me dicen Ninfa.

—El gusto es mío —y en un momento de cargado silencio, Tobías extrañó a sus orugas—. Solo llámeme Nívidro.




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