Psicosis

Caso 15. Volviendo a casa (3/4)

Día 5

Al amanecer, los mismos hombres que realizaron el secuestro, los bajaron del auto y les obligaron a arrodillarse en el frío suelo de la carretera, mientras que a Natalie le cortaron los amarres de las manos.

—Cuando escuches que nos hayamos ido, entonces podrás liberar a tus amigos. Si lo haces antes, te meteré un disparo en la nuca. ¿Entendiste?

La muchacha asintió varias veces hasta que los escuchó alejarse. Sabía que Will y Chase estaban junto a ella, pero se sentía tan sola y asustada que ni siquiera era capaz de hablar.

—¿Ya se fueron? —la voz de Chase temblaba.

—No lo sé, tengo miedo de mirar.

Chase se sacudió sobre su propio cuerpo, se frotó el rostro sobre su hombro derecho y esto permitió que la venda de sus ojos se resbalara lo suficiente como para permitirle ver.

—Ya no hay nadie.

En cuanto Nath se arrancó la venda de los ojos, no fue capaz de ver más allá de una autopista vacía en pleno albor de la madrugada. Y apenas le retiró los amarres a Chase, este corrió a la orilla del pavimento, en donde comenzó a vomitar.

—¡Qué demonios nos acaba de pasar! —gritó.

—¡Me siento mal, me siento mal! —Natalie lloraba desesperada.

—Nath, cálmate.

—¡No me toques!

—¡Natalie, cálmate!

—¡No me toques! ¡No quiero que nadie me toque!

—Will, ayúdame a calmarla —pero este no respondió—. ¿Will? ¿Qué tienes?

Sabía que si por algún motivo se levantaba o llegaba a moverse, sus amigos notarían la enorme mancha de sangre que le mojaba la parte trasera del pantalón.

—No —el mentón le tembló—, no quiero esperar hasta mañana. Vamos a casa hoy.

Fue así como un viaje casi perfecto, se transformó en un horrible tornado de pesadillas.

Día 8

Miami, E.U.

Su llegada a Florida se sintió como un alivio de terribles recuerdos y un vacío tan grande que nada, ni siquiera la felicidad más abrupta podría llenar. Las innumerables anécdotas, los juegos y la gente conocida pasaron a segundo plano.

—Hagamos un pacto —antes de que Chase bajara del auto, la idea del silencio culposo surcó en su cabeza—. Nadie debe saber lo que nos pasó.

—No quiero callarlo —Natalie luchó por no llorar—, pero tampoco quiero volver a revivirlo.

—Por eso lo digo. Nadie puede saber lo que vivimos. Nosotros somos fuertes.

—¿Vivir con el recuerdo te parece ser fuerte? —Will susurró.

—El simple hecho de vivir ya nos hace fuertes.

Cuando Will entró a su casa, trató de que sus pasos hiciesen el menor ruido posible. Él sabía que su madre lo estaba esperando, y que seguramente ahora mismo se hallaba trabajando en su pequeña oficina, sin embargo… no deseaba hablar con ella. El joven anhelaba encerrarse en su habitación, sumergirse en el baño y lavarse, tallarse la piel hasta que el agua y el jabón le hiciesen olvidar. Olvidar cada asquerosidad a la que su cuerpo fue sometido. Olvidar el tacto de otra piel tocando la suya sin sentir deseo. Necesitaba, desesperado, sacarse de la mente los quejidos de dolor con los que Natalie lloraba debajo de él y el dolor que le estremeció cuando un invasor profanó su cuerpo sin él desearlo.

Por desgracia, aquello sería algo que lo perseguiría durante días, meses, años. Y quizá, también para el resto de su vida.

Día 12

—¿Will? —era una mañana de jueves cuando su madre llamó a su puerta—. ¿Puedo pasar?

Dentro, el muchacho suspiró y apartó las sábanas de su cama para dirigirse a uno de sus muebles en donde lanzó todos los calmantes y pastillas al interior de un cajón. Después abrió la puerta.

—¿Te sientes bien?

—¿Por qué la pregunta?

—Desde que llegaste no has querido salir de tu habitación. Quizá pescaste un virus extraño, cielo.

—No es nada, mamá. Estoy bien.

—No me mientas, tú no eres así —pero al intentar tocarle la mejilla, su retiro abrupto le indicó a la mujer que algo no andaba bien—. ¿Qué te pasó, Will? Ya ni siquiera Chase viene a verte, cuando normalmente se la pasaba aquí todo el día.

—Discutí con él.

—Bueno, no hay mal que dure cien años. Ustedes dos son mejores amigos desde la infancia, aún tienen oportunidad de arreglar las cosas.

—No… Es mejor así.

William no era el único que lloraba y sufría en silencio. En el lado propio de su vida y de sus sentimientos, Chase no dejaba de mirar su cuerpo desnudo frente al espejo del baño. Sentirse asqueado y sucio después de evocar con viveza todos esos malditos recuerdos le estaba pasando una tarifa tan grande que, cada vez que cerraba los ojos, veía a su mejor amigo y a su mejor amiga, llorando, suplicando y sufriendo. Envuelto en lágrimas y lamentos de tortura, el chico acariciaba el reflejo de su propio cuerpo, deslizando sus dedos y huyendo de las voces que lo amenazaban de muerte para que follara y se dejase follar.




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