Día 32
Las cadenas se habían roto; Harold y Thara finalmente se habían separado. Por un lado la mujer se hallaba feliz, dichosa y pasando las tardes y noches en casa de Zacarías. Pero, por otro lado, la presencia del asesino entre las personas seguía latente, y no fue hasta un cierto momento que, de la nada los homicidios parecieron detenerse. Por desgracia, un par de semanas después, las autoridades de la comisaría fueron notificadas sobre el hallazgo de un cuerpo en la carretera CenterLine. Cuando el equipo forense y los investigadores arribaron al sitio, el suspiro tan profundo de Thara delató su derrota. La mujer encontrada tenía, de la misma manera que todas las anteriores, los labios zurcidos.
—No se ha detenido —dijo al entregar su reporte.
—No —Kenán compartió su pesar—, no lo ha hecho.
La comisaría de Detroit trabajó arduamente en el cadáver y en el hilo que seguía llevando el caso, pero cuando el cuerpo fue llevado a la morgue, Thara descubrió una infinidad de anomalías; detalles y evidencias que no había visto en ninguna de las víctimas anteriores.
—¿Qué está pasando, Thara? —Kenán llegó corriendo a la morgue, se abrió camino entre los demás médicos y encontró a su forense retirándose los guantes.
—Tenemos algo —la mujer lo miró con esperanza—. Encontré vómito y sangre salpicada en el cuerpo.
—¿No pertenecen a la víctima?
—No, de eso puedo estar segura. Ya envié las muestras para que análisis las revise y en un par de horas tendrás el nombre de tu sospechoso.
Los resultados llevaron a la policía al barrio de Triveland, una zona en donde reinaba la delincuencia, la prostitución y la gran venta de drogas. La barra de datos arrojó el nombre de Hazel Mousbie, un vagabundo afroamericano y adicto a la metanfetamina.
—¡Hazel Mousbie, queda arrestado! —gritaron los policías.
Claramente Mousbie negó toda su participación en los crímenes, el hombre gritaba y afirmaba ser inocente, pero con forme aparecían más y más evidencias, su culpabilidad se iba haciendo evidente.
—Tienen que creerme, no sé qué pasó, yo estaba muy drogado y no pude ver su rostro, pero un hombre blanco me sujetó y me obligó a vomitar en una bolsa de plástico. Por favor, no pueden hacerme esto, ¡soy inocente!
Los policías lo encerraron en las celdas preventivas, aislándolo del resto de la comisaría para que los demás agentes pudieran hacer su trabajo, pero dos horas después, cuando regresaron por él para llevarle comida, lo encontraron colgando del techo de barrotes. El hombre se quitó sus pantalones y los utilizó como una horca para suicidarse.
—Demonios —maldijo Kenán, apenas se enteró de la noticia.
Día 40
—¿Qué te parece Wisconsin?
—Me encanta la idea.
Después de semanas luchando para detenerlo, Thara estaba lista para dejar su pasado y huir hacia su futuro. Ese futuro que estaba decidida a vivir con Zacarías de ahora en adelante. Con Hazel Mousbie muerto y varias evidencias en su contra, la fiscalía intentó mantener a flote el juicio hasta conseguir el veredicto final. Si bien Hazel ya no podría cumplir su sentencia, sí fue reconocido como el artífice principal de todos los asesinatos.
Harold se hallaba recogiendo todas sus pertenencias del pequeño lugar que había utilizado como oficina, pero al encontrar entre sus libretas una fotografía de Thara, este se quedó paralizado contemplándola y arrepintiéndose de lo sucedido.
—Hoy se va, ¿no la piensas detener? —Kenán apoyó su mano sobre el hombro de Harold, no como su jefe, sino como un amigo de mucho tiempo.
—¿Para qué? Si lo hiciera, solo interferiría con su felicidad.
Pero de pronto, uno de sus investigadores entró corriendo y solicitó su presencia en el salón de las evidencias. Kenán no dijo nada y dispuso a seguirlo, pero apenas llegó a donde lo necesitaban, se dio cuenta de que el asunto era más serio de lo que él imaginaba.
—¿Qué sucede?
—Esta es la caja del Caso Parker —dijo una de los peritos.
—¿Y qué se supone que tiene de malo?
—Revisa las evidencias, por favor.
El hombre se colocó un par de guantes, y tras levantar los sobres y bolsas plásticas, pudo darse cuenta del problema.
—Adulteraron los sellos.
—Y no son los únicos, revisé los sobres de todos los meses anteriores, pero estaban igual. Alguien estuvo alterando las evidencias y desviando el caso.
La respiración de Kenán era lastimera y el rostro se le puso pálido cuando lo entendió.
—Hazel Mousbie no se suicidó. Lo mataron.
—Fue alguien que trabajaba con nosotros; alguien que tenía acceso y sabía todos los avances.
De pronto, Harold sintió que el miedo se apoderaba de él. Cogió su teléfono, pero por más que lo intentó, Thara jamás le respondió la llamada.
Desde su asiento, Zacarías se mantenía encerrado en un silencio sepulcral. Había algo que lo mantenía inquieto y pensativo, frío, inexpresivo y muy preocupado. Ójala hubiese tenido más tiempo de cerrar sus pendientes antes de emprender su estúpido viaje.
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Editado: 11.11.2024