—Señorita Camille, espero no haberle faltado al respeto a nadie con mi compañía, y si es así le pido que me disculpe.
—No se preocupe, señor Pinzari, fue un gusto compartir este viaje con usted.
—En ese caso, ¿qué posibilidad existe de que me acompañe a desayunar mañana? Piensa quedarse en San Petersburgo, ¿verdad?
—Sí señor, mi idea es quedarme.
—Maravilloso. ¿Me acepta el desayuno?
Y la duda volvió.
Realmente lo que había en el semblante de Pinzari, era la apariencia de un hombre tierno, un hombre mayor, de unos cincuenta y algo de años. Pero al mismo tiempo de ser un hombre caballeroso y carismático, se apoderaba de él una lujuria escondida, una ternura infantil y un delicioso sabor a vino tinto que ni la fuerza del café pudo borrar. ¿Valía la pena dudar y volver al pequeño charco de agua que jamás llegaría a convertirse en un mar?
—Se lo acepto —Camille sonrió.
—¡Maravilloso!
—¿En qué cafetería gustaría recibir nuestro encuentro?
—Aquí mismo —Pinzari señaló el llamativo local de la estación. Ahí mismo se le podía ver una cafetería.
Aquella noche, Camille se quedó en una modesta habitación de hotel. Después de muchos años, volvió a soñar despierta. Entre escenas pasadas de su vida, recordó a la joven de instituto que le gustaba cepillarse el cabello frente al espejo mientras escuchaba canciones románticas y respiraba el delicioso aroma de cereza que dejaba el acondicionador. Esa noche repitió el proceso, no obstante un recuerdo oscuro también volvió a atormentarla en el presente. Miró por debajo de su falda, pues el saber que fácilmente se podría distinguir la unión de su piel verdadera con la sintética de las prótesis, la abrumó en demasía. ¿Qué iba a decir Pinzari cuando lo descubriera? ¿Tendría ese mismo interés? ¿La seguiría viendo igual de bella que en aquella tarde?
Día 126
Los trenes anunciaban su llegada a la estación para que los pasajeros pudieran abordar los vagones. Sentada en una mesita al fondo, Camille comenzaba a desesperarse. El cielo encapotado retumbaba con sus truenos y los rayos iluminaban la tierra, anunciando que una fuerte lluvia se estaba aproximando. Y cuando las gotas comenzaron a caer, la mujer se levantó, dispuesta a retirarse y huir del caos, pero de pronto, un hombre completamente empapado corrió hacia ella gritando su nombre.
—Dios mío, Pinzari —Camille sonrió al verlo.
Y cuando Pinzari entró al establecimiento, los dos estallaron en carcajadas.
—Disculpa la tardanza, he tenido que atender unos pendientes.
Es cierto que ningún día se puede parecer tanto a otro, sin embargo, la mente de Camille así lo asimiló. Desde el momento en el que Pinzari apareció en su vida, ya no iban a existir los días malos ni los días grises, solo una increíble calma que tendría la piedad de alargarse por mucho, mucho tiempo. La mente de Camille se encargó de distorsionar todo y aferrarse a la primera muestra de cariño y amor que pudieron ver sus ojos. Algo que tal vez le haría caer en un grave error.
Día 157
Un mes y ya no habían defensas. Camille se dejó llevar y solo confió en su instinto de supervivencia, pues al final de cuentas, ese instinto la había liberado de aquel burdel. Los ojos de Pinzari Ivanov se volvieron su cielo y el mejor refugio para esconder sus recuerdos. Lamentablemente la culpa seguía presa en su corazón, pues cada vez que se metía a la regadera, cada vez que se acostaba y se miraba al espejo, recordaba el segundo secreto que tanto miedo le daba revelar. ¿Qué diría Pinzari si descubriera que de alguna forma “no estaba completa”? Después de tanto llorar, tanto renegar y maldecir, al fin tomó su decisión.
—Tengo algo que contarte —Camille le habló en un ruso tan tierno y sincero que la cara de Pinzari palideció—. No te lo había querido contar porque… Porque realmente es absurdo y pienso que le doy demasiada importancia, pero a la misma vez me he dado cuenta de que, he sido una egoísta…
El hombre le tomó las manos.
—¿Qué pasa, chéri?
Ella se puso de pie, ambos estaban en un restaurante con vista de balcón, se levantó la falda y dejó al desnudo la línea exacta en donde la prótesis formaba sus piernas falsas.
—Lo que me recubre es plástico.
—¿Por qué no me lo habías dicho, ma chéri? —Pinzari levantó su mirada hacia ella.
—Por miedo a que te alejaras. Sé que hice mal, pero te pido que me escuches, esto que tú has visto tiene una historia que estoy segura te sonará cruel.
Pinzari se acomodó en su silla.
—En la primavera de hace doce años, me secuestró la gente de Grekh cuando regresaba a mi casa después del colegio. Durante doce años me mantuvieron cautiva sometiéndome a cientos de abusos físicos y sexuales.
—¿A caso… —los ojos del hombre ardían de ira— dijiste Grekh?
—Sí.
—¿Ellos te mutilaron el cuerpo?
—No. Fue una malformación de mi cuerpo al nacer. Durante toda mi infancia, los doctores intentaron rescatarme las piernas, pero no lo lograron. Al menos consiguieron adaptarme un par de prótesis para que pudiera caminar, algo que viéndolo bien, atrajo como carroñeros a la gente de Grekh, pues siempre les ha llamado la atención lo… —Camille suspiró— diferente.
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Editado: 11.11.2024