Psicosis

Caso 19. El holocausto de Camille Varoni (3/3)

Día 200

Un adelanto monumental que seguramente pasaría a la historia. Los trecientos sesenta y cinco días habían quedado en el olvido y fueron remplazados por únicamente doscientos. Pinzari tenía razón; no había hechos suficientes para que Grekh sospechara que su gente iba caminando hacia su final.

Camille volvió a verse en el espejo; le llamaba tanto la atención el fino y precioso vestido rojo que adornaba y embellecía su cuerpo.

—Aun no entiendo, ¿para qué me tengo que poner esto?

Pinzari se acercó a ella. Él también estaba ataviado con su traje de gala.

—No preguntes, cariño. Vive este momento, que es para ti.

—Algo me dice que conoceré a tu empresa.

El hombre se quedó pálido del susto, pero luego pudo relajarse.

—¿Cómo sabes que tengo una… empresa? Jamás te lo he contado.

—No necesitas hacerlo. Tu porte y tus modales tan educados señalan a un hombre altamente culto.

Pinzari le acarició la mejilla.

—Quiero pedirte un enorme favor, Camille.

—Lo que gustes.

—Sólo por esta noche, quítate las prótesis. Ambas.

—¿Mis prótesis? ¿Para qué?

—No cuestiones, Camille. Planeo mostrarte mis motivos, pero eso será más tarde —y luego de dejarle un tierno beso en la frente y otro en la mano, Pinzari abandonó la habitación.

Camille se quedó bastante pensativa; el miedo nuevamente la estaba haciendo presa y las ideas insultantes sobre una posible traición no tardaron en llegar. Pero, cómo podía evitarlo. No podía hacer otra cosa más que confiar en la apreciación que el francés le había demostrado tener todo este tiempo.

Pinzari llegó al vestíbulo del enorme y lujoso teatro donde se llevaría a cabo la celebración. Concebido con los mejores arreglos y bocadillos, el lugar relucía como el más costoso diamante; con gradas de mármol, mesas que cargaban elegantes pirámides de copas, esculturas con fresas bañadas de chocolate, jarrones con rosas blancas y butacas con almohadones de terciopelo rojo. Desde el palco situado en medio del anfiteatro, Pinzari se reunió con una hermosa mujer de cabello rubio, nariz afilada y ataviada con un pulcro traje de saco y pantalón en colores blancos.

—¿Hiciste lo que te encargué, Malú? —le preguntó.

La mujer se retiró los comunicadores de los oídos y después apagó el IPad que cargaba en el brazo.

—Lo veo y sigo sin creerlo —respondió.

—¿Qué se te hace sorprendente?

—Ya no te hablaré como tu secretaria personal ni como tu coordinadora de eventos, sino como tu hermana. ¿Qué está pasando? Y quiero la verdad.

—Se trata de Camille.

—¿Qué pasó con ella? —Malú enarcó una ceja.

—Es una sobreviviente de Grekh.

—¿Escapó? —su hermana lo encaró del todo—. Es imposible que esté viva.

—Lo está.

—¿Y piensas acabar con ellos?

—Hasta que no quede ni uno solo.

—Debes estar bromeando. Si intentas algo en contra de toda esa red, los que salgan ilesos no se detendrán hasta matarte.

—Mi idea es otra, chérie.

Los invitados comenzaban a llegar y aclamaban la presencia del anfitrión. La orquesta compuesta por veintitrés músicos y un director dio inicio con una tenue, clásica y eufónica melodía. Pronto todo el salón se llenó de personas multirraciales; había personas elegantes, hombres con trajes de diferentes estilos y colores y mujeres con vestidos tan despampanantes que incluso llevaban algunas plumas en sus tocados y faldones. Caminaban de un lado a otro, probaban los bocadillos, elogiaban a los músicos y algunos hablaban entre ellos mismos, comparando sus costosos relojes con las joyas que llevaban algunas mujeres. Cuando Pinzari apareció en el borde de las escaleras, todos los presentes; empleados, socios y proxenetas le recibieron con aplausos y elogios.

Bonsoir, chers invités —Pinzari levantó su copa—. Disfruten; beban y coman lo que gusten, pues antes de que llegue la media noche, disfrutaremos de nuestro evento especial.

Todos a su alrededor le sonrieron.

Día 201

Cuando la media noche llegó, todos los invitados, y vaya que fueron bastantes, se agruparon en el vestíbulo principal a la espera del importante anuncio de Pinzari. Pero lo que ellos no sabían, es que el hombre se estaba reuniendo, por última vez en esa noche, con su hermana en el palco privado.

—Malú, ¿las cámaras ya están aquí?

Ella se dio la vuelta, dejó sobre una butaca el pisapapeles que llevaba en la mano y se apresuró a estilizarle el moño negro que Pinzari llevaba en el cuello.

—Están escondidas en todas las paredes y en los arreglos. ¿Necesitas alguna otra cosa?

—Nada más —le besó la mano—. Puedes irte. Te veré en Mogadiscio en dos meses.

—Cuídate mucho, s'il vous plaît.




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