Día 4
Por supuesto que el padre de Zaida no iba a permitir que le volvieran a poner un dedo encima a su hija, por eso mismo optó por huir. La familia Sinclair se hallaba empacando todas sus pertenencias; se mudarían lejos, posiblemente a otra ciudad lejana en donde nadie, mucho menos Nolan, pudieran encontrar a Zaida y ella pudiera volver a iniciar una nueva vida.
—No quiero que esta sea nuestra vida, mamá. Huir todo el tiempo porque la policía no quiere hacer nada, ¿te parece justo?
—Lo más importante es tu seguridad, hija. No importa que lleguemos incluso a Alaska, si eso te hace estar segura, viviremos en el hielo.
De pronto el timbre de la puerta comenzó a sonar y eso bastó para poner con los nervios de punta a toda la familia.
Nuevamente el cartero se plantó bajo el umbral de la puerta, llevando consigo una caja bastante similar a la que Nolan le había enviado la primera vez. El padre de Zaida tomó el paquete, y con vil asco alojado en sus entrañas, lo arrojó a la encimera para revisar el interior. El chocolate DeLafée y la Rosa Juliet acompañaban bajo su elegancia y precio a la perversa nota que el asesino volvió a firmar.
Denver. 19 de Julio, 2008.
Te violaré.
Hoy te vi en mi pensamiento mientras, autoerotizando el ambiente de tu ausencia, me daba placer con la mano derecha mientras la izquierda frotaba mi cabeza en busca de un recuerdo tuyo; hasta que lo encontré.
Recuerdo con excesivo gozo el miedo de tus ojos, y puedo verlo en todo el momento que pasaste conmigo, pero sin duda hay una larga línea de segundos, eternidades para ti, en los que mi placer fue omnipotente. ¿Recuerdas la mesa del castigo? ¿Y recuerdas cómo fue el sentimiento, el sabor y el aroma al morder la vagina de Camelia Ribs? Para mí fue lo más delicioso y morboso que pude haber presenciado. Tus ojos envueltos en lágrimas, tu nariz tiñéndose de rojo por la sangre, y luego está la poesía oscura en los trozos de carne que caían sobre tus mejillas.
No seguiré, porque de hacerlo, este papel terminará empapado, y no precisamente de la saliva que escurre de mi boca.
Yo te espero, Zaida.
P. D.: Te esperaré toda una vida si es necesario.
N. M.
—No es bueno que la leas, hija —le dijo su padre mientras estrujaba con rabia el papel—. Piensa en que todo va a terminar hoy mismo y que mañana al amanecer, él no sabrá en dónde te has metido.
Día 42
Un mes que nunca le devolvió las ganas de vivir. Por más que Zaida había cambiado su domicilio y sus padres siguieran viviendo con ella, no había forma de devolverle la vida que desde años atrás había perdido. Ella nunca leyó la última nota, su padre se opuso a que lo hiciera, sin embargo, intuía lo que en ella se hallaba escrito. El solo pensarlo, revivirlo y recordarlo le daba fuertes mareos y unas impresionantes ganas de vomitar. Llegó un día en donde intentó hacerse la idea de que Nolan le había perdido la pista, pero tan pronto como su sonrisa luchaba por embellecer su rostro, un misterioso paquete llegó a casa.
Ya hasta parecía ser que los enumeraba: primero la caja de chocolates Delafée, segundo la rosa de la marca Juliet, y tercero, lo más aterrador que componía el mismo paquete de siempre, la despreciable y asquerosa misiva firmada por Nolan.
Denver. 29 de agosto, 2008.
Hola, querida, te volví a encontrar.
Déjame decirte que fue difícil dar con tu paradero, pero como bien te lo dije en mi última carta: yo siempre te esperaré, Zaida. Sabes lo mucho que me gusta jugar a las escondidas. Y hablando de juegos, ¿recuerdas nuestro juego en el Parque de Diversiones de la zona 37? Fue un enorme gusto para mí saber que aquel lugar que alguna vez llenó de mucha felicidad a niños y adultos, hoy se encuentra abandonado.
El hombre siempre intentando querer construir mundos que más tarde no puede mantener en pie, pero, ¿qué se le puede hacer a la ignorancia humana? La verdad es que a mí sí me trajo una enorme felicidad, y no solamente contigo, con muchas más.
El juego era simple; te ataba los tobillos y las manos con un cable, y cuando llegábamos a la oscura densidad del parque, te liberaba para después correr detrás de ti; perseguirte y escucharte gritar. ¿Recuerdas cómo te golpeaba con alambres que te marcaban la piel y te dejaban una exquisita línea de sangre? Recuerdas cómo te hacía rodar por el suelo, mientras que con mi cuerpo encima del tuyo, gritabas pidiendo que te soltara porque te estaba lastimando. Si te dijera que aun puedo sentir tu sangre escurrir y acariciarme la entrepierna. ¿Recuerdas el fierro que te introducía en la boca para silenciarte? Hoy he encontrado algo muy parecido y muero de ganas de volverlo a utilizar contigo.
Eran gratos todos esos momentos, Zaida. Tu centro palpitante se tragaba cuanto objeto pudiera meter en ella, y lo más sorprendente es que no le importaba el grosor, ni tamaño ni que estuviera envuelto en pequeñas púas. Siempre lo he dicho y te lo vuelvo a repetir. Tú siempre fuiste mi favorita.
P.D: No importa cuántas veces lo intentes, yo te encontraré.
N. M.
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Editado: 11.11.2024