Día 92
Los paquetes y las notas no se detuvieron, sino que aumentaron su frecuencia de llegada. Había días en los que Zaida simplemente se daba por vencida, convenciéndose de que aquello no tendría final. Pero había otros días en los que su instinto de supervivencia alimentaba la poca esperanza de que algún Juez leyera su carta y volviera a ponerlo detrás de las rejas.
Esa mañana, Zaida se había levantado más temprano de lo normal, ya había advertido las bolsas oscuras y moradas que se formaban bajo sus ojos, y deseaba buscar un poco de hielo para bajar la inflamación; cuando y sin querer, encontró a su padre limpiando delicadamente una larga daga de acero.
—¿Qué piensas hacer con eso? —preguntó de inmediato.
Su padre levantó la vista y la concentró en ella. Ya no tenía caso esconder el arma, su hija la había visto y anticipaba lo que iba a suceder.
—Ya no quiero verte sufrir. También estoy cansado de tener miedo y quiero poner un alto.
—No lo hagas, papá. No vale la pena ir a la cárcel.
El hombre se le acercó y le acarició la mejilla. Quizá era el único varón al que Zaida no le tenía miedo.
—No vale la pena verte sufrir. Te amo, mi niña —y entonces se marchó.
Durante el resto del día no volvieron a tener ninguna noticia sobre el hombre. Las dos mujeres esperaban con ganas su pronto retorno a casa, pero mientras esperaban, una extraña visita llamó a la puerta.
Zaida se quedó detrás del sillón, escondida y temblando esperaba a que su madre abriera la puerta, y cuando esta lo hizo pudo ver ante ella a dos oficiales de la policía.
—Dios mío, ¿qué sucedió? —preguntó con espanto la mujer imaginando que podría tratarse de su esposo.
—Señora, ¿se encuentra con usted la señora Zaida Sinclair? —cuestionó uno de los oficiales.
La mujer devolvió la vista hacia su sala y vio a su hija salir de la seguridad del sillón.
—Soy yo. ¿Qué ha pasado?
—¿Usted es Zaida Sinclair?
—Así es.
—Señora, tenemos que hacerle un par de preguntas.
La tención pendió de un hilo. Los oficiales no decían nada y tanto Zaida como su madre temían lo peor.
—¿Es algo relacionado con mi padre? Díganmelo, por favor.
—No, señora, es algo relacionado con usted —después procedieron a mostrarle varias fotografías de una misma joven—. ¿La reconoce?
—No. No he vivido mucho tiempo en este lugar. Mi familia se mudó por… cuestiones personales.
—Señora, esta joven fue asesinada anoche. Los forenses hallaron sobre su cuerpo el nombre de usted escrito con tinta de aceite. ¿Tiene alguna idea de quien pudo lastimarla?
Los ojos de Zaida la llevaron al horror. Viéndolo bien, la joven se parecía mucho a ella cuando… El verdugo del picahielos la secuestró.
—¿Cuántos años tenía?
—Diecisiete.
—Nolan, Nolan Mulford —Zaida abrió los ojos como platos. Era su momento para levantar la voz y denunciar lo que el Juez en Denver no pudo hacer por ella y por todas esas víctimas—. Fue un asesino y violador en serie que aterrorizó Denver hace casi veinte años. Yo fui su víctima, pero no logró matarme.
—¿Alguna idea de por qué hizo esto?
—Sí. Lleva persiguiéndome desde que quedó en libertad.
—¿Está libre? —la interrumpieron.
—¿Pueden creerlo? Por un buen comportamiento un Juez creyó que eso haría justicia por él y no por nosotras. Fui la única víctima a la que no pudo matar y por ende me ha seguido a cualquier parte en la que me he mudado.
—Entonces su parentesco con la joven encontrada, es…
—La edad. Yo tenía diecisiete años cuando ese hombre me secuestró, abusó de mí y me torturó. Su coraje estalló cuando pude burlarme de él escapando. Tras su liberación, no ha dejado de acosarme; me envía cajas con chocolates y una rosa, pero no es eso lo más espantoso, sino las notas que envía junto con los presentes. Me recuerda todo lo que me hizo, me anticipa lo que quiere hacerme, e incluso me ha seguido cuando salgo a la calle. Mi vida es un infierno, agentes. ¿Creen que es justo vivir así?
—No se preocupe. Con esto y la ayuda de su testimonio, nos encargaremos de devolverlo a la cárcel.
—¿Por cuánto tiempo? ¿Quince años, tal vez?
—No, esta vez será de por vida. Se lo aseguro.
Día 98
Ella quiso confiar e intentó recuperar las esperanzas al ver la increíble lucha de la policía para detener a Nolan Mulford. A partir de ahí, los paquetes y las notas se detuvieron, e incluso su padre renunció a la idea de terminar con la vida de su atacante. La familia comenzó a vivir tranquilamente, ya que mantenían la firme idea de que Nolan no sería nada estúpido para salir de su escondite y entregarse a la calle, en donde eran docenas los policías que le buscaban. Lamentablemente Zaida subestimó todo esto. Subestimó a Nolan sabiendo que no debía hacerlo.
Esa mañana la joven había amanecido con un despertar fresco, por primera vez en tantos años se sintió libre y sin miedo a que aquel hombre la estuviera cazando, así que, decidida a rehacer su vida con normalidad, tomó dinero, pidió un taxi y se fue. Su idea era ir al supermercado y comprar algunos ingredientes para preparar la cena.
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Editado: 11.11.2024