Psicosis

Caso 21. Departamento 7 (2/3)

Día 12

Era su primer día de clases y afortunadamente la noche anterior no se presentó ningún sonido molesto. Ángeles estaba feliz, por primera vez y luego de casi cinco noches, había dormido bien. Lo lamentable es que no todo dura para siempre y más día que tarde, los gritos y amenazas volvieron a hacerse presentes. Esta vez, todo sucedió cuando la joven cepillaba su cabello.

—¡Te he dicho que te calles, no quiero escucharte! ¡Te odio, te odio desde el primer día! ¡Cállate! ¡Vete, vamos, vete y déjame en paz!

La chica dejó cuidadosamente el cepillo de cabello sobre el tocador. Lo más extraño de todo, y para variar no eran los gritos, lo más extraño para Ángeles era que nadie parecía responder. La joven pensó que la persona a la que iban dirigidos todos esos gritos y amenazas debía ser, o muy sumisa, o muda para no responder.

—¡Muérete, vamos, muérete! —seguido de eso algo de vidrio se quebró.

Fue el colmo de todo, la chica dejó de lado su miedo y corrió a la ventana, pero por más que intentó asomarse, no consiguió ver nada. Solo recibió un fuerte y calador susto que la hizo cerrar la ventana y correr detrás del sillón. El teléfono estaba sonando, y al descolgarlo, la voz chillona de su madre le llenó los oídos y la hizo calmarse.

—Hola, cielo, ¡feliz regreso a la universidad! No has llamado para decirme qué te pareció el lugar.

—Me gustó mucho —la chica suspiró y se mordió la lengua, pues no estaba acostumbrada a mentir—. Es muy lindo y los vecinos son maravillosos.

—Me alegra que intentes buscarle un nuevo sentido a esta tragedia. Te prometo que en cuanto mi trabajo se estabilice, te ayudaré con algunos gastos.

Pero entonces el timbre de la puerta sonó.

—Gracias por tu apoyo, madre. Te llamo después, te quiero.

No había muchos materiales que Ángeles pudiera utilizar, mucho menos armas con las que pudiera defenderse, por lo que se vio en la necesidad de coger el mango de una vieja sartén. Afuera, la lluvia seguía cayendo y pronto se convertiría en un aguacero, los relámpagos iluminaban la tierra y después el trueno rugía para sacudirlo todo; y de pronto, su gato le brincó encima.

—¡¡¡Maldita sea, Gordon!!!

Decidida y asustada, Ángeles abrió la puerta para encontrarse con el misterioso visitante, sorprendentemente cuando la joven miró al otro lado, su sorpresa fue saber que no había nadie.

—¿Hola? —preguntó, asomándose con cautela, pero nadie le contestó.

Lo que sí encontró fue una curiosa rosa roja abandonada sobre su felpudo de bienvenida, muy parecida a la que halló en su buzón un par de días atrás. Sin embargo, no podía tratarse de la misma, ya que ella la había cogido y lanzado a la basura. Todo le comenzaba a dar miedo y pronto estaría entrando en una leve paranoia que se agravaría con el tiempo si no conseguía controlarla.

La chica regresó a la cocina, dejó la sartén y se apresuró a recoger su mochila y su termo de café. Lo único que necesitaba era salir de su departamento y encontrarse con su mejor amiga para olvidarse de todo.

Ese mismo día, por la tarde, Ángeles y Tory salieron de clases para dirigirse a un pequeño restaurante de comida rápida, y mientras pedían una hamburguesa y papas fritas, continuaron su charla sobre lo trivial de la mañana, hasta que su conversación llegó a un punto en donde Ángeles notó la incomodidad de su mejor amiga.

—¿Te pasa algo? —se animó a preguntarle.

—¿Te parece si terminamos de comer en una mesa de afuera?

Ángeles no le preguntó nada más, tomó su hamburguesa y siguió el apresurado paso de su compañera. Una vez fuera, se dio la oportunidad de preguntar el motivo de tan esporádica huida.

—¿Por qué hiciste eso?

—No me hagas caso, tal vez el estrés de las clases me tiene un poco alterada.

—Tú no eres así. Dime, qué fue lo que viste.

—Te digo que no tiene importancia.

—Victoria.

—Está bien. Atrás de nuestra mesa había un sujeto sentado y no dejaba de mirarnos. Al principio imaginé que estaría pensando, pero al ver que no apartaba la mirada, comenzó a darme miedo.

—¿Cómo era?

—No lo vi bien. Solo sé que era un hombre moreno y que llevaba puesta una sudadera negra; de esas que se utilizan para hacer ejercicio.

Ángeles lo pensó, y mientras lo hacía, se arrepintió de no haber tenido la oportunidad de verlo, pues en su mente y por un extraño motivo, persistía la peculiar imagen de su vecino Kilian. De la nada, la chica misma se vio enfrascada con algunas interrogantes y sus posibles respuestas. ¿Y si era él a quien su hermano se la pasaba gritando y amenazando? Tendría mucho sentido, ya que al ser hermanos, Kilian se abstendría de responderle.

—No te preocupes, Ángeles —Tory le acarició el brazo—, no quiero que esto arruine nuestra tarde. Vamos, regresemos a casa porque esta lluvia amenaza con arreciar.

Ángeles suspiró, no tenía deseos de regresar a su departamento y sumirse nuevamente en la penumbra de su habitación, pero desafortunadamente, tenía que hacerlo. Al llegar, nuevamente tuvo la sorpresa de encontrarse con su vecino Kilian, sentado en el suelo y esperando por ella.




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