Día 2
La mañana se llegó pronto. Para el momento en el que Hadeon bajó al comedor, Tristán ya se encontraba en su asiento, y en las manos sujetaba una libreta y un bolígrafo.
—Recuerda siempre levantar la mano, Tristán —le recordó el hombre.
—¿Qué estás haciendo? —Andrew reprobó la acción de Tristan cuando este se adelantó y no cumplió con lo establecido.
—Disculpe, señor, ¿cuándo podrá regalarme unos minutos de su tiempo? Recuerde que necesito entregar esta entrevista.
—Oh, claro, la entrevista. Cómo pude olvidarme de ella. Te la responderé pronto, querido Tristán. Por el momento, 700, quiero que arregles a Tristán y lo prepares para esta noche.
—¿Qué hay esta noche?— el miedo del chico comenzaba a latir en su pecho.
—Solo una pequeña fiesta. No hay nada de qué preocuparse.
Pero las cosas para preocuparse abundaban por todos lados. Desde el primer momento en el que Andrew le colocó la vestimenta erótica, hasta cuando se dispuso a maquillarle los ojos con un poco de sombra negra, Tristán comenzaba a alterarse.
—¿Qué estás haciendo? No me gusta. ¿Por qué me pintas así?
—Quédate quieto, Tristán, por favor.
—¿Por qué me estás haciendo esto? ¿Sabes una cosa, Andrew? Dile al señor Parrish que no podré entrevistarlo. Me quiero ir a casa.
Entonces Andrew le sujetó el rostro acariciándole la barbilla.
—Eres solo un niño —le dijo, contemplándolo con dulzura.
El chico se quedó confundido.
—Me quiero ir. Ahora.
—No puedes… Le perteneces al señor Parrish.
—¿Pertenecerle? ¿Me adoptó?
—No… Él te compró. Le dio dinero a la gente del hospicio a cambio de que no existiera un documento que confirmara tu adopción. Fue como si jamás existieras en ese lugar.
—¿QUÉ? —el muchacho se alejó de él— ¿Por qué hicieron eso?
—Las personas quieren dinero, Tristán, y el señor Parrish lo tiene. Puede comprar lo que quiera en el momento que sea.
—Andrew… ¿cómo llegaste aquí?
El chico prefirió mirar hacia otro lado; no quería recordar con asco y desprecio lo que tanto se había esforzado en ver como normal.
—Ya estás listo. Durante la noche el señor Parrish te llamará y tú tienes que bajar las escaleras y dirigirte a la habitación catorce. Pero, por favor, no te acerques al sótano.
—¿Qué hay en el sótano?
—Créeme que no quieres saberlo, Tristán. Te pido que no te acerques a ese lugar.
El chico se quedó sentado, aterrado y con millones de preguntas en la cabeza, sin embargo sus posibles respuestas no estaban ni de cerca de ser lo que verdaderamente le esperaba.
***
En su habitación, Andrew se arreglaba los anillos de su mano y miraba con nostalgia el enorme jardín que encerraban los impenetrables muros.
—¿Quedó listo? —Hadeon Parrish se paró bajo el umbral de la puerta.
—Sí señor, está listo.
Pero cuando Andrew sintió el frió toque de la mano del señor Parrish, su corazón volvió a congelarse. Dejaba de ser Andrew para convertirse en 700.
—Te siento muy tenso. Siempre te pones así cuando los jovencitos me visitan.
—No es nada, señor —le aseguró el muchacho.
—Me alegra saberlo.
El hombre le acarició el cuello, el pecho y los labios, finalmente se acercó a él, le besó la boca y cerró la puerta mientras lo miraba desnudarse.
La noche llegó pronto, y ya para entonces los nervios y el miedo se comían vivo a Tristan provocando que el chico casi evacuara en sus pantalones. Afortunadamente, Andrew estaba ahí para ayudarle, darle ánimos y ser su pañuelo y enfermero cuando todo terminara.
Tristan fue enviado a la habitación catorce, pero cuando entró, lo que sus ojos aparentemente infantiles presenciaron, fue una completa y explosiva locura que sobrepasaba los límites de lo absurdo y de lo depravado. Había pantallas por todos lados mostrando escenas de sexo sadomasoquista: mujeres con hombres, hombres con hombres y mujeres con mujeres. Alrededor de todo había cadenas, cuerdas, guardas, cintas, azotes, palos de madera bien tallados y cámaras que estaban esperando para filmar su cuerpo.
—¡¿Qué es esto?! —Tristan se sintió aterrado. Intentó salir corriendo pero la puerta estaba bien cerrada.
—Olvídate de tu nombre —Parrish salió de la oscuridad—. A partir de hoy llevarás el nombre de 90. Y todo el tiempo utilizarás esto en el cuello —Parrish le entregó una gargantilla con una pequeña placa grabada con su apellido, muy parecida a la que Andrew llevaba en el cuello.
—Usted está loco, déjeme ir.
—No tienes a dónde ir, 90. En cuanto intentes abandonar este lugar, mis hombres tienen la orden de matarte. ¿Todavía quieres intentarlo?
—Prefiero estar muerto antes de tener que tocarlo.
Pero el viejo Parrish no estaba solo. A su servicio tenía una gran cantidad de hombres que servían ciegamente al sujeto que les llenaba los bolsillos de dinero. Ellos aparecieron de la nada, sujetaron a la fuerza al muchacho y lo colgaron de las cadenas del techo. La cámara estaba lista para filmar la escena y almacenarse con los demás DVD´s y cintas VHS que se encerraban en viejos cofres de madera con llave.
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Editado: 11.11.2024