Psicosis

Caso 23. Bajo el hielo (2/3)

Manejó durante varias horas, cruzó carreteras y puentes. Para arribar a su destino final todavía le era indispensable recorrer varias millas y llegar hasta la frontera, en donde los hombres de servicio vaciarían su tráiler y transportarían los bultos a un contenedor de exportación marítima.

¿Qué significaba esto? Que, antes de llegar a dicho destino, Owen debía sacar a la mujer y deshacerse de ella.

Todos esos años le permitieron a Owen Wesley generarse una segunda vida. El hombre supo aprovechar las condiciones de su empleo para jugar un roll de doble personalidad. Adquirió una pequeña casita cercana a las rutas por las que normalmente transitaba, ausente de vecinos y ubicada en un punto estratégico para no llamar la atención. Owen acudía a ella algunas veces, cuando su familia y su empleo le permitían hacerlo.

Lo escalofriante de aquel lugar, es que Owen solo la utilizaba para descansar, invitar prostitutas y matar. El sitio estaba compuesto por un espacioso terreno en el que estacionaba su enorme remolque, un baño, una salita y dos habitaciones. No tenía cocina ni ningún aparato electrodoméstico, tampoco tenía luz y la poca agua que utilizaba para asearse y consumir, la conseguía en una toma que se hallaba muy cerca de allí.

Los únicos tres vecinos que había alrededor, nunca tuvieron problemas con sus esporádicas visitas. Sabían que el hombre era trailero, y que por ende mantenía una vida casi nómada. Sin embargo, lo consideraban como un sujeto tranquilo, educado y muy reservado.

Cuando Caitlyn Littleford abrió los ojos, se encontró a sí misma atada y amordazada a una vieja cama de madera, su ropa había desaparecido y su cuerpo titiritaba de frío.

La mujer intentó agitarse y comenzó a llorar. Estaba completamente aterrada. Owen Wesley se paró en el umbral de la puerta, bebió de su cerveza y procedió a sacudirse los espesos rizos de su cabello rojo.

—De nada te servirá gritar. Nadie puede oírte.

La chica miró a su alrededor, por desgracia esto no le sirvió más que para seguirse atemorizando. Las ventanas estaban cerradas con varias tablas de madera, y en la puerta, desde el techo hasta el piso había una enorme cantidad de cerrojos.

—¿Por qué? —y a pesar de que su voz era amortiguada por la mordaza, Owen entendió la pregunta.

—No lo sé.

—Suéltame… por favor, suéltame.

El hombre dejó su cerveza sobre una de las mesitas, se acercó a ella y le sostuvo el mentón con fuerza para que pudiera verlo. Algo en su cabeza estaba fallando, dolía y palpitaba al grado de pensar que el cerebro le estallaría.

No era la primera vez que tenía aquellos dolores, pues todo había comenzado cuando ese auto se le fue encima y lo atropelló. Owen cayó tendido en el pavimento y con la cabeza completamente ensangrentada. Aunque el golpe no fue lo suficientemente fuerte como para matarle, sí le provocó un severo daño en el lóbulo frontal del cerebro. Los siguientes años, se vio con varias secuelas notorias; padecía de insoportables dolores de cabeza y se volvió extremadamente agresivo. Golpeaba a sus hermanos menores, molestaba a los vecinos y un día decidió llenarle la boca a su hermana con docenas de malvaviscos que casi le provocan la muerte. Los castigos de su madre se volvieron más severos en un intento desesperado para controlarlo, pero entre más golpes recibía, el chico almacenaba más y más rencor.

Diez años después del accidente, y a la edad de dieciocho años, Owen decide marcharse de la casa de su madre e independizarse. Estuvo cumpliendo algunos trabajos pesados, ejerció como cargador y celador, pero no fue hasta un año después cuando se le ordenó acompañar a uno de los traileros. Durante los meses que pasó con él, Owen aprendió a conducir y a memorizar cada una de las rutas hasta que finalmente se le dio la licencia y se le contrató como conductor.

Tendrían que pasar dos años más para que el hombre cometiera su primer crimen. En 1998 y a la edad de veintiún años, Owen se detuvo en un bar de carretera, pidió varias cervezas y conoció a una atractiva prostituta con la que mantuvo relaciones sexuales en la cabina de su tráiler.

Al principio no hubo incidente alguno, pues si bien la trabajadora sexual cumplió con su parte, Owen se negó a pagarle el precio completo de lo que había aceptado. Entonces ella comenzó a insultarlo.

Los gritos provocaron que la cabeza de Owen palpitara de dolor. El hombre le pidió que parara, pero la mujer continuó gritando y lanzando golpes, pero de pronto, un grito aterrorizado escapó de ella cuando Owen Wesley la sujetó del cuello y comenzó a estrangularla.

Nadie los vio, nadie escuchó nada, y cuando Owen se dio cuenta de lo que había sucedido, entró en pánico. Echó a andar el tráiler, llevando consigo el cadáver de la mujer fallecida, y se adentró a la oscura soledad de las carreteras hasta que consiguió abandonar el cuerpo entre unos arbustos.

Esa misma noche, el sujeto se detuvo en uno de los moteles de carretera y pidió una habitación. El miedo lo perseguía, pero escondido debajo de esa maraña de temores, había un sentimiento podrido que le erizaba la piel. Su cabeza dejó de palpitar, dejó de doler, y al contrario, ahora era su miembro masculino el que latía con un ansia desbordante.

Si bien, hasta ese momento Owen Wesley no había descubierto que el homicidio lo excitaba, sí tuvo la sensación de que algo extraño estaba ocurriendo con su cuerpo. No fue hasta el homicidio siguiente que lo entendió todo y comenzó su carrera criminal.




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