Psicosis

Caso 24. La máscara de plata (2/3)

Si nos detenemos a discernir cada una de las facciones de ambas mujeres, podremos darnos cuenta de lo diferentes que eran. Mientras Doris sonreía con un brillo particular en los ojos, Hannah sentía cómo el horror le reptaba por el cuello. El local, aunque amplio en terreno, estaba lleno de maniquíes blancos y negros, y todos, absolutamente todos llevaban el rostro cubierto por una misteriosa máscara de color plata.

Aquel ornamento no tenía más que dos orificios negros en el lugar donde debían ir los ojos. Lo demás, era simplemente liso.

—Vámonos —Hannah miró a su compañera.

—¿Estás loca? ¿Ya viste cuanta ropa bonita tienen?

—¿Recuerdas cuando me llamaste loca por hacerle caso a mi instinto? Pues creo que lo volveré a utilizar. Este lugar me da una vibra extraña.

—Vamos, no haremos más que ver las exhibiciones.

Hannah no tuvo más opción que seguir a su compañera. No era la primera vez que experimentaba una sensación agria y abrumadora, lo lamentable es que casi siempre le resultaba cierto anticipar tragedias.

—¿Podrías darte prisa? Elige algo y salgamos de aquí.

—No seas paranoica, todo está bien… —pero entonces, un grito de sorpresa surgió de sus entrañas. Un hombre, escuálido y alto, emperifollado con un traje costoso y un sombrero trilby apareció de la nada, apoyando uno de sus brazos en el hombro de un maniquí.

—Lamento haberlas asustado —Travis les sonrió—. Casi no recibo clientes y quise saber si podría ayudarlas en algo.

—¿Usted trabaja aquí? —Hannah lo miró con recelo.

—Yo soy el dueño, querida.

—No se ofenda, pero tal vez el hecho de que casi no tenga clientes es por esos espantosos maniquíes. Debería quitarlos, o por lo menos removerles las máscaras.

—¡Hannah! —Doris le golpeó el hombro—. Disculpe a mi amiga, a veces no consigue guardar sus pensamientos.

—No te preocupes, preciosa, entiendo que mis figuras pueden causar escalofríos. Y aunque agradezco su consejo, no les cambiaré las máscaras. Verán, el local se ha convertido en un negocio familiar y nunca nadie se ha tomado el atrevimiento de modificar algo —todo esto por supuesto era mentira—. Excepto la ropa, eso sí ha ido cambiando con el tiempo. Los Cobaleda aprendimos a moldearnos con los gustos de las nuevas generaciones, y así fabricar lo que pueda interesarles.

—¿Usted hizo toda esta ropa?

—La mayor parte de ella —al menos esto no era mentira. El gusto de Travis por el corte y la confección era lo único que podía mantenerlo ocupado.

—¿A caso dijo Cobaleda? —de pronto, Hannah se balanceaba entre la sorpresa y el recelo.

—Vaya, creo que la señorita gruñidos al fin me reconoció. Así es, yo soy Travis Cobaleda, la nueva promesa de la costura.

—¿Lo conoces? —Doris sujetó el brazo de su mejor amiga.

—Lo vi hace unos años en un reality televisivo. Ganó una competencia y la oportunidad de firmar con VeloModa.

—Y lo hice, trabajé con ellos durante un tiempo, pero después me independicé para seguir mis propios sueños, y aquí estoy.

Sin clientes y con muñecos que dan terror, pensó Hannah, pero no se lo dijo. Quizá… en el fondo sí estaba juzgando mal al hombre y a su negocio de terror.

—Señor Cobaleda, ¿podría probarme ese vestido? —Doris señaló uno de los diseños.

—Adelante; en el fondo de aquella esquina encontrará el probador. Si necesitan alguna otra cosa, me pueden llamar.

Las dos jóvenes se alejaron, y mientras lo hacían, Brandon observó la perversa mirada que afloraba en los labios de su hermano. Algo dentro del hombre comenzaba a palpitar con un sabor a curiosidad. Brandon sabía, por las reacciones del propio Travis, que algo escondía en aquel sótano al que tenía prohibido bajar, sin embargo, también sabía que para husmear en él necesitaría mucho más que sus ganas.

¿Sería capaz de matarlo si lo desobedecía? ¿Qué encontraría al bajar? Todavía cerraba los ojos y recordaba el grito de su madre al encontrar el cadáver de la señora Barnes, con los ojos saltones y la boca abierta en un gesto de inminente terror. Recordaba a su padre abrazando a su madre después de que el detective le explicara la tragedia de un robo mal organizado. Porque claro, por aquel tiempo Travis solo realizaba experimentos con sus nudos, y no fue hasta que entró al ejército cuando realmente pudo perfeccionarlos.

Una suave brisa agitó el cabello de Brandon y lo hizo regresar su mirada a la Torre del Káiser. Qué hermosa sería la ciudad vista desde aquel mirador turístico, y qué daño podría causar si tan solo su fantasía abandonaba su cabeza y se materializaba en la realidad.

Día 7

Cuando Travis entró a la cocina, mucho le sorprendió ver la isla repleta de aceites, cartuchos, cuchillos de caza y varias armas de diferentes calibres y precisiones.

—¿Qué significa todo esto?

Brandon levantó la mirada ante la repentina pregunta de su hermano.

—Son armas.

—¿De dónde las has sacado?

—Las conseguí.




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