Cuando la tetera comenzó a silbar, anunciando que el agua había llegado a su punto de ebullición, Geraldine Reynolds se levantó del sofá en donde llevaba sentada más de tres horas y acudió por ella para prepararse un café. En la mesita de la sala yacían esparcidas todas las libretas en las que ella resolvía sus crucigramas, las cortinas estaban levantadas y en la televisión se proyectaba una antigua película francesa. De pronto y antes de que la mujer pudiera llevarse la taza a los labios, el teléfono de su casa comenzó a sonar.
—¿Diga?
—Buenos días, comandante.
Al otro lado, Geraldine sonrió.
—Todavía no me has superado, ¿verdad, Keith?
—Lamento molestarla, pero me veo en la necesidad de pedir de nuevo su ayuda. Es una urgencia.
—¿Qué ocurre?
—Encontramos el cuerpo de Catiana Pólamo, pero su hijo sigue desaparecido. ¿Sabe quién es esta mujer?
—Paso las veinticuatro horas del día pegada al televisor, por supuesto que lo sé.
—Necesitamos saber qué pasó aquí, sobre todo para encontrar al muchacho. Yo sé que después de lo de Nueva York le prometí no llamarla de nuevo, pero de verdad la necesitamos… mis agentes ya fueron por Jane Agnes y Joseph Morenco para entrevistarlos, pero me enfrento a un problema.
—Los dos son actores.
—No sé hasta qué punto sus actuaciones puedan engañarme.
—Llegaré en quince minutos.
Después de que su esposo murió, su único hijo se casó y ella se jubiló del departamento de policías, Geraldine Reynolds se dedicó a vivir sus últimos años de vida en su pequeña casa, resolviendo crucigramas, viendo televisión y asistiendo al súper de vez en cuando. Su vida había pasado de ser una montaña rusa con subidas y bajadas, a un tranquilo carrusel de vueltas perpetuas. No obstante y desde que el detective Keith Palermo sustituyó al anterior comandante, su vida recuperó una pequeña dosis del pasado. Keith la llamaba para pedirle consejos y ayuda, e incluso le pedía visitarlo cuando la dificultad de los casos lo sobrepasaba.
—Gracias al cielo, llegaste —Keith la estrechó entre sus brazos.
—No me veas así, a mis setenta años el tráfico se puede convertir en una tortura. Ahora sí, ¿en qué puedo ayudarte?
Keith la llevó a uno de los cuartos de interrogatorio, y a través del espejo de doble vista, Geraldine pudo ver a Jane Agnes y a su abogado.
—¿Tan pronto pidió un abogado?
—Dijo que no hablaría si él no estaba presente —respondió Keith.
—¿Qué hay de Joseph Patrick?
—También está con uno. Su esposa Valentina fue separada de él y dirigida a una de las oficinas individuales.
—¿De verdad piensas que la señora Agnes y el señor Morenco junto con su esposa son los responsables?
—Es lo más probable. Catiana y su hijo se convirtieron en un lastre para los tres. Además, con toda la fortuna que posee, Jane Agnes bien podría pagarle a cualquiera para encubrir el crimen de alguno de sus hijos.
—En ese caso, habla primero con la señora Agnes.
Keith se reacomodó las mangas de la camisa, abrió la puerta del interrogatorio y entró.
—Buenas tardes, señora Agnes, señor abogado.
La mirada de la mujer era simplemente espeluznante. A su lado, su defensor fue el primero en tomar la palabra:
—Me comentó mi clienta que usted planea hacerle unas preguntas, detective.
—Como sabrá, es el protocolo.
—¿Protocolo de qué exactamente?
Pero en lugar de responderle, Keith dirigió su mirada hacia Jane y le sonrió.
—Señora Agnes, la noto muy callada.
—Qué podría decirle ante una situación como esta.
—Qué le parece si me dice en dónde se encontraba el cuatro de agosto.
Jane esbozó una sonrisa lobuna.
—Puedo decirle en dónde me encontraba toda la semana si gusta. Del día 28 de Julio hasta el día 2 de Agosto, viajé con mi hijo Avery a Nueva York para el torneo de tenis que presentaría Alexander, y después regresamos a California. Del día 3 hasta la fecha, estuve con el productor John Brontë alistándome para el rodaje de la serie en la que voy a participar.
Keith simplemente la observó.
—Supongo que tiene cómo comprobarlo.
—De hecho sí, tengo boletos de vuelo, facturas de hospedaje, cuentas de los restaurantes que visité, el boleto de entrada para el estadio, personas que estuvieron conmigo y una infinidad de fotografías tomadas por los paparazis que seguramente ya subieron a internet. Yo no soy la persona que está buscando, detective.
Keith ya estaba listo para hacerle más preguntas, pero de pronto, una de las investigadoras que estaba trabajando con él, abrió la puerta y solicitó su presencia. Habían encontrado una prueba verdaderamente valiosa.
—¿Qué sucede, Maira?
—La cámara de seguridad de una gasolinera captó a Catiana Pólamo en el asiento de un auto, y no adivinarás quién lo estaba manejando.
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Editado: 11.11.2024