Día 23
Mientras el poblado de Villa Grazdo se sumergía en miedo y desesperación, el detective Miles seguía cotejando todos los registros y las sospechas que llegaban a sus manos. Fue entonces cuando se topó con los expedientes de Villa Grazdo. Hasta el momento, la policía del pueblo había reportado cuatro asesinatos a menores de edad. La primera, si mal no lo recordamos, se trató de Brusila Clarkson de solamente siete años y su cuerpo fue hallado en el fondo de una cisterna. El segundo cuerpo fue un niño de nueve años llamado Eliot Germon al que un par de campesinos encontraron abandonado en una zanja a orillas de la carretera. El tercero se trató de otro varón de seis años cuyo nombre era Santiago Bailey y al que el asesino decidió semienterrar muy cerca del lago central. Y la última víctima, o eso se esperaba, había sido Delaida Morris, una niña de diez años a la que habían dejado entre los juncos de un pequeño arrollo. Todos, absolutamente todos presentaban las mismas condiciones: tenían una cuerda atada alrededor del cuello, les habían quitado sus zapatos y a todos los atacaron sexualmente. Muy similar al asesinato ocurrido en 2001 y por el cual Poulsen se reconoció como culpable.
Al leer la información más a detalle, el modus operandi y la edad de las víctimas, Miles no tuvo duda. A unos doscientos kilómetros de donde él estaba, se hallaba el sujeto que muy probablemente era el responsable de los delitos cometidos años atrás, y al cual Gerard Conrad Poulsen protegió incriminándose a sí mismo.
Ese mismo día, el detective Miles pidió a sus superiores que le permitieran entrevistarse con la policía de Villa Grazdo y trasladarse allí cuanto antes. Durante su viaje, Miles aprovechó para leer los nuevos informes que el sheriff le había facilitado. En ellos se narraban las desapariciones que antaño sacudieron el poblado pero que por fortuna no terminaron en tragedia. La mayoría se trataba de niños traviesos que huían de casa para molestar a sus padres, niños que hacían rabietas porque sentían que sus padres no los amaban lo suficiente, niños rebeldes, o en el peor de los casos eran los propios progenitores los que sustraían a sus hijos por una disputa matrimonial o de divorcio. No obstante, entre tantas letras y fechas, Miles distinguió un caso de verdadero secuestro. El nombre de Jake Thomas Pardo resaltaba en letras mayúsculas junto a su año de desaparición, pero así mismo también había sido marcado con resaltador rojo. Junto a él se hallaba un pequeño texto escrito a mano en donde se relataba que nueve años después el chico había regresado.
Al llegar a su destino, Miles dejó sus pertenencias en el pequeño espacio de oficina que le prestarían durante su estancia allí. Ya tendría tiempo para buscar un hotel y hospedarse, pero ahora le urgía hablar directamente con el sheriff local y hacerle un par de preguntas.
—¿Qué fue lo que realmente sucedió con Jake?
El sheriff suspiró.
—Es una historia de locos. El niño se perdió en el centro comercial cuando tenía tres años. Se organizaron equipos de búsqueda y todo el pueblo se unió, pero jamás se dio con su paradero. A casi diez años, y el mismo día que la iglesia le conmemoraba con una misa en su honor, el chico apareció, pero ahora con doce.
Miles frunció el cejo.
—¿Dijo en dónde había estado?
—Solo comentó que mientras esperaba a su madre, un vagabundo se le acercó, lo cogió de la mano y se lo llevó. Dice que lo crió como si fuese su hijo, pero que cuando este falleció, el chico comenzó a vagar en las calles hasta que recordó cómo volver a su casa.
Miles se quedó perplejo.
—¿Y ya? ¿Ustedes le creyeron?
El sheriff se sentó en su silla y se rascó la nuca.
—¿Por qué no le deberíamos de creer, detective?
Porque eso es realmente estúpido, deseó responder, pero no lo hizo.
—En primera: si un vagabundo hubiese estado en el centro comercial, llevándose a un niño de tres años con él, alguien lo habría visto. ¿Alguien comentó haber visto algo así?
—No.
—Y supongo que entrevistaron a todas las personas que estaban en el centro.
—Efectivamente.
—¿Cámaras?
—Las revisamos, pero no captaron nada.
Miles entrecerró los ojos.
—Segunda: tenía tres años, cómo es posible que recordara cómo volver a casa.
—¿No le parece que está siendo un poco duro, detective?
—¿Cómo reaccionaron sus padres al verlo? En el informe se señaló que ambos decidieron divorciarse y hasta la fecha continúan separados, pero ¿cómo fue ese rencuentro?
—¿Cómo quiere que reaccionaran? La mujer estaba feliz, brincaba de alegría y no paraba de agradecer. Casi una década buscando a su hijo y por fin el cielo había decidido devolvérselo. El padre, en cambio…
—¿En cambio qué?
El sheriff negó con la cabeza.
—Dijo que no era su hijo.
Los ojos de Miles se le agrandaron y de pronto algo pareció conectar en su cerebro. Si bien al principio no tenía nada de lógica ni cronología, las palabras de Arthur Simons le sobrevinieron como un balde de agua fría.
—Sheriff, ¿podría darme las direcciones de ambos padres, por favor?
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Editado: 11.11.2024