Psicosis

Caso 28. El viajero de los cinco rostros (2/3)

Día 5

Su nombre era Juan Carlos Gonzales López y era un médico activo que trabajaba en un pequeño centro de salud a las orillas de la ciudad. Su detención se llevó a cabo a las dos con cuatro minutos de la tarde. Luego del mapeo y la planeación del operativo, la policía irrumpió en los pasillos del recinto para adentrarse a su oficina con una orden de aprensión y un par de esposas.

—¿Qué está pasando? —el hombre dejó de lado sus documentos y se levantó de su silla.

—Juan Carlos Gonzales, queda usted arrestado. Tiene derecho a pedir un abogado.

—Pero ¿por qué me están deteniendo? ¿Qué hice?

Entre miradas de asombro y pacientes que se asomaban desde sus habitaciones, el hombre fue sacado del centro y trasladado a una patrulla. Los policías que viajaron con él y los que estuvieron custodiando la entrada del cuarto en donde lo retuvieron, juraron ver no a un potencial asesino que hasta el momento había cometido cinco asesinatos: tres hombres y dos mujeres, torturándolos hasta la muerte y después doblándolos hasta que sus cuerpos terminasen en el interior de una maleta; sino a un hombre aterrado, confundido y preocupado.

El comandante y jefe de la policía, Marco Domínguez, colocó una silla delante del sospechoso y tomó asiento. Frente a él, Juan Carlos Gonzales se frotó el rostro con sus manos esposadas.

—Nadie me ha querido dar una explicación de lo que se me está acusando.

El comandante le mostró la captura de su rostro y después respondió:

—Una cámara de seguridad lo captó a las dos con tres minutos de la madrugada caminando en la calle Venustiano Carranza y cargando una maleta negra que más tarde abandonó en una jardinera. Dentro de esa maleta, estaba el cuerpo de Horacio Zepeda, un hombre de treinta y dos años de edad, desnudo y muerto.

La mirada del hombre tembló.

—No soy responsable. Ni siquiera lo conozco.

El comandante volvió a señalarle la fotografía.

—Su presencia dice todo lo contrario.

—Quiero un abogado.

Marco Domínguez suspiró, se puso de pie y enseguida se marchó. Aquel sujeto había provocado severos dolores de cabeza a la policía y a toda una población, por lo que dejarlo en libertad no era un asunto negociable.

Día 12

¿Quiénes eran estos sujetos? ¿Quiénes eran las víctimas y por qué terminaron con tan horroroso y lamentable final? A través de una larga serie de investigaciones, entrevistas a testigos y el registro de la propiedad en donde el hombre residía, la policía y los peritos pudieron construir una hipotética historia de lo sucedido. No obstante, el caso tendría muchos más misterios de los que las autoridades y el resto de ciudadanos tenían pensado.

Como bien ya se dijo, su nombre era Juan Carlos Gonzales López, un médico especialista en gastroenterología, así mismo, el hombre era propietario de una amplia vecindad en la calle veintinueve y que utilizaba para rentar con diferentes personas que buscaban establecerse en un lugar barato mientras conseguían otro tipo de oportunidades. Es importante mencionar que Juan Carlos no residía allí, puesto que él tenía su propio departamento ubicado en un complejo a seis cuadras. Hasta el momento no había tenido problemas con ninguno de sus arrendatarios, pero un día, los vecinos lo vieron en la compañía de un joven hombre que había comenzado a rentar una habitación en la vecindad. Los rumores se extendieron rápidamente y no tardó en comentarse que el médico y el joven sostenían una relación homosexual. Sin embargo, un día, el muchacho, de buenas a primeras desapareció y nadie más volvió a verle.

Dentro del departamento de Juan Carlos, la policía encontró la habitación en donde se llevaban a cabo los homicidios. En el suelo de esta, se hallaba la colchoneta vieja y terriblemente sucia en donde las víctimas permanecían tumbadas, había manchas de sangre, orina y un par de fluidos más que se enviarían a los laboratorios. Por otro lado, las paredes estaban cubiertas de mugre, no había ventanas y en una esquina había un estante metálico que contenía varios desatornilladores, un par de alicates y cinco frascos de vidrio con todo el cabello que el asesino les quitaba a sus víctimas. Por último y en la parte baja del estante, había dos cajas de cartón que guardaban todas las prendas de ropa; desde bolsos, zapatos, tacones, tenis, collares, cinturones, mochilas y pantalones.

Después de revisar el departamento del detenido, y encontrar los documentos que delataban la existencia de la vecindad, los detectives se dirigieron a ella y comenzaron a entrevistar a sus locatarios. Sorpresa se llevaron, pues todos, absolutamente todos ellos no lo conocían como Juan Carlos Gonzales López, sino como Miguel Ángel, y para variar ninguno de ellos sabía que era médico.

—Nosotros estábamos pagando por un techo, más no por la información de su vida privada —aseguró una anciana que vivía en una de las habitaciones.

—¿Nunca se encontraron con él en algún centro médico o de salud? —la cuestionó el detective.

—De mi parte, no, de lo contrario sabría que era médico. Supongo que los demás vecinos tampoco, pues nadie lo sabía.

La policía revisó todos los registros, pero nunca encontraron el nombre que los habitantes les habían entregado. Todo, como ya lo dictaban los papeles en físico, estaba registrado bajo el nombre de Juan Carlos.




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