—Tu abogado llamó, dijo que ya viene en camino, y qué bueno, porque hay muchas preguntas que me gustaría hacerte.
Sentado en una silla y con las piernas cruzadas con una elegancia un tanto cómica, el hombre lo miró de arriba a abajo y luego sonrió. No había duda de que aquel sujeto ya no era el aterrado y confundido médico que se sentó ahí en un principio.
—Mucho gusto conocerlo, usted debe ser Marco Domínguez.
El comandante frunció el cejo.
—Permítame presentarme, me llamo Luis Alberto Gonzales López, pero creo que ustedes me han conocido como Juan Carlos.
—¿Intenta tomarme el pelo?
—Para nada, comandante, intento aclarar este penoso asunto que nos metió a todos en serios problemas. Y es que al parecer Miguel Ángel no sabe mantenerse quieto.
Por fin, Marco entendió lo que podría estar sucediendo, o al menos lo que él intentaba hacerle creer. Lanzó la carpeta de documentos sobre la mesa y después se sentó en la silla disponible.
—Miguel Ángel es el arrendador, si no me equivoco.
—Así es.
—Y supongo que también es nuestro principal sospechoso en los cinco homicidios.
—Como le dije, no sabe mantenerse quieto.
—No soy psiquiatra ni nada que estudia dicha área, pero me gustaría preguntarle… ¿Cuántos son ustedes?
El hombre le sonrió.
—Conmigo somos cinco.
—¿Quiénes? —insistió el comandante.
—Mmm, no sé si sería correcto hablar de ello.
—Creo que no tiene opción.
—Por supuesto que la tengo, esperar a mi abogado. Sin embargo, le he de decir que tampoco me gusta esperar. Veamos, por dónde empezaré…
—Del payaso, quizá —Marco le mostró las fotografías.
—Oh, se refiere a Daniel. Sí, no es el más listo de nosotros cinco, pero le aseguro que tiene buenas intenciones. Hasta donde sé, había hecho un amigo al que siempre le llevaba galletas. Recuerdo que Juan Carlos se molestó porque se gastaba su dinero en comprarlas.
—Juan Carlos es el médico.
—Así es. Y por cierto, usted y sus hombres lo asustaron mucho.
—¿Qué hay de ti? ¿Quién eres dentro de todos ellos?
—Ya se lo dije, me llamo Luis Alberto.
—Pero qué función cumples.
—Mmm, al parecer soy quien toma las decisiones y el que suele dar la cara siempre que se meten en problemas.
—¿Y por qué todos los documentos están bajo el nombre de Juan Carlos?
—Es obvio, ¿no le parece? Juan Carlos es el más calmado y sensato de todos. Además, fue él quien se dedicó enteramente a los estudios y a conseguir el sustento económico para mantenernos.
Pero Marco no le creyó nada.
—Nos falta Eduardo y Miguel Ángel.
—Eduardo… Eduardo, ¿qué puedo decirle de él? Trató de tener un par de novias, pero siempre terminó asustándolas.
—Era un hombre violento, por lo visto.
—De todos ha sido el más impulsivo.
—¿Y Miguel Ángel?
—Creo que ya hablé lo suficiente, comandante. Para hablar de Miguel Ángel, mi rostro más perverso, podría tirarme horas y horas tratando de detallarle todos sus juegos. El problema es que no sé qué tipo de consecuencias me traiga hacerlo. Yo creo que a partir de ahora, prefiero esperar a mi abogado.
Marco volvió a salir del cuarto, y al hacerlo estuvo seguro de dos cosas. La primera era que aquel hombre les daría muchos más problemas de los esperados. Y la segunda; sus años de experiencia le dejaban muy en claro que Juan Carlos de verdad estaba intentando tomarle el pelo, ya que su interpretación, muy mala por cierto, por lo visto aseguraba tener trastorno de identidad disociativa.
La pregunta era: ¿le saldría fingir bien ante un grupo de especialistas?
Día 23
Más allá de lo que el comandante y las autoridades pudieron imaginarse, el caso se convirtió en un verdadero espectáculo mediático. Los medios de comunicación relataban la nota como si se tratase de un ser de otro mundo; alimentando el ego del hombre y su creciente apetito por la fama. Lo terminaron apodando como El viajero de los cinco rostros, debido a que abandonaba a sus víctimas dentro de una maleta y a su supuesto trastorno disociativo.
En la última entrevista que los psiquiatras tuvieron con él, Juan Carlos supo que su teatro estaba a punto de llegar a su final, ya que ni con cien años de estudio actoral podría conseguir engañarlos. Así mismo, y viéndose sofocado por el brazo de la exigencia de justicia, el hombre se vio obligado a urdir un rápido plan que le permitiera escaparse antes de que la primera audiencia le cayese encima. Fue así que la mañana de un jueves, cuando los policías lo trasladaron a la corte, Juan Carlos les pidió que le permitieran entrar al sanitario, ya que se encontraba bastante preocupado y nervioso. Los dos uniformados que lo custodiaban aceptaron. Pensaron que no pasaría nada malo si se quedaban cuidando de él en la puerta de entrada, pero sorpresa se llevaron cuando los minutos pasaron y el sospechoso no salía.
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Editado: 05.11.2024