Día 1
Brady Ackerson.
—¡Que le muerda! ¡Que le muerda! —Brady sonrió, se acercó al pastel y le dio una gran mordida mientras las personas de su alrededor aplaudían y coreaban su nombre. El chico estaba cumpliendo veintisiete años.
—Déjame ayudarte, tienes un poco de crema en la nariz —su novia, Charlotte Kingston se acercó a él y le limpió el rostro con un trozo de servilleta.
—Gracias a todos por tan hermosa sorpresa, pero ya es hora de marcharme al trabajo, de lo contrario van a despedirme.
Frente a él, su madre le sonrió.
—Te pondré un poco de pastel para llevar. El resto se lo puede llevar Lottie a casa para comerlo más tarde.
—Excelente idea —el hombre se despidió de toda su familia, guardó en su mochila el contenedor de comida que su madre le había dado y después se marchó.
Brady Ackerson pedaleó en su bicicleta hasta la florería en donde trabajaba. Al llegar, un hermoso aroma de rosas recién exhibidas le hizo suspirar.
—¿Todo bien? —preguntó al encontrarse a su compañera Valerie, quien cargaba un enorme jarrón con rosas blancas y rojas.
—Qué bueno que has llegado. La señora Matthews acaba de llamar para saber cómo vamos con los arreglos para la boda de su hija. Yo los empecé antes de que llegaras, pero todavía faltan algunos.
—No te preocupes, los termino enseguida.
—Otra cosa, Brady. ¿Podrías encargarte de la tienda unos minutos? Mi pequeño dejó su lonchera en el auto y necesito llevársela al colegio, y también deseo aprovechar el viaje para entregar unos ramos que nos encargaron.
—Por supuesto. Ve tranquila, yo me haré cargo.
—Gracias. Espero que este día esté tranquilo.
—Y por lo visto, así será. Nuestra única preocupación será terminar los arreglos de la señora Matthews.
Valerie cogió todo lo que necesitaba y entonces se despidió. Por su parte, Brady se colocó el delantal de plástico, un par de guantes protectores y comenzó a recortar los tallos de las rosas para acomodarlas en los enormes floreros de porcelana. De pronto, la campana de la puerta sonó, anunciando que un cliente había entrado al establecimiento.
—Buenos días, ¿en qué puedo servirle? —el muchacho se acercó al mostrador para tratar con la mujer de mediana edad, alta, delgada y de ropa desaliñada que había entrado.
Ella lo miró, dudó al momento de responderle pero finalmente señaló el escaparate.
—Miraré algunos arreglos —habló con un acento bastante extraño.
—Adelante —Brady se dio la vuelta y regresó a su faena. Pero una hora después, cuando el muchacho terminó los arreglos y regresó al mostrador, le sorprendió demasiado descubrir que la misma mujer seguía presente—. ¿Busca algo en específico?
Ella se sorprendió al escuchar su voz.
—¿Qué flores me recomiendas?
Brady frunció el cejo, pero igual se vio educado al responder.
—Depende de la ocasión. ¿Las necesita para un evento o simplemente para una decoración?
—Las quiero regalar.
—Oh —las mejillas del chico se pusieron rojas—, en ese caso, ¿por qué no elegir un ramo de Camelias? Normalmente se acostumbra a regalar rosas, pero a veces es bueno salir un poco de la rutina.
La mujer esbozó una sonrisa, recibió el ramo que el muchacho le estaba tendiendo y lo pagó en efectivo. Mientras abandonaba la florería, se encontró con Valerie, quien la saludó amablemente, pero esta no le respondió
—¿Cómo vamos con el encargo de la señora Matthews?
—Están terminados.
—Perfecto, pediré que vengan por ellos.
El día pasó tranquilo. Brady terminó su jornada y regresó a su pequeña casa en la que vivía con su novia, pero cuando se acercó a la puerta, encontró un peculiar ramo de flores tendidas sobre la alfombra de bienvenida. Eran camelias.
El muchacho frunció el cejo, su pensamiento rápidamente asoció las flores con el lugar en el que trabajaba, pero más exactamente con la mujer a la que se las había vendido. No obstante, un pensamiento todavía más curioso se abrió camino en su cabeza. ¿Podría alguien haberlas dejado para Lottie?
Cuando Brady entró a la casa, encontró a su novia sentada frente a su ordenador. Se acercó a ella, le besó la cabeza y colocó el ramo de camelias sobre la mesa.
—Dejaron esto afuera.
Lottie se le quedó mirando.
—¿Para ti o para mí?
—Sinceramente no lo sé, no tiene nota o etiqueta. Pero es más común que las mujeres reciban flores.
—De mí no comiences a sospechar. Yo no tengo quién me regale flores.
—Un admirador, tal vez.
Lottie las tiró en el bote de basura, no le gustaba hacia dónde se dirigía aquella conversación y no estaba dispuesta a participar en ella.
—¿Quieres un poco de pastel? Lo metí a la nevera en cuanto regresé de la casa de tus padres.
—No me vendría mal.
#541 en Thriller
#176 en Suspenso
#248 en Misterio
miedo terror y suspenso, muertes tortura secuestros, asesinos violencia historias
Editado: 11.11.2024