Psicosis

Caso 31. Soy Helena, y no tengo miedo (2/3)

Día 2

Al amanecer, Gladis se preparó con un par de ropas térmicas, su mochila y bajó a la cocina, en donde encontró a Charles preparando un poco de café.

—Buenos días.

—Buenos días, Gladis, siéntate y bebe algo caliente. Veo que ya estás preparada para marcharte. ¿Piensas visitar a Helena?

—De hecho sí, doctor. Pero antes de dirigirme a casa de los Darren, me gustaría tener un poco de información. La información central la tendré al hablar con la familia y la propia Helena, pero es bueno anticipar algunas cosas. ¿Usted podría contarme algo sobre ellos?

—No hay familia, solo son ellas dos: Helena y su madre Mila.

—¿Helena no conoce a su papá?

El médico negó.

—Desde que nació, Mila se ha encargado de ella.

—¿No sabe si él vive en este pueblo?

—Por lo que ella me contó, se trataba de un pescador que llegó con la temporada de pesca, y un día simplemente desapareció. Yo creo que se marchó a su tierra natal.

—¿Helena estudia?

—Lo hacía, pero últimamente ha tenido comportamientos extraños y se aísla mucho de las personas y de los demás niños.

—¿Sabe desde cuándo comenzaron esos comportamientos?

—Realmente no. Solo llevo atendiéndola menos de un mes.

Gladis le sonrió.

—Se lo agradezco, iré a entrevistarme con la madre.

—Esta es la dirección —Charles le entregó un trozo de papel—. Gladis.

—Dígame.

—Trata de llevar las cosas con calma y no te desesperes, son personas que toda su vida han estado bajo un estilo de vida bastante reservado. Todo esto es nuevo para ellas.

—No se preocupe, así lo haré.

Gladis se acomodó su bufanda y salió a la calle. Afuera, las personas realizaban sus faenas con total naturalidad, pero eso no impidió que algunas mujeres y niños la mirasen con un poco de recelo. ¿Quién era la forastera y qué es lo que quería? No olía a pescado, por lo que no era pescadora; no llevaba sus botas cubiertas de lodo, por lo que no era recolectora de maíz, y tampoco parecía vender quesos de cabra. Entonces, ¿quién era?

Gladis levantó su vista hacia el cielo, un manto tan azul y hermoso que le recordó a la pureza del océano. A su alrededor, las pequeñas casitas la hicieron pensar en un cuento, quizá en un pueblecito francés o alemán. Al llegar, Gladis estiró su mano enguantada y tocó la puerta con sus nudillos. Un segundo después, un rostro pálido y lleno de pecas se asomó por el resquicio.

—¿Qué necesita?

—Buenos días, soy Gladis Bárcelo… Soy… la doctora.

—Gracias al cielo —la mujer abrió la puerta y después se hizo a un lado para dejarla entrar—. Pase, por favor.

—Gracias.

Después de desprenderse de su abrigo, su gorro y la bufanda, Mila la condujo al interior de la cocina donde le invitó una taza de té y un par de galletas.

—Gracias por venir, no sabe… No sabe cómo me alegra verla aquí.

—Señora, ¿Mila? —la mujer asintió—. Antes de ver a Helena, me gustaría hacerle un par de preguntas a usted.

—Lo que sea necesario, responderé cualquier cosa si eso ayuda a mi hija.

Gladis cogió su mochila y sacó su libreta.

—Hábleme de lo que le preocupa. ¿Qué está sucediendo para que haya pedido nuestra ayuda?

Mila apartó su mirada y un segundo después sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Es mi hija Helena, hay algo que no está bien. Al principio pensé que era algún resfriado o algún malestar, la llevé con un curandero que le dio algunos tés de hierbas, pero nada le funcionó. Hace poco, desesperada decidí llevarla con el médico del pueblo, pero tampoco tuvo mejoría. Ya no sé qué hacer y veo que esto empeora cada vez más.

—¿Qué es lo que nota?

—Tiene comportamientos extraños, muy diferentes a los que solía tener hace un par de años.

—¿Por ejemplo? —pero de inmediato Gladis se percató de su incomodidad—. Señora, Mila, yo sé que hablar de estos temas es muy complicado para usted porque no está acostumbrada, pero le aseguro que solo quiero ayudarla. Necesito saber qué está pasando con Helena para entender de dónde vienen esos comportamientos y buscar una manera de solucionarlo, o minimizar las molestias.

Mila comenzó a llorar.

—Me hizo botar al basurero todos los relojes que teníamos en casa porque dice que le susurran cosas. A veces habla con palabras totalmente extrañas y también me dice que hay un hombre con cabeza de reloj persiguiéndola por todos lados. Al principio pensé que eran juegos de niños, pero esto se ha convertido en un verdadero infierno. Ya no quiere salir de su habitación y ha dejado la escuela y a sus amigos, no permite que me acerque y la última vez que salió le arrojó a una de nuestras vecinas una roca de gran tamaño.

—Mila, ¿hace cuánto está pasando esto?

—Empeoró hace un par de meses.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.