Psicosis

Caso 31. Soy Helena, y no tengo miedo (3/3)

Día 24

El proceso fue largo y una constante montaña rusa de emociones, que en su mayoría resultaron ser demoledoras. Durante las crisis, Helena se sumía en la desesperación y el miedo, los ataques de pánico y ansiedad la hacían retroceder los pequeños pasitos que ya había conseguido avanzar, pero como al principio se demostró, su madre no la abandonó ni un solo segundo. Fiel a ella, Mila se quedó a su lado, sosteniendo su mano y secando sus lágrimas. Por otra parte, Gladis llevó a cabo la realización de numerosos apuntes, gráficos y tablas de organización que contenían toda la información necesaria para seguir trabajando, pues si bien la esquizofrenia es uno de muchos trastornos que no tienen cura, sí es posible tratarla para que el paciente consiga tener una buena calidad de vida.

Dentro de las tablas que Gladis anotaba en sus cuadernos, se detallaban todos y cada uno de los síntomas. Por ejemplo, los positivos, como lo eran los delirios: ideas paranoides en las que Helena aseguraba que las aves deseaban matarla; y alucinaciones: todos los personajes que ella veía y que la atemorizaban, entre ellos el hombre reloj, y también los susurros de los relojes donde ella escuchaba que le ordenaban lastimar a su madre y a la vecina. Síntomas positivos en el aspecto de que se anexaron a ella, algo que no existía en su mente pero que ahora se pinta como su realidad. Y los síntomas negativos, todos aquellos en los que Helena presentó una gran decadencia, por ejemplo la inasistencia a clases, el aislamiento social con su madre y amigos, el aseo personal y el abandono de sus actividades favoritas como el dibujar y escribir pequeños cuentos de hadas y princesas.

El mes estaba por terminarse, y aunque al principio Gladis dijo que solo sería un fin de semana, lo cierto es que nunca imaginó que el caso de Helena sería uno de los más difíciles y complejos a los que se enfrentaría después de varios años de carrera. Sobre todo porque la esquizofrenia paranoide, como finalmente ella la había diagnosticado, no era muy común en niños de esa edad.

—¡Helena!

—¡Mamá! ¡Me están haciendo daño! —la niña lloraba y se agitaba entre los brazos de su madre. Durante la mañana había estado tranquila y relajada, pero de un momento a otro, vio como sus brazos comenzaban a llenarse de pequeñas ronchas.

—¡Helena! —Gladis se acercó a ella, sin tocarla—. Recuerda que nada de lo que te está pasando es real.

—¡Están ahí!

—Lo sé, sé que están ahí y que tú puedes verlos…

De pronto, Helena se soltó de los brazos de su madre y se cubrió los oídos. Las voces habían comenzado y eran bastante aterradoras.

Día 61

Una de las peores cosas que sucede cuando una persona, llámese niño, adolescente, adulto u adulto mayor, es la poca empatía de las personas que le rodean. Como seres humanos estamos acostumbrados a etiquetar sin antes entender el trasfondo de los comportamientos que nos puedan parecer extraños. Loca. Loco. Demente. Enfermo. No, los trastornos son más que eso, son más complejos y en la mayoría de las veces difíciles de sobrellevar, sobre todo para quien lo padece. Cuando un individuo presenta alguna condición, no solo sufre él, sino también las personas que lo rodean. No nos cuesta nada ser empáticos, y si bien no tenemos forma de contextualizarnos sobre lo que sucede, entonces tampoco deberíamos tener derecho a etiquetar o juzgar destructivamente.

—Lo peor de las enfermedades, es que las personas desean que actúes como si no las tuvieras. Y es ilógico debido a que existe, a que te acompaña y será parte de ti en todo momento.

Helena yacía sentada frente a Gladis, escuchándola y sonriendo mientras coloreaba un paisaje que ella misma había dibujado.

—¿Helena? —ante la pregunta, la niña la miró—. ¿Qué eres?

—Un ser humano como todos los demás. Soy inteligente, bonita y capaz de conseguir todas las metas que me proponga.

Una enfermedad no es sinónimo de destrucción, sino de renacer y comenzar una vida muy diferente a la que solías vivir. Gladis le sonrió. Helena llevaba varias semanas tomando algunos medicamentos y apoyándose en las psicoterapias para restablecer tanto su confianza en sí misma como las relaciones sociales que había empezado a perder. Y si bien las alucinaciones y los delirios habían disminuido casi en su mayoría, la niña debía aprender a enfrentar el mundo, su mundo y aquel que podría causarle daño, porque no solo se trataba de concientizar a las personas para que pudieran entenderla, también ella debía poner su esfuerzo y eliminar o enfrentar lo negativo que perjudicaba su vida.

Gladis sabía que muchas de las personas que eran atendidas correctamente eran capaces de hacer una vida normal, tener trabajos exitosos si así se lo proponían, estudiar, viajar y hasta formar sus propias familias. Sabía que en cualquier momento ella debería marcharse, regresar a su propio camino y permitir que Helena volara con sus propias alas, pues ahora que tanto ella como su madre sabían que “Estar loco” no es la forma adecuada de referirse a alguien que vive con un trastorno, podrían enfrentar valientemente todo lo que les faltaba por vivir.

—¿Gladis?

—Dime.

—Lo estoy viendo.

La sonrisa de Gladis desapareció.

—¿A quién?

—Al Hombre Reloj. Está sentado en ese sillón.




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