—¡Enmily, concéntrate!—, exigió el señor Ross mientras estaban lavando su ropa en el río.
Pero a la joven Enmily se la hacía muy difícil estar concentrada con ese hombre llorando detrás de ella.
Era un hombre que lloraba de forma desconsolada sobre una roca. Estaba arrodillado y cubría su rostro mientras abrazaba sus piernas.
—Lo siento, papá—, dijo Enmily, y siguió limpiando la tela de sus ropas con una piedra.
Ese día habían muchas personas del pueblo en el río para lavar, y todos ignoraban por igual a ese hombre llorando.
El señor Ross suspiró y dejó de lavar por un segundo.
—Hoy les haré su comida favorita—, dijo Samuel Ross para tratar de animar a sus hijos.
—¡Si!—, exclamó el pequeño Samier.
Solo tenía 8 años, y era muy pocas las cosas que podía celebrar en ese pueblo oscuro y lleno de neblina.
—¿Matarás a nuestra única gallina?—, preguntó Enmily muy seria.
Ella tenía 17 años, y entendía mucho más las cosas que pasaban en el pueblo.
—Es un día especial—, respondió su padre sin voltear a verla.
Enmily asintió con la cabeza.
—Es solo un día más...—, dijo ella tragando con dificultad.
—¡Es su cumpleaños!—, gritó su padre repentinamente.
Enmily estaba cabizbaja, y sus ojos cristalizados eran un reflejo de su voz a punto de quedarse en llanto.
—¡Ella está muerta!—,reclamó Enmily.
Sin embargo su padre solamente negaba con la cabeza, y aguantaba sus lágrimas para que no brotaran de sus ojos.
—¡Basta papá! ¡Deja de actuar como si no hubiera pasado!—, gritó Enmily, —acepta de una vez por todas que nada está bien-.
El pequeño Samier comenzó a llorar. Él odiaba que su hermana y su padre discutieran.
—Lo siento...—, susurro Enmily.
Recuperó la compostura, y volvió a lavar con rapidez.
—Discúlpame, papá... Es que ese hombre está acabando con mis nervios—, dijo Enmily.
El padre levantó su cabeza para quedar de cara al cielo, y luego agachó su mirada para decir:
—Es el prometido de la chica que quemaron ayer—, dijo el padre de Enmily.
Luego de eso hubo un profundo silencio durante el resto de su jornada lavando la ropa en el río.
En la capital. El encomendado del rey leía la carta del cura Adrien.
La capital era un lugar mucho más civilizado, o al menos eso es lo que querían hacer creer.
El Marqués Eraldo Loprin era el encomendado del rey para encargarse de ese país como colonia de la corona.
En una hermosa casona rodeado de personas cultas y refinadas. Muy alejado de las guerras y la pobreza en la que vivían los pueblos.
Un hombre delgado y usando un elegante traje con detalles dorados que representaban la corona, entró en el salón en dónde estaba el marqués Eraldo.
—¿Me mandó a llamar, señor?—, preguntó con una ligera reverencia.
—Nicolhaz...—, exclamó el marqués al ver a Nicolhaz Dorr.
Rápidamente entregó la carta del cura Adrien en las manos de Nicolhaz.
Nicolhaz era un hombre altanero y sobrio. Jamás se le había visto sonriendo o mostrando afecto por nadie. De mano dura y dedicado totalmente a Dios.
—Sigo sin entender que tiene que ver ésto conmigo—, dijo Nicolhaz luego de leer la carta.
—Necesito que vayas a Oxlander. Eres la persona perfecta para hacer que esas brujas respeten el nombre de Dios—, indicó el marqués.
—Soy un hombre de la sagrada inquisición ordenada por el mismo rey en persona. ¿Para qué quiero ir a un pueblucho lleno de cerdos asquerosos?—, respondió Nicolhaz.
—Oxlander es un pueblo muy importante para la corona por su cercanía con la capital. Necesito que esa gente esté en paz con Dios y la corona—, dijo.
Sin embargo Nicolhaz Dorr no estaba para nada interesado. Incluso dió media vuelta para marcharse.
—¡Te pagaré 10 monedas de oro por cada bruja que encuentres!—, dijo el marqués rápidamente.
Nicolhaz se detuvo de inmediato dando la espalda al marqués. Ahora si había logrado conseguir su atención e interés.
—Necesito hombres a mi mando, y una buena cama en dónde dormir—, condicionó Nicolhaz de inmediato sin siquiera voltear.
—La tendrás. Vivirás en la iglesia, que es la mejor edificación que hay en el pueblo.
—Perfecto...
Finalmente el marqués Eraldo podía respirar tranquilamente. Nicolhaz Dorr se encargaría de hacer respetar el nombre de Dios y la corona en ese lugar.
Cuando repentinamente notó la presencia de alguien que lo espiaba desde la oscuridad, escondido detrás de una columna circular.
—Con un demonio, Eduar. Te he dicho mil veces que no te escondas así— dijo el marqués.
Un joven de piel pálida y vestido de traje negro emergió desde la oscuridad.
—Lo siento, tío.
—¿Qué quieres ahora, muchacho?
—No pude evitar escuchar del pueblo que está plagado de brujas. Sería el lugar indicado para escribir mi próximo libro—, dijo Eduar.
—De ninguna manera. Jamás dejaría que mi único sobrino varón fuera a un lugar tan peligroso—dijo el marqués en forma definitiva.
—Ya tengo 23 años, tío. Sé cuidarme muy bien. Además, sería para escribir una de mis novelas de terror... esas que tanto te gustan—, suplicó.
—No lo sé, Eduar...
—Además estará el señor Nicolhaz en el pueblo. Nada malo me pasará...
—Muy bien, pero no te daré nada de dinero. Y no quiero que molestes al señor Dorr en su trabajo.
—Pagaré yo mismo todo mis gastos, y el señor Dorr no tendrá ninguna queja de mí—, prometió Eduar.
—Pero más te vale que esa novela sea mucho mejor que las anteriores.
—Lo será, tío ¡Lo será!—, aseguró Eduar Piar muy emocionado por su viaje.
Enmily veía como su padre y su hermano dormían plácidamente luego de una exquisita cena.
Era el momento perfecto para salir de la casa en silencio y sin hacer ningún tipo de ruido.
Con mucho cuidado levantó una parte de la madera que ella misma había aflojado durante el día. Y así pudo salir sin ningún problema.