El paso de los caballos generaba ruido en todo el pueblo de Oxlarder.
Las personas se asomaban con curiosidad a través de sus ventanas, para ver cómo ese hombre de capa negra, llegaba acompañado de cinco hombres armados con escopetas.
Todas las familias comenzaron a acompañarlos en su camino hasta la iglesia.
En cuestión de minutos, una gran multitud estaba reunida alrededor de la iglesia para ver cómo esos hombres descendían de sus caballos, vistiendo esas ropas estrafalarias que solamente podían vestir los hombres de la corona.
La Pescadera y sus hijos. El herrero y sus hijos. El señor Ross abrazando a sus hijos. Incluso todos los campesinos y demás habitantes del pueblo se hicieron presentes.
—¡Habitantes de Oxlander!—, dijo Nicolhaz con sus brazos extendidos.
El silencio fue absoluto. Todos querían escuchar lo que ese hombre tenía para decirles.
—¡Dios lo ama!
Eduar Piar también había llegado sobre su caballo, pero él solo se dedicaba a mirar desde la distancia y alejado de la multitud.
—Mi nombre es Nicolhaz Dorr, y yo seré quien libre este pueblo de esas maléficas brujas adoradoras del diablo.
Por primera vez, Enmily sintió un escalofrío recorrer su nuca. Jamás había sentido un mal presentimiento en su vida. Sin embargo algo le decía que estaba frente a una persona muy malvada.
—Esas brujas se han burlado de Dios, y yo haré que el nombre de Dios y del rey Flavio se respeten.
Las personas comenzaron a aplaudir de forma tímida. Al menos este hombre tenía más espíritu que el cura Adrien.
—Por su culpa. El ganado ha estado muriendo, al igual que las cosechas, y el sol. Es hora de hacerlas pagar.
Rápidamente esa timidez de los pueblerinos se convirtió en convicción. Era exactamente lo que estaban esperando en desesperación. Alguien que pudiera acabar con las brujas que estaban maldiciendo al pueblo.
—No me iré de este pueblo hasta que no haya quemado a la última bruja, y que su asquerosa sangre arda en la hoguera.
En este punto las personas del público gritaban en júbilo, y una histérica celebración contagió a todos. A excepción de Enmily y su padre que se miraban con preocupación.
—Señor Nicolhaz....—, dijo un anciano que se acercó lentamente sosteniendo un documento en sus manos.
—¡Identifícate!—, ordenó el inquisidor.
—Mi nombre es Eudicio Bron, señor. Soy el historiador del pueblo. Aquí tengo el registro de todas las familias que viven aquí—, dijo con voz temblorosa.
—¿Cuántas personas habitan este pueblo?—.
—407, señor.... 402...—, rectificó el anciano.
—¿407 o 402? No tengo tiempo para estupideces—, reclamó Nicolhaz.
—Es que no puedo contar a la familia Slandor—, explicó..
—¿La familia quien?
—Los Slandor. Cris, su esposa Eleonor, y sus tres hijos. Ellos se declararon como no creyentes de Dios, y se fueron al vivir a las afueras del pueblo.
Nicolhaz Dorr volteó ligeramente para ver el rostro de sus hombres. Esos sujetos reían de forma malvada.
—¡Los Slandor conocerán la furia de Dios¡—, gritó Nicolhaz.
Todas las personas del pueblo comenzaron a gritar con alegría. El herrero Aldo, la pescadera, y muchos otros pueblerinos celebraron mientras Nicolhaz y sus hombres montaban sus caballos para ir detrás de la familia Slandor.
Cris Slandor ataba con fuerza los leños que conformaban el techo de su nueva casa en las afueras del pueblo. Un lugar ajelado del camino, en donde podían vivir en paz.
—¿Te gusta?—, preguntó a su esposa Eleonor.
Sin embargo ella seguía muy enojada por la drástica decisión que su esposo había tomado.
—Condenas a tu familia lejos de Dios—, dijo ella con los brazos cruzados sobre su pecho.
—Nosotros seremos nuestros propio Dios—, respondió él tomándola de la cintura.
—¡Blasfemia!
—Lo único que necesitamos es amor.
—Dios es amor... Dios lo es todo—, insistió ella soltándose de las manos de su esposo.
—Dios es solo un negocio.
—Pobre de tu alma, hombre pecaminoso. No sabes lo que dices—,dijo Eleonor.
—Si el oro no existiera, la palabra "Dios" jamás se hubiera inventado—, dijo Cris Slandor.
Fue entonces cuando escuchó los pasos de los caballos que se acercaban rápidamente.
Así que tomó un cuchillo para proteger a su familia, pero poco podía hacer contra esos 6 sujetos de la realeza que se acercaban a ellos.
—Señor Slandor. Hoy tendrán la dicha de conocer el poder del amor de Dios—, dijo Nicolhaz luego de bajar de su caballo.
—¿Quienes son ustedes? Váyanse de mis tierras—, ordenó Cris.
—Soy la nueva ley del pueblo de Oxlander. Y le exigo que arroje ese cuchillo de inmediato.
—No volveré a ese pueblo maldito.
—Estamos de acuerdo, señor Slandor.
Nicolhaz se acercó a los pequeños hijos de Cris. Uno a uno tocó sus cabezas para ver la reacción del señor Slandor.
Su mayor sobresalto fue cuando tocó al menor de sus tres hijos. El pequeño Idran.
—Tenemos un ganador—, dijo Nicolhaz alejándose lentamente del pequeño.
Uno de los hombres de Nicolhaz se acercó rápidamente sosteniendo un hacha en sus manos.
—Me rindo... Me rindo... Haré lo que ustedes quieran—, gritó Cris arrojando el cuchillo lo más lejos que pudo.
—Queremos que mueran...—, dijo Nicolhaz.
Ese hombre comenzó a atacar con el hacha al pequeño Idran.
Es increíble hasta donde puede llegar la inocencia de un niño. Mientras el metal del hacha separaba la carne de su cuerpo, él solamente podía decir:
—¡Basta! ¡Me duele!
Cris Slandor cayó sobre sus rodillas mientras miraba aterrorizado el cuerpo destrozado de su pequeño hijo. Eleonor arrancó cabello de su cabeza debido a la desesperación.
—Pido disculpas. Hemos salido rápidamente de la capital, y no tuvimos tiempo de afiliar nuestras hachas. Eso hará que sufran un poco más de lo necesario—, dijo Nicolhaz.
Cris Slandor estaba destruido emocionalmente. Era como si su cuerpo ya no conectara con sus sentimientos.