La oscuridad de la cabaña cubría la vista de Samuel. Él no podía dormir. Solo miraba el techo de su casa mientras estaba tirado sobre su cama.
En el silencio absoluto se oyeron susurros, que iban en aumento hasta convertirse en palabras desesperadas. Las quejas de un niño aterrado suplicando por su alma.
Era la voz de Samier viniendo desde su cuarto.
—¡Samier!—, gritó Samuel, y se levantó rápidamente.
Tomó un trozo de vela, y corrió hacia la habitación de su hijo.
La oscuridad en ese pasillo hacía que Samuel corriera como si sus ojos estuvieran cerrados, pero él conocía perfectamente su casa.
—Viene por mí... Viene por mí....—, repetía Samier una y otra vez sentado en su cama en medio de la oscuridad perpetua.
Samuel encendió la vela, y de inmediato pudo ver a su pequeño hijo temblando, y meciendo su cuerpo mientras se abrazaba a sí mismo.
—¡Está bien, hijo! Es solo una pesadilla—, dijo Samuel abrazando a su hijo.
—No he dormido en toda la noche—, respondió Samier, y luego comenzó a llorar en forma desesperada.
Es muy desesperante que un niño diga eso.
—¿Qué sucede?—, Samuel estaba muy preocupado.
—Viene por mí.
—¿Quién, hijo? ¿Quién viene por tí?
—El diablo se comerá mi alma...
Aquellas palabras erizaron la piel de Samuel es un segundo. Era por mucho lo más aterrador que había dicho Samier en su vida.
—¿P-Por qué d-dices eso?—, preguntó Samuel con voz temerosa. Quizás, sin querer saber la respuesta.
Era la primera vez que su hijo hablaba del diablo, y lo hacía durante la madrugada, cuando la noche era más oscura y tenebrosa.
—Eso me dijo la señora en la ventana.
Samuel volteó de inmediato a la ventana, pero ésta estaba vacía, y solo podían verse los árboles afuera de la casa.
—Mi alma es dulce como mantequilla, y su simple aliento la puede derretir. La sangre del cuervo que ensucia al cordero. Los dientes del lobo brillando en la oscuridad—, dijo Samier.
Samuel estaba muerto de miedo. No entendía nada de lo que estaba pasando, pero debía ser valiente por su hijo.
Con cada palabra que decía Samier, todo se volvía cada vez más perturbador.
—¡Debemos orar!—, indicó Samuel.
Tomó la fría mano de su pálido hijo, inclinó su cabeza, y comenzó a suplicar a Dios para su divina intervención.
—Orar no sirve de nada—,dijo Enmily parada debajo del umbral de la puerta.
Samuel volteó de inmediato casi sufriendo un infarto debido al susto, pero respiró aliviado al ver que solo se trataba de su hija mayor.
Enmily hablaba con un tono calmado y perturbador.
—Me has dado el susto de mi vida—,dijo Samuel arrodillado sobre el piso.
—Ella oró antes de ser quemada—,insistió Enmily sin mover un solo músculo.
—Hija, no es el momento para....
—Ella suplicó a Dios por su vida. Al igual que le suplicó al verdugo que la golpeaba. Pero nada funcionó...—sus labios temblaron aguantando el llanto.
—Cállate, vas a asustar a Samier—, exigió Samuel.
—Yo ví sus ojos estallar debido al calor. Como si fueran un par de huevos en las manos de alguien.
Samuel bajó la mirada indignado. Su boca de había quedado sin palabras que pronunciar, y su lengua estaba inmóvil.
—odos vamos a morir—, dijo Samier lleno de pesar mientras baja su cabeza con resignación.
—Si, Samier. Todos vamos a morir—, comentó Enmily.
—¡Cállate zorra! ¡Cierra tu maldita boca de una vez por todas!—, estalló Samuel gritando contra su propia hija.
Enmily se sintió muy ofendida, y solamente regresó a su habitación muy molesta.
—No te preocupes, mi amor. Te prometo que te voy a proteger de lo que sea—, juró Samuel a su pequeño hijo que temblaba de miedo.
—¿Me salvarás del infierno?
Samuel se quedó en silencio. Samier lo estaba asustando demasiado.
—¿Y si el inquisidor me quiere quemar? ¿Me salvarás de las llamas?
—Hijo, yo....
—¿Y si el diablo se come mi alma? ¿Me ayudarás cuando esté vomitando sangre y mi cuerpo no se mueva?
Samuel miraba los ojos de su hijo con una expresión de incredulidad en su rostro. No sabía que responder a las cosas que decía.
—No prometas cosas que no puedes cumplir... Samy.
Samuel sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo. Incluso quedó inmóvil mientras su hijo regresaba a la cama. Sobre todo porque solo su esposa difunta era la única persona en el mundo que le llamaba "Samy".
Ciento de velas encendidas dentro de la iglesia daban una iluminación rojiza al interior de ese templo. Era como todo el lugar estuviera en llamas, pero así le gustaba al gran inquisidor.
Sentado en el trono del cura sobre el altar, y usando siempre esa intimidante capa negra, veía con seriedad a sus hombres parados frente a él.
—Ya saben que hacer...—, ordenó Nicolhaz Door mientras se quitaba esos guantes negros hechos de cuero de toro.
Sus hombres comenzaron a desnudarse y lamerse unos a otros. La luz de las velas hacía que su piel se vieran mucho más rojas y vivas.
Todo esto sucedía frente al inquisidor y la enorme cruz de madera que posaba a su espalda.
En sus ojos se veía una seriedad inquebrantable. Incluso cuando comenzó a chupar sus propios dedos lentamente, y temblando de placer.