La oscuridad tarde o temprano te va a cubrir por completo. No importa cuanto corras, no importa cuanto te ocultes. Algún día llegará a tí. La muerte está tan segura de eso, que incluso te dió toda una vida de ventaja.
Esa mañana el pueblo de Oxlander despertó con el terrible saqueo a la lujosa casona de la señora Fitzgerald. Una intachable mujer de alcurnia que siempre había gozado de gran respeto en el pueblo.
Pero hoy era sacada de su casa arrastrando por los hombres de Nicolhaz Dorr. Atada con una gruesa soga en su cuello, como si fuera algún tipo de animal bovino.
El escándalo recorrió todo el pueblo y rápidamente se reunieron frente a la casona Fitzgerald para saber que pasaba.
—Hemos encontrado evidencia en la casa de esta mujer, para creer que es una miserable bruja—, explicó el inquisidor a las personas que se acercaron por curiosidad.
Resultaba muy difícil creer que una dama tan refinada pudiera incursionar en algo tan bajo como la brujería.
Muchos de los pueblerinos esperaban que alguien dijera algo. Había que exigir que se mostraran las supuestas evidencias.
Quizás alguien de la firmeza y fuerza del herrero Aldo. Él sería el indicado para enfrentar al inquisidor.
Sin embargo el herrero tenía algo muy distinto en mente.
—¡Que muera la bruja!—, gritó repentinamente Aldo levantado su puño.
Su grito fue una emoción contagiosa que se transfirió de inmediato a todos esos pueblerinos. La mayoría de las personas comenzaron a gritar pidiendo la muerte de la señora Fitzgerald.
Magaly Fitzgerald era arrastrada contra su voluntad mientras que solo veía a esas personas gritando y exigiendo su muerte.
Las mismas personas que ella alguna vez ayudó cuando morían de hambre. A aquellos que prestó dinero cuando no tenían nada, o acogió en su casona cuando no tenían un techo sobre sus cabezas. Eran los mismo que hoy gozaban con su sufrimiento.
Mientras la señora Fitzgerald era llevada a la plaza del pueblo para ser quemada en la hoguera. Los hombres del inquisidor cargaban todas sus cosas de valor.
Todas las joyas, vestidos, cuadros, y obras de artes eran saqueados. Y llevados a la iglesia.
El herrero Aldo miraba como esos hombres se llevaban todas las cosas que valor que habían en esa enorme casona.
—Te vas a perder la purificación—, dijo Nicolhaz Dorr al herrero.
—Si...—, respondió Aldo un poco temeroso y apuró el paso con dirección a la plaza.
Todo estaba listo y la supuesta bruja ya estaba atada a la hoguera. Alrededor habían cerca de 400 personas ansiosas por ver la purificación.
Obviamente habían personas que se oponían a la quema de la señora Fitzgerald. Como era el caso de la familia Ross, pero ellos no tenían el valor para oponerse.
Defender a alguien que fue acusada de brujería era algo muy peligroso. Podías terminar a su lado en la hoguera ardiente.
—Magaly Fitzgerald... Que el señor perdone tus pecados, y el fuego purifique tu pecaminosa alma—, gritó Nicolhaz sosteniendo una antorcha encendida con la cual daría fuego a la hoguera.
El fuego abrasador ardía de forma potente, generando ese peculiar sonido de las llamas consumiendo todo a su paso.
El fuego incontrolable, iluminaba la oscuridad de esa tétrica mañana en un pueblo donde nunca salía el sol.
Esa tenebrosa niebla flotaba de manera espectral sobre la hoguera que comenzaba a quemarse en su totalidad.
La madera debajo de los pies de la señora Fitzgerald se convertía en carbón obsoleto, mientras que la piel que cubría su cuerpo se desintegraba de la manera brutal, inhumana, y dolorosa posible.
De su piel brotaban burbujas que estallaban por sí solas, dejando la carne viva en contacto directo con las destructivas llamas.
Sus gritos de dolor indescriptible, podían escucharse a kilómetros de distancia mientras que todos los pueblerinos del lugar usando ropa colonial la miraban quemarse, como si fuera un espectáculo público.
Su carne se cocinaba lentamente pasando de un color rojizo, a un azul mucho más oscuro. Para luego ser solo carne incinerada, que producía un olor nauseabundo capaz de inducir vómito y mareo a los curiosos espectadores. Entre ellos mujeres, ancianos, y niños.
El joven Eduar Piar miraba desde la distancia como una mujer desaparecía frente a sus ojos siendo consumida por las llamas.
Él jamás había visto tanta brutalidad, y mucho menos a alguien morir.
Eduar había crecido entre riqueza y lujos. Rodeado de libros y pergaminos. Sin embargo debía ser fuerte y sacar la mejor versión de todos esto para su nuevo libro. Debía hacer sentir orgulloso a su tío.
Esa noche la cena de la familia Ross fue menos animada que otros días. Solamente los tres integrantes de la familia sentados a la mesa frente a los pocos alimentos que habían en sus platos.
La comida cada vez era más escasa, y habían comido a su última gallina. Así que esa noche solo comerían las raíces de las plantas que ya no daban frutos.
Aún podía sentirse el despreciable olor de la carne quemada de la señora Fitzgerald flotando en el aire. Y es que sus últimos huesos seguían ardiendo con las brasas rojas que habían quedado de los leños que se consumieron junto a su cuerpo.
Más tarde, cuando todos dormían. Enmily aprovechó para salir una vez más de su casa. Pero no si antes despedirse de su pequeño hermano, Samier.
—Te prometo que traeré comida para tí, y para papá—, susurró Enmily a su dormido hermano luego de besar su frente.
Levantó con mucho cuidado la madera floja de su casa para salir sin generar ningún tipo de ruido.
Y en pocos minutos se vió nuevamente corriendo en el bosque mientras esas ánimas la veían pasar.
Ella sabía perfectamente que no podía hacer contacto visual con ellas. Así que corría lo más rápido que sus piernas le permitían. Hasta que no pudo más, y cayó totalmente exhausta en medio del bosque, y todas esas ánimas se acercaban a ella lentamente.