El bosque durante el día estaba lleno de jóvenes. La mayoría de la chicas y chicos se escapaban de sus casas para ir a ese lugar y tener libertad de sus preocupaciones.
Era la única la única distracción que podían tener. Resultaba muy excitante desobedecer las reglas de Dios y el inquisidor. Obviamente debían tener mucho cuidado de ser vistos o encontrados en ese lugar, o podían terminar en la hoguera.
La mayoría de las chicas iban a ese lugar para bailar desnudas en el bosque, o para tener sexo con el chico que amaban en secreto. Era todo un libertinaje prohibido por Dios.
Tiffany era la hija mayor del herrero Aldo. Ella siempre solía escapar de casa durante la tarde para ir al bosque a divertirse con sus amigas. La hija del orador, y también la hija del contralor.
Al llegar al bosque podían despojarse de sus pesados vestidos y bailar completamente desnudas entre los árboles. Con verde ramas delgadas sobre sus cabezas en forma de coronas y tomadas de las manos. No había nada más divertido.
Pero, Tiffany jamás esperó que su pequeño hermano Alvin lo seguiría ese día. El pequeño niño miraba con terror desde la maleza, como su hermana y las demás chicas danzaban desnudas en medio del bosque maldito.
En ese bosque también estaba Agustino, el hijo mayor del panadero Bock. Un adolescente bastante apuesto y con cuerpo perfecto. Él las veía bailando desnudas, mientras que él también caminaba desnudo en medio de ese lugar.
Las chicas detuvieron su danza al darse cuenta de la presencia de Agustino, y de inmediato comenzaron a reír de forma traviesa. Todos sabían que Tiffany y él estaban muy enamorados.
—¡Ve!—, indicaron las amigas de Tiffany empujándola mientras reían.
La chica se llenó de calor y fue hasta donde estaba su enamorado. Todo ésto mientras que su pequeño hermanito miraba escondido desde la maleza.
El pequeño Alvin regresó corriendo hasta el pueblo y no tardó mucho en decirle a todos lo que había visto. Las personas se sintieron horrorizadas al escuchar semejante aberración.
Rápidamente aquella acusación del pequeño Alvin se convirtió en una reunión en medio del pueblo que no tardaría en llegar a los oídos del temido inquisidor. Aquel inquisidor que para ese momento estaba contando las diez monedas que había recibido por quemar a la señora Fitzgerald.
Aldo el herrero escuchó los rumores y corrió rápidamente hasta el centro del pueblo.
—¡Alvin! ¡Alvin!—, gritaba Aldo con desesperación.
Pero al llegar ya era demasiado tarde. El inquisidor ya había llegado al lugar y exigía hablar con el pequeño Alvin.
—Quiero que me digas los nombres de las chicas que viste bailando y fornicando en el bosque.
—Alvin...—, susurró el herrero Aldo mientras estaba congelado por el miedo.
Alvin volteó por un segundo, y miró a su padre totalmente aterrado. En ese momento pensó que quizás estaba mal lo que estaba haciendo.
—Tienes que decírmelo, pequeño Alvin. Tienes que hacerlo, en el nombre de Dios—, insistió el inquisidor.
—¿En el nombre de Dios?—, preguntó Alvin fascinado.
—Por supuesto. Dios odia las mentiras, y si no me dices lo que viste, entonces, estarías mintiendo.
—En ese lugar estaban el hijo del panadero Bock, la hija del contralor, la hija del orador, y también...
—Alvin, no...—, suplicó Aldo mientras lloraba destrozado.
—Y también mi hermana, señor inquisidor—, confesó el pequeño Alvin sin saber lo que había hecho.
—¡Buen trabajo!—, felicitó el inquisidor acariciando el cabello de Alvin.
Luego de eso ordenó a sus hombres que fueran por los cuatro adolescentes mencionados.
—¡Alvin!—, gritó el herrero Aldo mientras corría para abrazar a su pequeño hijo, y lloraba con mucho dolor al saber el cruel destino que le esperaba a su hija mayor.