Lo miraba con tristeza. Por todas partes se había corrido la voz de lo que le habían hecho. No era el primero ni sería el último en vivir una situación como aquella. Es más, ella misma había estado en esa tesitura no hacía mucho y comprendía el dolor que él estaba sintiendo. La humillación pública ya de por sí era dolorosa, pero la rotura del corazón lo era más aún.
No eran amigos. Ni tan siquiera conocidos. Pero los unía un sentimiento, una emoción que los había hecho vivir una de las experiencias más dolorosas que un ser humano puede sufrir. La traición.
Althea estaba saliendo de una, mientras que Marco acababa de ser arrastrado por sus feroces fauces. Él había sido abandonado un día antes de su boda y la que se suponía iba a ser su esposa, decidió casarse con un antiguo novio que había reaparecido en su vida sin que Marco se hubiese dado cuenta.
Todos en la empresa estaban al tanto puesto que Marco, muy amigo de todos, había invitado a su enlace a muchos de sus colegas y jefes para compartir su felicidad. Era lógico que después de tal afrenta tenía que justificar la no realización de la boda aunque ello le fuera doloroso y humillante. Y aunque él nunca contó las razones, al parecer hubo alguien que se enteró del entuerto y esparció los rumores como plumas al viento.
Althea no corrió con la misma suerte, “gracias a Dios”, pensó. Lo suyo había sido más discreto pero no por ello menos doloroso y denigrante. Su prometido la engañó y al mismo tiempo salió del closet. Jamás pensó que algo así pudiera haberle sucedido y se lamentó no haber atado cabos cuando todo le indicaba que algo extraño ocurría frente a sus mismas narices.
Su autoestima cayó por los suelos. No solo había perdido al que creía era el amor de su vida, sino también había perdido el amor propio. Se sintió fracasada. Había invertido tanto en su relación y quizás ese fue el problema. Era “SU” relación y no la de ambos, al menos eso fue lo que su traición le demostró.
Dejó de confiar en los hombres. Llegó a pensar que hubiese sido mejor que le hubiera puesto los cuernos con otra mujer, sin detenerse a meditar que no debería haber sido con nadie, porque nunca debió existir ninguna infidelidad. ¡Se suponía que se amaban!
Tarde se dio cuenta de que no era así.
Le costó mucho reponerse de aquel duro golpe, pero ya estaba mejor. Mucho mejor. Y tal vez se hubiese recompuesto más rápido si le hubiese pasado lo de Marco. Quizás si todos se hubieran enterado le habrían apoyado y consolado, sin embargo, se tuvo que comer solita todo aquel sufrimiento y disimular que estaba bien a pesar de que por dentro su corazón estaba roto en mil pedazos.
Entendía a Marco. Sí, lo entendía muy bien y por eso empatizó con él y se hizo la firme tarea de acercársele y brindarle todo lo que ella no tuvo, en especial, cariño y contención.
***
Pese a que no trabajaban en la misma área de la empresa y de que antes de hacerse público lo de Marco no había reparado en él, comenzó a topárselo más a menudo, ya sea en las horas de almuerzo en la cafetería o en los pasillos e incluso en las reuniones y fiestas empresariales que tan a menudo se celebraban.
Fue en una de estas fiestas en que decidió acercarse a él.
Estaba solo, de pie al lado de las mesas en donde abundaba toda clase de bocadillos, con una copa de champagne en su mano y la mirada perdida en el suelo.
Sintió lástima por él, como la había sentido por ella misma poco tiempo atrás. En ese entonces hubiera deseado haber tenido algún amigo que le brindara un poco de ánimo, pero claramente no tenía ninguno. La soledad había pesado sobre su ser y aunque no tenía claro el por qué, no quería que Marco pasase por lo que ella tuvo que pasar.
Se acercó entonces y se colocó a su lado sacándolo de sus cavilaciones.
- Hola. – le dijo sin mirarlo a la cara mientras que él no estaba seguro si ese saludo era para su persona o no.
- Hola. – le respondió un tanto inseguro.
- Bien aburrida está la cosa, ¿no te parece? Creo haberme divertido más en el funeral de mi abuela…… digo, y eso que la ocasión no lo ameritaba, pero es que ese día estuvo de locos y para morirse de la risa. Mi abuelo insistió en llevar el féretro él mismo y les pidió a tres de sus amigos que lo acompañaran en la labor, pero como estaban tan débiles y enclenques, mi pobre abuela fue a dar al suelo llevándose consigo a los cuatro vejestorios que no podían pararse del suelo aunque empeño le ponían. Mis papás, mis tíos y mis primos corrieron a ayudarlos temiendo que iban a tener que enterrar a mi abuelo y a sus compinches junto con mi abuela por culpa de la casi mortal caída que habían sufrido. Pobres vejetes, estuvieron a punto de ser succionados por la parca, ¡¡Jajajajaja!!
Althea rió de buena gana al recordar el suceso. Marco se le quedó mirando como si aquella mujer hubiese salido directa del manicomio y al verla disfrutar tanto de su propio relato no pudo contener la carcajada y rió junto con ella.
- Soy Althea…… – le extendió la mano. - ……pero puedes decirme “Thea”.