Todo este tiempo aprendí que las personas eran falsas la mayor parte del tiempo, no digo que yo no lo era porque realmente si lo era. Siempre en nuestra niñez estuvo o está el familiar que no nos cae bien. En este caso era mi tía, Carla.
Ella, al igual que mi papá, se creía una cría de veinte años. Siempre estaba bebiendo y sus hijos, sus hijos eran extremadamente insoportables. Tenía tres, Maura, Brenda y Lucas.
Maura, la mayor, con tan solo dieciocho años había quedado embrazada y no hace falta decir el despelote que hubo en la familia cuando se enteraron de eso. Brenda, de quince años, siempre se escapaba de su casa cuando íbamos, a veces pensaba que apestábamos o algo por el estilo y, por último, Lucas que, según mi tía, tenía un retraso. Era insoportable, siempre haciéndose el mayor y como no, yo una de las primas más chicas de todos, era nombrada como la “simpática”.
Nunca fui buena expresándome con mi familia y menos a esa edad, nunca me gustó aparentar ser algo que nunca fui como ellos lo hacían.
Mientras mis primos corrían yo estaba sentada a un lado de mi mamá observándolos desde lo lejos mientras ensuciaban sus prendas. Volteé los ojos sin entender qué tenía de divertido hacerlo, ¿Revolcarse en la tierra lo era? ¿Qué estaba haciendo mal que no me gustaba jugar de la misma manera que ellos solían hacer?
Siempre me había preguntado del porqué siempre fui así con ellos y, llegué a la conclusión que sus actitudes cambiaban las mías. Siempre estaban así y era algo que no me agradaba.
Por otro lado estaban mis abuelos y tíos, de la parte de mi mamá que vivían en una ciudad cercana y que siempre esperaba que sea fin de semana para ir de ellos. Mis abuelos, no eran los típicos abuelos que te daban lo que querías. Tenían una sola regla para todos los nietos que, hasta ese momento, solo éramos tres. Esa regla era para los tres por igual, no había uno mejor que el otro o uno más preferido que el otro. “A todos por igual o nada”. Para navidad o día del niño siempre era así pero, para los cumpleaños siempre nos regalaban cosas que eran servibles para nosotros.
Mi primo mayor, Facundo, siempre era el más amoroso, por así decirlo mientras que mi otro primo, Jonathan era el terrible de la familia, el menos responsable. Cuando estaba con ellos me la pasaba jugando a las escondidas por horas mientras que mi abuela nos decía que no corramos por la casa por miedo a que nos golpeemos o rompamos algo. Como siempre, Jonathan siempre ganaba.
Cuando iba y ellos no estaban, al lado de la cama de mis abuelos había una mesita de noche donde tenía guardados cuadernos, libros, hojas y una lapicera. A veces, jugaba que era una maestra y que me tocaba corregir sus cuadernos, tenía peluches donde simulaban ser mis alumnos y le leía un cuento. Mis tíos siempre estaban a mi alrededor abrazándome y siendo amorosos por el único hecho de que era la única nieta mujer de la familia y que, estaba rodeada de chicos. Siempre trataban de que haya un juego donde pueda jugar con ellos.
Hubo un fin de semana en especial donde mis abuelos se habían ido a comprar para la cena, la casa estaba vacía o eso pensé yo hasta que se escucharon voces. Era mi tío, Hernán. Me puse detrás de la pared que separaba entre el comedor y la habitación de mis abuelos para mirarlos. Estaba con la vecina, Rosa. Sabía que ellos tenían algo o que estaban en algo raro hasta que la unión de sus labios confirmo lo que sospechaba: estaban juntos. Sabía que ellos se llevaban varios años de diferencia y que cuando eran más chicos jugaban juntos. Siempre supe que mi tío iba a tener un amor más lindo y romántico no un amor que realmente estaba a la par de su casa. No era que no la quería sino que sus actitudes eran un poco egoístas.
Su relación no se dio a conocer a las horas, a los días ni a las semanas. Fue en Navidad que, también dieron la noticias de que iban a ser padres. Realmente era algo que no me lo esperaba y que, al igual que yo, toda mi familia había quedado igual.
— ¿Están seguros? Saben que un bebé es una responsabilidad y una muy importante — mi tío miró a Rosa y le sonrió. Y asintió ante el comentario de mí abuela.
— Va a ser una nena, para que juegue con su querida prima, Ailén — me sonrió. Solamente no tuve otra opción que devolvérsela.
Su ilusión se fue cuando a los meses se enteraron de que iba a ser un nene, uno más a la colección de primos varones. Todos los años decían lo mismo, que iban a tener una nena sin embargo tuvieron otro varón. Supongo que cuando más deseas las cosas menos se cumplen. A veces es mejor no planear algo porque siempre sucede algo que lo arruina.
Como hasta ahora había sucedido no había rastros de llamadas ni mensajes por parte de mí papá. Supongo que solamente para el cumpleaños de él se acordaba de sus hijos y como no, eso me hacía daño. La ilusión de que en unos días de esto llegara un mensaje por arte de él, seguía intacta.
Esto me enseña que siempre es bueno ilusionarse pero no tanto, siempre es bueno amar pero no demostrarlo tanto ni tan poco. A veces es bueno expresarse para que todos sepan qué es lo que realmente pensamos.
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Editado: 24.03.2019