Puedo sin ti, papá

Dos

Si busco en mi memoria no tengo ni un solo recuerdo contigo, no tengo ninguna imagen juntos en un acontecimiento importante.

Tenía cinco años y ya estaba por graduarme de jardín para ser un poco más grande e ir a la primaria. Ahí es donde encontré a mis mejores amigas, sé que en ellas si puedo confiar, sé que ellas van a estar en cada momento en que lo necesite.

Ese mismo año, en diciembre los primeros días para ser exactos, tuvimos la fiesta de fin de año y el acto para darnos los diplomas de que habíamos cursado jardín. En ese momento creía que un acto así merecía la pena que estén todos mis familiares. Todos mis seres queridos estaban invitados, todos; hasta vos, papá. Pero metiste la excusa de que estabas trabajando y como una ilusa volví a creerte. Solo éramos mamá y yo en ese momento y estoy agradecida de que las cosas en su separación sea así: nosotras por un lado y tú, bueno, no hace falta decir en qué estas.

En esa fiestita tengo muchas fotos, donde aparecemos mi mamá y yo abrazadas con mi lindo disfraz de duraznito. Estaban mis abuelos, mis tíos pero no vos.

Pero gracias por al menos intentarlo. Gracias. De veras papá. Es ahí en donde una vez más rompiste mi corazón. Esa noche recuerdo que había preguntado por ti unas miles de veces pero todos me respondían que no estabas en la ciudad y hoy con dieciocho años entendí que solamente lo hacían porque de verdad no querían verme triste en un día muy especial para mí.

Los días pasaron, las semanas pasaron y con ellas el verano también se fue. Mi madre, que en ese momento se había quedado sin trabajo lo llamo para que la ayude a que me compre los útiles del colegio. Mi papá no se negó. Dijo que vendría en unos días de la semana. Lo espere con ansias pero nunca llego.

¿Somos un estorbo para esa clase de padres? Realmente, ¿Somos una carga para ellos?

Esa pregunta me va a dar vueltas por la cabeza siempre, en cada recuerdo en el que aparezcas, voy a estar pensando si en todo este tiempo en el que estuvimos separados por tus tontas elecciones, si pensaste en mí, si al menos me tuviste presente en algún recuerdo o solo fui tanta molestia que ni siquiera te dignaste a pensar en mí.

Me hubiera gustado poder tener todas las respuestas a aquellas preguntas que me tienen mal de sobremanera porque, aunque no pueda ni quiera aceptarlo, sentía que una daga me atravesaba.

Siempre sentí hacia tus hermanas, mis tías. Sentía que no encajaba con ellas; sentía que ellas eran algo toxico y ahora sé porque a mamá no le gustaba estar con ellas, porque no eran personas de fiar, no eran personas la que se les quería y hasta este momento estoy agradecida con mamá por habérmelas sacado de encima.

Nosotros, las personas que sufren por la partida de alguien así sean un fallecimiento o la lejanía de una persona, somos como dados prendido fuego. Los dados son nuestro destino, siempre diferente pero siempre en peligro de quemar a alguien en uno de esos tiros.

Siempre estamos últimos para el tiro porque siempre estamos pendientes de los demás pero ellos jamás están con nosotros, ¿Por qué? Porque somos muy ilusos y buenos en cierta manera en esa edad.

Mis notas, como todo niño de primaria, eran excelentes. Una vez, antes de terminar mi primer año escolar apareciste y como siempre estaba feliz de que vuelvas a estar a mi lado porque sentí que también me habías extrañado.

Te paraste en la puerta de casa sonriendo mientras yo entraba a la habitación y buscar la libreta de calificaciones pero como no estaba en el lugar que la había dejado volví a la cocina para buscar en el mueble donde dejábamos cosas importantes ahí. Detrás de una foto mía de pequeña estaba la libreta. La tomé esperanzada de que ibas a estar orgulloso de mí. Corrí hasta tú encuentro y te la extendí. La tomaste y sonreíste de lado.

–Muy bien. – dijiste. Solo eso. Y sin antes sentía dolor ahora era peor porque sentía que estaba haciendo las cosas mal, sentía que no te importaba nada de lo que yo hacía.

Al cabo de un rato entre una charla entre mamá y tú te fuiste dejando un beso en mi mejilla y un abrazo que daban ganas de llorar porque, sinceramente, tenía ganas de gritar en tus brazos que no podía más con esta situación que, a pesar de todo, necesitaba de tu apoyo y que no estabas cumpliendo con lo que siempre prometiste hacer: estar conmigo en lo que necesite, sin importar la situación y en qué momento. Prometiste siempre estar conmigo y sin embargo, no veía que lo estuvieras haciendo. No veía que ni siquiera le ponías ganas para cumplirla.

En ese momento prometí que eso ya no volvería a pasar pero volvió a pasar.

Pasaron los meses y se acercaba navidad. Ese año lo íbamos a pasar juntos que, no sé de donde había salida esa idea pero no me gustaba.

Fui a bañarme y como de costumbre mamá me había dejado la rompa nueva sobre mi cama. Ese año me había comprado una pollera de jean y una musculosa color blanco con unas florcitas rositas en el costado superior derecho y unas guillerminas blancas.

Cuando ya me había vestido agarré el peine para que mamá me peine como solía hacerlo todos los años.




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