Gerda disparó a su contrincante sin titubear. Ya era el quinto que mataba a la semana. Activó el transmisor, invocó a Asthar y envió el cuerpo a su mundo de origen.
“Misión cumplida. Un científico menos”, pensó Gerda, con orgullo. “Lastima que dure poco. Ahora debo regresar a la cárcel antes de que piensen que me he escapado”
Al regresar a su celda, miró el techo oscuro y se preguntó: “¿Hasta cuándo este suplicio?”
Recordó que el mes anterior unos extraños sujetos la interrogaron sobre el meteorito rosado y le dijeron que si le revelaban información al respecto, le levantarían la condena. Al principio se rió y los tomó por estafadores, pero ellos insistieron y hasta le entregaron una tarjeta identificadora, con un código numérico escrito en ella.
Gerda rió. La verdad, en su situación, cualquiera accedería a colaborar con esos agentes y les revelaría lo del transmisor. Pero ella tenía dudas al respecto. Algo le decía que, si los ayudaba, también involucraría a esas personas que conoció en la “Puerta dimensional”. Pero luego se sintió ridícula al preocuparse por otros y se dijo:
Sacó la tarjeta de su bolsillo y lo miró. Solo era entregarle a su guardiana y ya. No debía hacer nada más. Y quizás podría comenzar una nueva vida, cambiar su identidad y fundar una base de entrenamiento para aspirantes a francotiradores. Se codearía con personas poderosas para nunca más ingresar a la cárcel, tendría mucho dinero y el resto de su vida se la pasaría en una mansión, con todas las comodidades que jamás soñaría tener.
Pero entonces recordó las palabras que Mariana pronunció al conocerse. Esas palabras entraron en lo más profundo de su mente y, aunque se había burlado de ella, por dentro la afectó tanto que ya no se sentía la misma de siempre:
“Cada quien es libre de decidir su tiempo de existencia. No tienes derecho a arrebatarle su deseo. Cada vida es valiosa, hay que respetarla”
Gerda siempre creía que solo los buenos debían seguir con vida. Por eso no dudaba en matar a los que consideraba “malvados”, como a ladrones, corruptos, estafadores y otros asesinos. Al pensar en eso, se dio cuenta de que ella, con sus características de sicaria, entraría en esa categoría. Había manchado su reputación de justiciera al acabar con tantas vidas durante su corta existencia.
Aún debía hablar con Mariana sobre muchas cosas, intentar comprender su visión de vida y el porqué decidió aceptar la misión de Asthar, siendo una chica ordinaria sin conocimientos de combate.
Arrojó la tarjeta a un rincón de la cama, activó el transmisor y fue directo a la “Puerta dimensional”.
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Mariana no dejaba de correr. Esta vez los agentes que la espiaban pasaron de la observación a la acción. Ella no sabía el porqué, a finales de mes, cambiaron su táctica para con ella.
“¿Acaso cometí un error al precipitarme en contactar a Hiro?”, se preguntó. “¿Fui demasiado evidente en lo que hacía? ¿Eso quiere decir que también irán tras él?”
Tenía tantas preguntas, pero no era tiempo de reflexiones. Solo debía correr, perderse entre la multitud y quizás esconderse en algún callejón oscuro o colectivo repleto para usar el transmisor y pedir consejos a sus amigos de la “Puerta dimensional”.
Mientras cruzaba la calle, un automóvil se interpuso en su camino. El que manejaba era el detective Sergio, que vio cómo esos extraños abordaron a la joven en la entrada de su casa e intentaron forzarla a entrar en un auto de color negro. Por lo tanto, y olvidando la orden de “mantener distancia” que le impuso el agente policial que lo contrató, decidió ayudarla.
La joven obedeció. No tenía otra opción. Apenas cerró la puerta, el auto arrancó y consiguió perder a los agentes de vista.
“¿Quién podrá ser?” Se preguntó Mariana, preocupada por la situación. No le quedaba de otra que confiar en ese extraño detective que parecía saber mucho de ella. Y además sabía que había otras personas en su situación. “¿Acaso el detective conoce la existencia del transmisor? ¿Qué relación tiene él con todo ese asunto?”
“Puedes confiar en él” Escuchó que le decía Asthar en la mente.
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Editado: 31.03.2023