Puerta dimensional

Capítulo 15. El refugio de la asesina

Mariana y Sorlac se acercaron. La joven, al ver a Gerda, fue como para explicarle la situación. Pero ella la interrumpió diciéndole:

  • Tu amigo el detective me lo contó todo. Descuida, estaré bien. Lo mejor será que te encargues de tus asuntos.
  • Los científicos piensan que en las otras dimensiones solo existen humanos primitivos – Reflexionó Sorlac, en voz alta – Pero en realidad, no somos diferentes a como piensa. Sea el tipo de humano que sea, siempre será corrompido por la sed de poder.

No pudieron seguir charlando, porque un grupo de cinco científicos los vio y comenzaron a dispararles. Mariana y Sorlac se colocaron delante de Gerda y Sergio para protegerlos y bloquear los disparos con sus guanteletes. Gerda aprovechó para cargar las municiones de su arma y le preguntó a Sergio si llevaba una pistola a mano.

  • No voy armado – Admitió Sergio, con pena – Dejé la pistola en el coche.
  • ¡Ve por ella! - Le pidió Mariana, sin bajar la guardia - ¡Pero sé rápido! ¡El paso del tiempo es diferente, así que en menos de un minuto debes regresar!

Sergio, sin pensarlo, activó el transmisor y regresó a su mundo.

Otra vez estaba en el coche, en la avenida y en esa ciudad donde vivió toda la vida. Y a su lado se encontraba Mariana, aparentemente en un sueño profundo. La zarandeó un poco, pero no reaccionó. Era como un muñeco inanimado.

Sin embargo, no tenía tiempo de indagar en esa extraña situación. Así que tomó su pistola, activó el transmisor y regresó a ese lugar.

La batalla aún seguía en pie. Esta vez encontró a Sorlac en el suelo, con una pierna herida, y a Gerda luchando cuerpo a cuerpo contra un científico. Mariana, en cambio, había sido inmovilizada por dos científicos corpulentos, que no paraban de burlarse de ella y de su forcejeo inútil.

Sin tiempo para dudar, el detective apuntó con su arma a uno de los científicos y le disparó el brazo.

Al ver a su compañero herido, el que sostenía a Mariana la dejó y fue tras Sergio, a quien ya no le dio el tiempo de recargar la munición y recibió una trompada que lo arrojó al suelo.

Cuando Sergio creyó que estaba acabado, el científico recibió un disparo en la sien, proveniente de Gerda, quien logró derrotar a su contrincante, recuperó su arma y fue a ayudar al detective.

  • ¿Nunca dejarás de matar? - Le preguntó Mariana, quien acababa de enviar al científico herido a su mundo.
  • Es tu culpa por ser tan débil – Le respondió Gerda- Hasta ese niño japonés sabe pelear mejor que tú.

Mariana se sentía demasiado agotada para discutir con Gerda. Por lo que fue a Sorlac para revisarle la herida.

  • No puedo creer que ahora confíe en ti – Le dijo Gerda a Sergio – Creí que huirías, pero regresaste. Podrías haber seguido con tu vida.
  • ¿Y perderme la diversión? - Dijo Sergio quien, por primera vez se sentía emocionado por formar parte de una pelea interdimensional.

Gerda rió. Al final le contó dónde ella se hallaba en realidad, cómo los agentes la contactaron y el trato que le propusieron si les revelaba la verdad sobre el meteorito rosado. Sin embargo, luego de enterarse lo de Mariana, decidió no colaborar e idear un plan para deshacerse de esos agentes.

  • Hay algo que no entiendo – Dijo Sergio – Si estás en la cárcel, ¿Cómo es que portas un arma?
  • ¿Esto? - Dijo Gerda, mirando su pistola – Lo encontré aquí. Ocurrió en los primeros días que ingresé a este lugar. Me topé con el cadáver de un hombre y, por sus ropas y facciones, supe que era de nuestro mundo. Revisé sus bolsillos y vi que portaba una placa de policía y esta pistola. ¡Había sido era un policía civil típico de películas estadounidenses! Y al final, viendo lo peligroso que era este lugar, me llevé el arma. Por suerte en mi celda no tengo compañera y puedo esconderlo sin que me pillen.
  • Vaya. Sí que eres lista. Y aunque esté en contra del asesinato, por esta vez lo dejaré pasar solo porque me salvaste la vida. Gracias. Te debo una.

Gerda no sabía cómo reaccionar. Era la primera vez que alguien le agradecía. Y más siendo un detective. Por un momento creyó que era un truco para ver si bajaba la guardia. O quizás no. Aún así, decidió escudarse en su orgullo y le respondió:

  • Solo hago mi trabajo. No tienes que ser amable conmigo. Ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer.

Activó el transmisor y desapareció.

Sergio se acercó a Mariana, pero la vio tan embelesada con su amado del otro mundo, que al final decidió marcharse solo.

  • Este... tómate el tiempo que quieras, Mariana. Yo... estaré en el auto... bueno, nos vemos pronto.

Y sin decir ni una palabra más, regresó a su mundo.

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Horas después, Sergio y Mariana al fin llegaron al destino. Era una cabaña a las afueras de la ciudad, bien lejos de la ruta y con entrada a una arboleda tupida.

  • ¡Conozco este sitio! - Dijo Mariana - ¿Por qué me traes aquí?
  • Sé que no querías verlo más, pero él insistió – Dijo Sergio, estacionando el auto delante de la entrada de la cabaña – Dijo que quería hablar contigo con urgencia.

En efecto, en la entrada, lo esperaba la persona a quien menos quería ver: su hermano.

  • ¡Hola, Mariana! - Le saludó el joven psiquiatra – Veo que te has recuperado. Estaba tan preocupado por ti.
  • Sí. Se nota – Dijo Mariana, mirándolo con cara de pocos amigos - ¿No me digas que contrataste a este detective para que me vigilara?
  • Me sentía preocupado por ti. He intentado acercarme tantas veces, pero siempre me rechazabas. Bueno, ¿Qué esperan? ¡Pasen! ¡Están en su casa!

La cabaña era de un estilo rústico, con paredes de piedra y ladrillos vistos y muebles de madera tallada. Se sentaron sobre sillones de mimbre, cubiertos con tejidos nacionales y de colores amarillentos. El hermano de Mariana colocó una mesita, donde les sirvió un poco de jugo para refrescarse después de un largo viaje.




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