Capítulo 17. Los científicos asesinos
Una vez que se agruparon conforme lo planearon, comenzaron a caminar. Durante el largo trayecto a través de la ciudad simulada, se encontraron con varios cadáveres. Todas eran personas que intentaron enfrentar a los científicos y fallaron, ya sea por encontrarse solos o porque no contaban con verdaderas estrategias de combate.
- Los científicos sí que se han puesto muy agresivos últimamente – Dijo Sorlac – Y ahora poseen los transmisores de esas personas.
- Éstos han sido atacados por un mismo grupo – Dijo Asmot – Todos poseen heridas similares. Debemos estar atentos, porque podemos encontrarnos con ellos.
- Si ellos tienen los transmisores, podemos invocar a Asthar y retornarán a su mundo de origen – Propuso Hiro – Hace tiempo lo he intentado y funcionó.
- No creo que esta vez resulte – Dijo Asmot – Los científicos no son tontos. Poseen unos comunicadores microscópicos donde se informan de todo, hasta saber quién fue vencido. De seguro se crearon algún dispositivo para mantener los transmisores lejos del contacto humano.
- Para encontrarse en un sitio deshabitado, sin comida, agua, ni forma de comunicación con los otros mundos, están bien preparados y en forma – Observó Sergio – Dicen que pasaron años desde que su mundo se desestabilizó. ¿No se supone que los científicos deberían morir de hambre y sed? ¿O matarse entre ellos y sucumbir a la locura de la soledad?
- Según me explicó Asthar, en una frontera dimensional, el tiempo se “detiene” - Explicó Asmot – Al no existir una noción de tiempo, no existe “hambre”, “sed” ni “cansancio”, porque el cuerpo no siente esas sensaciones típicas de tiempo y energía. Y tampoco envejece, por lo que pueden pasar siglos aquí y se mantendrán con la misma edad y condiciones con las que ingresaron.
- ¡Vaya! ¡A mi esposa le gustará vivir aquí! - Comentó Sergio.
- ¿Eres casado? - Le preguntó Mariana.
- Era. Lastimosamente el matrimonio no funcionó y nos divorciamos. Pero bueno, yo aún la amo y le deseo lo mejor. Solo lamento haberla perdido por enfocarme tanto en mi trabajo y no darme cuenta de que nuestra relación se estaba tambaleando.
A Mariana le pareció ver que Sorlac lanzaba un suspiro de alivio. Le estaba molestando que fuese tan celoso y no se esforzarse por ocultarlo.
- ¡Silencio! - Ordenó Asmot, deteniéndose – Alguien se acerca.
Todos vieron que, a lo lejos, se acercaba un grupo de quince científicos. Todos iban con unos extraños rifles y gafas oscuras. Y uno de ellos, el más musculoso de todos, llevaban la armadura de misiles y luces enceguecedoras. Asmot, al ver eso, les ordenó a todos que se colocaran los lentes que Sorlac y Jaun se trajeron en cantidad, previendo que eso sucedería después de lo sufrido en batallas anteriores.
- ¡Qué interesante! - Dijo el científico de la armadura - ¡Nunca creí que humanos y primitivos formaran un equipo! Pero bueno, igual les sacaremos sus transmisores como hicimos con tantos otros que nos enfrentaron con anterioridad.
- ¿Así que fueron ustedes los que mataron a esas personas? - Dijo Asmot, con una calma que estaba a punto de estallar – Aún no puedo creer que con su ambición se olviden de su verdadero propósito de vida. ¿Acaso no les importa el colapso que hemos sufrido por su causa?
- Todo es culpa de Asthar – Continuó el científico de la armadura – A esa IA obsoleta se le subió la cabeza creyéndose dueño de nuestros destinos. Y ahora supe que se “fabricó” un cuerpo. ¿Tanto nos envidia que quiere parecerse a nosotros? ¡Ni aún así ablandará nuestros corazones ni impedirá que crucemos las fronteras para dominar los mundos primitivos!
Al decir esto, activó la luz enceguecedora. Por suerte, los lentes los protegieron y pudieron ver el movimiento de sus enemigos.
Asmot, Gerda y Edfe comenzaron a disparar. Sorlac, Jaun, Sergio, Esjo y Ahtma rodearon a Gustavo, Hiro y Mariana, bloqueando a los científicos que se les acercaban por detrás, ya sea con disparos o bloqueos cuerpo a cuerpo. Gustavo vio que un disparo láser se dirigía hacia él, pero Mariana se interpuso y lo bloqueó con sus guanteletes. Hiro sintió que un contrincante se coló en la agrupación y lo tomaba del tobillo, haciendo que se cayera al suelo de espaldas. Al tenerlo cerca, Hiro le sacó los lentes y el científico gritó al ser enceguecido por la potente luz. De esa forma, Sergio le disparó en el brazo y lo echó a patadas.
- ¿Cuántos acertamos, Gustavo? - Le preguntó Jaun al psiquiatra.
- Esjo acabó con dos. Gerda con cuatro. Y tú con tres.
- ¿Seguro que contaste bien? ¿No te distrajo ese disparo? - Le preguntó Esjo, desconfiado.
- ¡Detrás de ti!
Esjo se dio la vuelta y, sin pensarlo, le disparó al científico que se dirigió por detrás de él a atacarlo.
- Ahora estás empate con Jaun – Le dijo Gustavo.
El científico de la armadura, al ver cómo comenzaban a sufrir bajas, decidió tomar decisiones extremas. Activó los pequeños misiles y los disparó, directo a la agrupación.
Todos se dispersaron, menos Gustavo, quien se quedó quieto en el mismo lugar. Mariana, al ver que uno de los misiles iba directo a él, se interpuso e intentó bloquearlo con sus guanteletes. Pero el impacto fue tal que el misil estalló, la lanzó varios metros y la dejó malherida e inconsciente.
Algunos recibieron los impactos, como Mariana. Pero como llevaban escudos corporales o guanteletes, no fallecieron. Y otros lograron esquivarlos, pero el impacto de las explosiones los lanzó al suelo y recibieron rasguños y quemaduras menores.
Gustavo recibió algunos rasguños, pero fue el único que siguió en pie. Vio a Mariana, inconsciente, y sintió que un nudo se le formaba en la garganta. Pero se serenó. Ella no estaba muerta gracias a los guanteletes. Y de nuevo haría lo que fuera para no perderla de nuevo.
- ¡Me rindo! - Gritó Gustavo, levantando las manos en señal de paz – Ellos solo quieren recuperar sus vidas. Por favor, no los maten.